Читаем El retorno de los dragones полностью

—Descansar —repitió Sturm vagamente, deteniéndose y recuperando la respiración. Miró hacia delante y se volvió hacia Tanis —. Sí. Descansemos —sus ojos brillaban.

—¿Estás bien?

—Muy bien —Tanis le miró dubitativo y luego se dirigió hacia los demás, que en aquel momento llegaban al final de la pequeña subida que había antes de llegar al prado.

—Descansaremos aquí.

Raistlin suspiró aliviado, dejándose caer sobre la húmeda hierba.

—Voy a echar un vistazo para ver qué está ocurriendo en el camino de Haven.

—Iré contigo —se ofreció Riverwind.

Tanis asintió y ambos dejaron el camino, dirigiéndose hacia el saliente rocoso. Los demás aprovecharon la parada para tomar algún alimento, aunque sus provisiones estaban prácticamente agotadas. Mientras caminaban juntos, Tanis observó al alto guerrero; empezaba a sentirse cómodo con aquel bárbaro serio y rudo. Siendo profundamente reservado, Riverwind respetaba la intimidad de los demás y nunca osaría cruzar las fronteras que Tanis tejía alrededor de su alma. El semielfo sabía que sus amigos —porque eran amigos suyos y lo conocían hacía muchos años— especulaban sobre sus relaciones con Kitiara y se preguntaban por qué había decidido cortarlas tan bruscamente cinco años atrás y por qué su aparente disgusto cuando ella no acudió a la reunión. Riverwind no sabía nada de Kitiara, pero Tanis creía que, si el bárbaro lo hubiera sabido, no le hubiese afectado.

Avanzaron lentamente hasta que llegaron al borde de la húmeda roca del saliente. Desde allí divisaron el camino de Haven y los viejos senderos que conducían a los prados y desaparecían por una de las laderas de la montaña. Riverwind señaló a Tanis varios de los hombres-lagarto subiendo por los senderos. El semielfo apretó los labios; eso explicaba el misterioso silencio que reinaba en el bosque. Las malditas criaturas debían estar esperando para tenderles una emboscada. Probablemente, Sturm y su ciervo blanco les habían salvado la vida. De todas formas, aquellos seres no tardarían mucho en encontrar ese nuevo sendero, pensó Tanis mirando hacia abajo. Pero... ¡si no había ningún sendero! Tan sólo el bosque, frondoso e impenetrable. ¡El sendero se había cerrado tras ellos! «Debo estar imaginándome cosas», pensó mirando hacia el Camino de Haven y a las criaturas que avanzaban. Después miró hacia el norte, y luego su mirada vagó por el horizonte.

Frunció el entrecejo; algo iba mal. No pudo localizarlo de inmediato, por lo que no le dijo nada a Riverwind, pero se quedó mirando la línea del cielo. Al norte había un grupo de nubes tormentosas, más espesas que nunca, cuya sombra proyectaba largos dedos grises rastrillando la tierra y moviéndose hacia ellos. Apretando el brazo de Riverwind, Tanis señaló con el dedo. Riverwind aguzó la vista, pues al principio no distinguía nada, pero, de pronto, lo vio: un humo negro ascendía hacia el cielo. Sus cejas espesas y pobladas se contrajeron.

—Hogueras de campamento —dijo Tanis.

—Cientos de hogueras —añadió Riverwind en voz baja—. El fuego de la guerra. Es el campamento de un ejército.


—O sea, que los rumores se confirman, hay un ejército en el norte —dijo Sturm cuando regresaron.

—Pero, ¿qué ejército?, ¿de quién?, ¿y por qué?, ¿qué es lo que van a atacar? —Caramon, incrédulo, reía—. Nadie organizaría un ejército sólo para buscar una vara —el guerrero hizo una pausa—. ¿Creéis que son capaces de hacer una cosa así?

—La Vara es sólo parte de todo esto —siseó Raistlin—. Recordad las estrellas caídas.

—¡Bah, cuentos de niños! —farfulló Flint abriendo el odre, agitándolo y suspirando al ver que estaba vacío.

—Mis historias no son para niños. ¡Y harías bien en prestarle más atención a mis palabras, enano!

—¡Ahí está! ¡Ahí está el ciervo! —dijo de pronto Sturm mirando fijamente un gran pedrusco, por lo menos eso les pareció a sus compañeros—. Ya es hora de continuar la marcha.

El caballero comenzó a caminar y los demás, reuniendo rápidamente sus fardos, se apresuraron tras él. El sendero parecía materializarse justo antes de que ellos pasaran. Comenzó a soplar un viento proveniente del sur, una cálida brisa que transportaba la fragancia de los últimos capullos de las otoñales flores silvestres y que, no obstante, consiguió alejar a las nubes tormentosas. En el momento en que llegaron a la hendidura existente entre las dos mitades del pico, el sol brillaba en medio de un cielo totalmente despejado.

Era más de mediodía cuando se detuvieron a descansar una vez más antes de ascender por la estrecha hendidura. El ciervo les había indicado el camino a seguir, insistió Sturm.

—Pronto será la hora de la cena —dijo Caramon lanzando un impetuoso suspiro y mirándose los pies — ¡Sería capaz de comerme hasta las botas!

—A mí también están empezando a apetecerme —declaró Flint malhumorado—. Desearía que el ciervo fuera de carne y hueso. ¡Quizás así nos serviría para algo más que para conseguir que nos perdamos!

—¡Cállate !

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