Dentro, el chambelán Yanagisawa, sentado en el suelo cubierto de tatamis, estudiaba documentos oficiales a la vacilante luz de unas lámparas de aceite. Los restos de su cena estaban esparcidos en una bandeja junto a él; el humo de un brasero de carbón flotaba hasta salir por las ventanas de listones. Aquél era el lugar favorito de Yanagisawa para sus reuniones secretas, lejos del castillo de Edo y de oídos indiscretos. Aquella noche le habían llegado informes procedentes de espías de la metsuke que acababan de volver de misiones en provincias. Ahora esperaba su última cita, que tenía que ver con el asunto más importante de todos: el estado de su estratagema contra el sosakan Sano.
Sonaron voces y pasos en el embarcadero. Yanagisawa lanzó los papeles a un banco con cojines y se puso en pie. Miró por la ventana y vio a un guardia que escoltaba a una pequeña figura por el embarcadero hacia el pabellón. Yanagisawa sonrió al reconocer a Shichisaburo, vestido con sus multicolores ropajes de brocado del teatro. La anticipación le aceleró el pulso. Abrió la puerta y dejó entrar una ráfaga de aire frío.
Por el embarcadero, Shichisaburo se acercaba contoneándose con ritual gracilidad, como si saliese a un escenario de
Era una cita de la obra
El deseo difundió calor por el cuerpo de Yanagisawa. El chico era un actor magistral y su belleza, cautivadora. Pero, por el momento, los negocios se imponían al placer. Yanagisawa hizo entrar a Shichisaburo al pabellón y cerró la puerta.
– ¿Has ejecutado las órdenes que te di anoche?
– Oh, sí, mi señor.
A la luz de las lámparas, el rostro del actor irradiaba felicidad. Su presencia impregnaba la sala de la fragancia fresca y dulce de la juventud. Embriagado, el chambelán Yanagisawa inhaló con voracidad.
– ¿Tuviste algún problema para entrar?
– En absoluto, mi señor -dijo Shichisaburo-. Seguí vuestras instrucciones. Nadie me detuvo. Fue a la perfección.
– ¿Pudiste encontrar lo que necesitábamos?
A pesar de que estaban a solas, Yanagisawa no abandonaba su práctica habitual de hablar con circunloquios.
– Oh, sí. Estaba exactamente donde me dijisteis que estaría.
– ¿Te vio alguien?
El joven actor sacudió la cabeza.
– No, mi señor; fui cuidadoso. -Esbozó una sonrisa traviesa-. E incluso si alguien me hubiera visto, no habría sabido quién era o qué hacía.
– No, no lo habría sabido. -Al acordarse de su plan, Yanagisawa también sonrió-. ¿Dónde lo has dejado?
El actor se puso de puntillas para susurrarle al oído, y el chambelán soltó una risilla.
– Excelente. Lo has hecho muy bien.
Shichisaburo aplaudió con regocijo.
– ¡Honorable chambelán, sois tan brillante! Seguro que el sosakan-sama cae en la trampa. -Entonces la duda le hizo fruncir su ceño infantil-. Pero ¿qué ocurrirá si se le pasa por alto?
– No te preocupes -dijo Yanagisawa lleno de confianza-. Sé cómo piensa y actúa Sano. Hará exactamente lo que he previsto. Pero, si por algún motivo no lo hace, lo ayudaré. -Yanagisawa se rió-. Qué apropiado que mi otro rival sea el que aporte la herramienta para la destrucción de los dos. Todo lo que tenemos que hacer es esperar y ser pacientes. Ahora mismo, se me ocurre una agradable manera de pasar el rato. Ven aquí.
Yanagisawa aferró la mano de Shichisaburo y tiró de ella hacia él. Pero el chico se resistió juguetonamente.
– Esperad, mi señor. Tengo una sorpresa para vos. ¿Me permitís?
Con una seductora sonrisa, se desanudó la faja y la dejó caer al suelo. Se quitó ceremoniosamente el quimono exterior, una manga después de la otra. Salió de sus pantalones largos y sueltos. El deseo inundaba la garganta y la entrepierna del chambelán Yanagisawa. No había nadie que se desvistiese con un estilo tan grácil. Estaba impaciente por ver qué nueva delicia erótica le tenía reservada el actor.