El vestíbulo del edificio principal albergaba un nicho elegantemente decorado con unas ramas de moral dentro de un jarro negro de cerámica, en lugar de la habitual lista de precios por comida y estancia. Cuando hizo sonar la campana, el propietario salió de sus habitaciones.
– Bienvenido a la posada Tsubame, mi señor -saludó-. ¿Deseáis alojamiento? -Su grave semblante y el apagado quimono negro transmitían extrema discreción.
Sano se presentó.
– Necesito cierta información sobre uno de tus anteriores clientes.
El propietario alzó las cejas altivas.
– Me temo que va en contra de nuestra política que os la proporcione. Nuestros clientes pagan por su intimidad, y nosotros nos desvivimos por garantizársela.
Sano creyó entender que eso significaba que pagaban a las autoridades para que no supervisaran muy de cerca las operaciones de la posada. Sin embargo, su poder desbancaba el de los funcionarios locales de poca monta.
– Coopera o te arrestaré -dijo-. Esto es una investigación de asesinato. Y dado que la huésped en cuestión está muerta, dudo que le importe que hables de ella.
– De acuerdo. -El dueño se encogió de hombros con molesta resignación-. ¿De quién se trata?
– De la dama Harume, concubina del sogún. Se citaba aquí con el caballero Miyagi, de la provincia de Tosa.
El propietario sacó el libro de registro y fingió que lo consultaba concienzudamente.
– Me temo que esas personas jamás han sido clientes de esta posada.
– No servirá de nada escudarse tras una lista de nombres falsos. -Sano sabía que los propietarios de ese tipo de establecimientos procuraban enterarse de quiénes eran sus clientes, y se imaginaba los motivos de su reserva-. No te preocupes por que el caballero Miyagi vaya a castigarte por haber hablado conmigo. Ahora mismo no me interesa él. Lo que quiero saber es: ¿se citaba aquí la dama Harume con alguien más?
Si tenía un amante secreto, por fuerza la concubina quedaría con él fuera del castillo de Edo. Su libertad era limitada, tenía poco dinero y, con toda probabilidad, carecía de sitio donde acudir para sus encuentros ¡lícitos. ¿Qué mejor manera de organizar citas que en las mismas excursiones en las que se evadía de los guardias para encontrarse con el caballero Miyagi, en la posada en la que él pagaba por la habitación? Por ello había acudido Sano a la posada Tsubame, en busca de un posible sospechoso sin identificar. Entonces la deducción recogió sus frutos.
– Sí -admitió el propietario-, sí que se veía con otro hombre.
– ¿Con quién? -preguntó Sano ansiosamente.
– No lo sé. La dama Harume lo colaba a escondidas. Me enteré por casualidad: las doncellas oyeron que un hombre y una mujer copulaban en la habitación, algo inusual, porque el caballero Miyagi siempre se quedaba fuera. Después hice que siguieran al hombre, pero no logré descubrir su nombre, ocupación o lugar de residencia, porque siempre se escapaba.
¿Mató el daimio a Harume por celos de su amante?
– ¿Qué aspecto tenía? -preguntó Sano.
– Era un samurái vestido con ropa sencilla y que aparentaba tener poco más de veinte años. Es todo lo que puedo deciros. Se cuidaba mucho de que no lo observaran… como muchos de nuestros dientes. -El propietario sonrió con sorna-. Lamento no resultar de más ayuda.
De modo que el amante no era el teniente Kushida, pero definitivamente se trataba de un hombre y no de una mujer.
– ¿Puedo ver la habitación que utilizaban?
– Ahora mismo está ocupada, y la han limpiado a conciencia desde la última visita de la dama Harume.
– ¿Reconocerías al hombre si lo volvieras a ver?
– Puede ser. -El propietario no parecía muy convencido. Tal vez fuera alguien del castillo de Edo. A Sano se le pasó por la cabeza llevar allí al propietario para ver si señalaba al amante de Harume. Pero también podía tratarse de alguien con quien hubiera coincidido fuera o que conociera de antes de convertirse en concubina del sogún.
– Apostaré un detective por si regresa -le dijo al propietario-. No te preocupes; no molestará a tus clientes.
Al salir de la posada, su inicial entusiasmo estaba empanado de desilusión. La confirmación de la existencia del amante de Harume lo había acercado poco a la solución del caso. En su ánimo pesaban también otros quebraderos de cabeza. Se preguntaba si había hecho lo correcto respecto a Hirata. ¿Tendría que haberlo apartado de la investigación para que no causara más problemas? ¿O haber asignado a otros detectives para que revisasen sus conclusiones sobre la escena del asesinato de Choyei y el atentado contra Harume? Pero eso supondría una traición a su mutua confianza que posiblemente arrastraría a Hirata al suicidio ritual. Y en cuanto a Reiko…