Читаем El retorno de los dragones полностью

—¡No le dispares a nada! —el hilo de voz con el que Raistlin habló hizo que todos se estremeciesen—. ¡No dañes nada en el Bosque Oscuro! ¡A ninguna planta, a ningún árbol, a ningún pájaro, ni a ningún animal!

—Estoy de acuerdo con Raistlin —dijo Tanis —. Tenemos que pasar aquí la noche y no quiero matar a ningún animal de este bosque si no es estrictamente necesario. Cenaremos de nuestras misérrimas provisiones.

—Los elfos nunca quieren matar —refunfuñó Flint—. El mago nos asusta con sus misterios y tú nos matas de hambre. Bien, si somos atacados esta noche, ¡espero que el enemigo sea comestible!

—Lo mismo digo, enano —Caramon suspiró, se acercó al riachuelo y comenzó a beber.

Tasslehoff regresó con la leña.

—No la he cortado —le aseguró a Raistlin—, simplemente la recogí del suelo.

Pero ni siquiera Riverwind pudo lograr que la madera prendiera.

—Los troncos están húmedos —declaró después de intentarlo, arrojando el trozo de yesca en la bolsa.

—Necesitaremos luz —dijo Flint, cada vez más inquieto al ver que las sombras de la noche se cernían sobre ellos. Los sonidos del bosque, que durante el día habían resultado inofensivos, ahora eran siniestros y amenazadores.

—Espero que no le tengas miedo a las leyendas —siseó Raistlin.

—¡No! Sólo quiero estar seguro de que el kender no me robará la bolsa en la oscuridad.

—Muy bien. ¡ Shirak! —El puño de cristal del bastón del mago brilló con una pálida luz blanquecina. Era una luz fantasmagórica, muy tenue, que parecía enfatizar lo amenazador de la noche.

—Aquí tienes luz —susurró suavemente el mago hincando la parte inferior del bastón en el suelo húmedo.

En aquel momento, Tanis sintió algo muy extraño: perdía su visión de elfo. Debería ver los cálidos contornos rojizos de sus compañeros, pero éstos no eran más que negras sombras bajo aquella oscuridad. No dijo nada a los demás, pero le invadió una sensación de temor, rompiendo la tranquilidad de la que había disfrutado hasta aquel momento.

—Yo haré la primera guardia —ofreció Sturm decidido—. De todas formas, no debo dormir con esta herida, una vez conocí a un hombre que lo hizo y nunca más volvió a despertar.

—Haremos turnos de dos—dijo Tanis —. Haré el primero contigo.

—Los demás abrieron sus fardos y comenzaron a organizar los lechos sobre la hierba, todos excepto Raistlin, quien no se movió del sendero, sentado con la cabeza baja e iluminado por la débil luz de su bastón. Sturm se instaló debajo de un árbol. Tanis caminó hasta el arroyo para saciar su sed. De pronto, oyó detrás suyo un grito ahogado. De un solo movimiento, desenvainó la espada y se puso en guardia. Los demás también habían sacado sus armas; tan sólo Raistlin seguía sentado, inmóvil.

—Guardad vuestras espadas —dijo—. Aquí no os servirán de nada. Sólo una magia poderosa podría contra estos seres.

Estaban rodeados por un ejército de guerreros. Por sí solo, este hecho ya hubiera sido suficiente para helarle la sangre en las venas a cualquiera. Los compañeros hubieran podido enfrentarse a aquella situación, pero lo que no podían era refrenar el pánico que los invadía, entorpeciendo sus sentidos.

Aquellos guerreros estaban muertos.

Todos recordaron el comentario que Caramon había hecho: «Contra los vivos no me asusta luchar, pero contra los muertos...».

Una luz fugaz y blanquecina delineaba sus cuerpos; era como si el calor humano que habían poseído estando vivos se prolongara terriblemente tras la muerte. La carne de sus cuerpos se había podrido, y de ellos sólo quedaba la imagen que el alma recuerda. Cada guerrero, ataviado con una antigua armadura, llevaba armas que podían infligir terribles heridas. Pero los espíritus no necesitaban armas, podían matar simplemente por el pánico que inspiraban o bien con un ligero toque de sus gélidas y mortecinas manos.

«¿Cómo podemos luchar contra estos seres?», pensaba Tanis inquieto. Él, que nunca había sentido pavor ante enemigos de carne y hueso, se sentía invadido de pánico e incluso llegó a plantearse la huida.

Enojado consigo mismo, el semielfo intentó calmarse y volver a la realidad. ¡La realidad! ¡Qué ironía! Echar a correr era inútil; se dispersarían y acabarían perdiéndose. Tenían que quedarse y controlar la situación de alguna forma. Comenzó a caminar hacia los fantasmagóricos guerreros. Los muertos no dijeron nada, ni hicieron ningún movimiento amenazador, simplemente se mantuvieron quietos donde estaban, bloqueando el camino. Era imposible contarlos, ya que algunos aparecían centelleantes, mientras otros se apagaban y desaparecían.

—No sé cómo saldremos de ésta —admitió Tanis para sí mismo, sintiendo que un sudor frío le recorría todo el cuerpo—; uno de estos espíritus guerreros sería capaz de matarnos tan sólo alzando una mano.

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