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***


El día que empezó a prestar servicio en la casa, el asistente había recibido instrucciones precisas: jamás tenía que dejarse ver ni dirigirle la palabra al señor antes de que éste hubiera tomado su café. Él tenía aquella manía desde que trabajaba en el banco. Al despertar, todo su ser se convertía en una especie de monada; así había definido él mismo aquel estado concreto, echando mano de sus recuerdos escolares: esféricamente encerrado en sí mismo, incapaz de abrir siquiera un minúsculo respiradero al exterior sin tener una dolorosa sensación. Una voz, un gesto, un rostro lo herían. Su cerebro, protegido, envuelto en un capullo, podía entregarse por entero a los problemas a que debería enfrentarse a lo largo de la jornada, de tal manera que cuando llegaba al despacho en su mente veía claros y definitivos todos los movimientos que habría de hacer, todas las decisiones que debería tomar. En cambio, nada más beberse el café, se sentía dispuesto a acoger al mundo entero.


Cuando aún dormía con Adele, al abrir los ojos ni siquiera se volvía a mirarla, convencido de que, al ver su cuerpo perfilado por la sábana, su cerebro sería incapaz de bajar la persiana metálica que lo separaba del exterior. Se levantaba cautelosamente para no despertarla y, con el paso rápido y ligero de un ladrón, recorría los pasillos y habitaciones de la espaciosa casa que parecía desierta, puesto que el criado y la sirvienta de entonces, que habían aprendido a sincronizarse perfectamente con sus movimientos, entraban en una habitación en cuanto él salía de ella. El tiempo interrumpido de la casa se ponía en marcha diez minutos después de que él se hubiera encerrado en el estudio para beber una taza y media de café -la primera azucarada con una cucharadita rasa y la segunda sola pero aprovechando el azúcar residual del fondo-, en cuanto la persona de servicio llamaba ligeramente a la puerta y preguntaba: -¿Puedo retirar la bandeja, señor? -Sí. Y parecía que la casa respiraba de nuevo tras haber contenido un buen rato el aliento, los muebles volvían a chirriar, se oía un paso leve sobre el parquet encerado, el timbre de la puerta de servicio daba señales de vida. El empezaba a revisar los documentos de la cartera que había preparado la víspera, y cuando ya estaba más que seguro de que los había colocado todos en el debido orden, se levantaba echando un último vistazo al enorme escritorio negro de caoba (el catafalco, lo llamaba Adele) heredado de su padre y se dirigía a la antesala, donde el asistente ya lo esperaba con el sobretodo de temporada, el abrigo, el loden o el impermeable, y el sombrero en la mano. Junto a la acera, lo aguardaba el automóvil del banco, con la puerta posterior abierta y el chófer rígidamente de pie a su lado.


Aquella mañana, en cuanto Giovanni retiró la bandeja del escritorio, abrió como de costumbre la cartera que se había llevado del banco, pero que no había tocado la víspera porque no contenía documentos en que trabajar, sino sólo tres cartas cuyo contenido conocía de memoria y que había tenido guardadas en la pequeña caja de seguridad de su despacho. En casa también tenía una casi idéntica. Se levantó, la abrió, tomó las tres cartas y las metió en la caja fuerte; pero, arrepentido de inmediato, las sacó, volvió a sentarse al escritorio, las dispuso una al lado de otra y se quedó mirándolas. Tres cartas anónimas. Y las tres se las habían dirigido al banco. La primera se remontaba a casi treinta años atrás.

Haz lo que tienes que hacer y que tú sabes. ¿Quién te obliga a morir joven?

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Зараза

Меня зовут Андрей Гагарин — позывной «Космос».Моя младшая сестра — журналистка, она верит в правду, сует нос в чужие дела и не знает, когда вовремя остановиться. Она пропала без вести во время командировки в Сьерра-Леоне, где в очередной раз вспыхнула какая-то эпидемия.Под видом помощника популярного блогера я пробрался на последний гуманитарный рейс МЧС, чтобы пройти путем сестры, найти ее и вернуть домой.Мне не привыкать участвовать в боевых спасательных операциях, а ковид или какая другая зараза меня не остановит, но я даже предположить не мог, что попаду в эпицентр самого настоящего зомбиапокалипсиса. А против меня будут не только зомби, но и обезумевшие мародеры, туземные колдуны и мощь огромной корпорации, скрывающей свои тайны.

Алексей Филиппов , Евгений Александрович Гарцевич , Наталья Александровна Пашова , Сергей Тютюнник , Софья Владимировна Рыбкина

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