Читаем El retorno de los dragones полностью

De repente, Raistlin dio un grito y sacudió la cabeza, las órbitas de sus ojos comenzaron a girar hasta que se quedaron en blanco y su voz se transformó en miles de voces que gritaban a la vez. A través suyo, y por efecto del encantamiento realizado, los espectros se lamentaban recordando su pasado. Todos se asustaron, incluso el kender, quien dio un paso atrás y miró inquieto a su alrededor intentando localizar a Tanis.

El espectro levantó el brazo en un gesto autoritario y el tumulto cesó.

—Mis hombres quieren saber el motivo por el que habéis entrado en el Bosque Oscuro; si se trata de algo maligno, la maldad caerá sobre vosotros y no viviréis para ver el nuevo día.

—No, nada malo, por supuesto que no —se apresuró a responder Tasslehoff—. Es una historia un poco larga, ¿sabes?, pero naturalmente nosotros no tenemos ninguna prisa y supongo que vosotros tampoco, o sea, que os la contaré.

«Para empezar, estábamos en la posada El Último Hogar en Solace, probablemente no la conozcáis. No estoy seguro del tiempo que hace que está allí, pero no existía cuando sobrevino el Cataclismo y, por lo que parece, vosotros sí que existíais. Bien, allí estábamos escuchando a un anciano relatar historias sobre Huma, y él —el anciano, no Huma— le dijo a Goldmoon que cantara su canción, y ella dijo que qué canción y luego la cantó y el Buscador decidió convertirse en crítico musical y Riverwind —que es aquel hombre alto que hay allá— empujó al Buscador, quien cayó sobre el fuego. Fue un accidente, pues él no tenía ninguna intención de que se quemara, pero el Buscador ardió como una antorcha. De cualquier forma, el anciano me pasó la Vara y me dijo que le golpeara, y yo así lo hice y la Vara se volvió de cristal azul y las llamas cesaron y...

—¡Cristal Azul! —la voz del espectro resonó en la garganta de Raistlin, profunda y cavernosa. El espectro comenzó a caminar hacia ellos. Tanis y Sturm saltaron hacia delante agarrando a Tas y apartándolo a un lado, pero vieron que la única intención del espectro era examinar al grupo. Sus titilantes ojos miraron a Goldmoon y, alzando una mano, le hizo una señal para que se acercara.

—¡No! —Riverwind trató de evitarlo, pero ella lo apartó suavemente y caminó hacia el espectro con la Vara en la mano. El fantasmagórico ejército les rodeó.

El espectro extrajo su espada de su desvaída vaina y la mantuvo en alto sobre su cabeza. La hoja proyectó una pálida luz blanquecina teñida de una llama azulada.

—¡Mirad! —exclamó Goldmoon.

La Vara destellaba azulada, como si dialogase con la espada.

El fantasmagórico rey de los espectros se volvió hacia Raistlin y alargó un lívida mano hacia el aturdido mago. Caramon emitió un tosco bramido y, soltándose del brazo de Tanis, desenvainó su espada y arremetió contra el guerrero espectral. La hoja atravesó el fulgurante cuerpo, pero fue Caramon quien, chillando de dolor, cayó al suelo retorciéndose. Tanis y Sturm se arrodillaron junto a él, mientras Raistlin lo miraba con expresión impasible.

—Caramon, ¿dónde...? —Tanis, desesperado, intentaba averiguar dónde tenía la herida el guerrero.

—¡Mi mano! —Caramon sollozaba estremecido; tenía su mano izquierda, la mano con la que empuñaba la espada, apretada bajo el brazo derecho.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó Tanis. Entonces vio que la espada del guerrero estaba cubierta de escarcha y lo comprendió; todo lo que entraba en contacto con aquellos seres se helaba.

Tanis alzó la mirada horrorizado y vio que la mano del espectro agarraba firmemente a Raistlin por la muñeca. El frágil cuerpo del mago se vio sacudido por un temblor y, aunque su rostro se retorció de dolor, no se desplomó. Sus ojos se cerraron, las líneas de cinismo y amargura, que surcaban su rostro, se suavizaron; la paz de la muerte se cernía sobre él. Tanis lo observó horrorizado, oyendo sólo parcialmente los roncos gruñidos de Caramon. Entonces vio cómo el rostro del mago se transformaba en una expresión de éxtasis y su halo de poder aumentaba, brillando con una intensidad casi palpable.

—Hemos sido llamados —dijo Raistlin con una voz que no era la suya ni tampoco ninguna de las que Tanis le había oído utilizar—. Debemos acudir.

El mago les volvió la espalda y, dejando el claro en el que los compañeros habían acampado, siguió internándose en el bosque, sujeto aún por la descarnada mano del rey espectral. El círculo formado por los espectros se abrió para dejarles pasar.

—Detenedlos —gimió Caramon poniéndose en pie.

—¡No podemos! —Tanis intentó contenerlo y, al final, el guerrero se desplomó en sus brazos sollozando como un niño—. Lo seguiremos. No creo que le ocurra nada, es un mago, Caramon, y nosotros no podemos comprenderlo. Lo seguiremos...

Los ojos de los espectros centelleaban mientras observaban cómo los compañeros pasaban ante ellos para seguir penetrando en el Bosque. El ejército cerró filas tras ellos.

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