Pero el tiempo había dejado de acelerarse y desacelerarse. Ahora le resultaba muy difícil distinguir la noche del día, la tarde de la mañana, porque el tiempo se había convertido en una especie de líquido gelatinoso que fluía siempre igual y sin cambiar jamás de color.
Una vez notó que lo tocaban manos distintas de aquellas a las que se había acostumbrado. Abrió los ojos y le pareció ver a De Caro. ¿Qué significaba aquello? ¿Estaba todavía en su casa o lo habían llevado otra vez a la clínica?
Una mañana, o una tarde, o una noche, Adele lo despertó para darle el primero, o el segundo, o el tercer comprimido. Y él, en un relámpago de lucidez, vio que ella se presentaba como en los viejos tiempos, de nuevo impecable, peinada, vestida de punta en blanco. Llevaba puesto el traje gris.
Andrea Camilleri