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Congratulémonos, nuestro perro de agua ya está en la Casa Blanca. No sé cómo pronunciarán allí el nombre que le han puesto, pero espero que lo hagan a la francesa, como si hubiese un acento circunflejo sobre la letra o, lo que significaría bello, ni más ni menos. A esta hora su retrato ya ha dado la vuelta al mundo, los gran daneses y los galgos de Pomerania se muerden de envidia, mientras que todos los chuchos portugueses celebran el éxito con expresiones de justificado orgullo patriótico. En cualquier caso, me permito decir que tengo una seria reserva que manifestar: se necesita no conocer nada a un perro de agua para ponerle al cuello, a la hora de fotografiarlo, un collar de flores, como si fuese una bailarina hawaiana. Con sólo seis meses de edad, Bo todavía no tiene perfecta conciencia del respeto que le debe a la rama canina en que tuvo la suerte de nacer. Queriéndolo la Casa Blanca, podemos prestarle durante algún tiempo (no mucho porque nos hace falta) a nuestro Camões para que sirva de preceptor al cachorro presidencial y le enseñe las maneras por las que deberá regirse, en todas las circunstancias, un digno perro de agua de ascendencia portuguesa. Portugal oblige.

Día 15

Colombia en Lanzarote

Vino en la persona de uno de sus más dignos representantes: el ciudadano y ex diputado Sigifredo López Tobón, liberado hace dos meses de un cautiverio que ha durado casi siete años, en las durísimas condiciones de la selva colombiana y del inhumano tratamiento impuesto por las FARC a los secuestrados. Sigifredo López formaba parte de un grupo de doce diputados capturados por la guerrilla colombiana, de los cuales once fueron asesinados recientemente. Sigifredo escapó por casualidad, había sido apartado por un acto de indisciplina. Este hombre tiene todas las razones para odiar al mundo y a sus verdugos, y, pese a todo, no levanta la voz para narrar sus sufrimientos personales (para él lo menos importante de todo), pero no puede dominar el temblor cuando describe las horrendas acciones de las FARC, los asesinatos, las torturas, como la de esos veintidós militares que desde hace doce años se encuentran encadenados a árboles…La sala de la Fundación César Manrique no tenía un lugar vacío, había personas de pie. Durante casi dos horas vivimos una continua emoción, intraducible en palabras. Hubo quien lloraba por el choque insoportable de las revelaciones monstruosas que nos estaban siendo hechas, y también (por lo menos ése fue mi caso) por la tristeza infinita de que somos así y de que no hay remedio ni salvación para nosotros. ¿Alguien hubiera sido capaz de imaginar que los paramilitares mataran, o sigan matando, a seres humanos por el procedimiento de cortarles los miembros con una motosierra?

Día 16

Delirios de grandeza

La cosa es seria, demasiado seria. Supe hace pocos días que Portugal tiene autopistas en exceso, nada menos que nueve, en total casi setecientos kilómetros. Si pensamos en lo que cuesta la construcción de un solo kilómetro de esos suntuosos caminos de comunicación viaria en que el usuario goza prácticamente de todas las comodidades de la vida doméstica, es inevitable concluir que alguien se equivocó en las cuentas o con ellas nos ha engañado. Según la ley, o lo que para el caso se le asemeje, la apertura de una autopista requiere una cierta previsibilidad de tráfico para no caer en el viejo chiste de «ahí viene uno», como sucede, por ejemplo, en la que va de Lisboa a Elvas, nostálgica de los tiempos en que, con una modesta calificación de nacional, transportaba multitudes hasta Pousada para comer el bacalhau à Brás. Mutatis mutandis, con bacalao o sin él, ésta es la situación de las ocho autopistas restantes.El desatino viene de lejos. Cuando informaron al rey don João V del precio del carillón que iba a ser instalado en Mafra, no se contuvo y, con su ridícula prosapia de Nouveau-riche, dijo: «Lo encuentro barato. Compren dos». Y, no hace muchos años, cuando Portugal tuvo el encargo de organizar el campeonato europeo de fútbol, que luego desgraciadamente no ganó, alguien dijo que necesitábamos construir unos cuantos estadios porque estábamos muy flojos en instalaciones deportivas. Imagino el diálogo: «¿Cuántos?», preguntó el mandamás de la modalidad, «Con unos tres o cuatro debería bastar», respondió el técnico, «¿Cómo que tres? ¿Cómo que cuatro? -se indignó el figura-. Diez, doce, es lo que tiene que ser, seríamos unos buenos idiotas si no aprovechásemos los fondos europeos hasta verle el culo al saco». También en este caso alguien se equivocó en las cuentas o con ellas nos ha engañado.Donde las cuentas parece que salen redondas es en el número de pobres en Portugal. Son dos millones, según las últimas informaciones. Es decir, una expresión más de nuestros históricos delirios de grandeza…

Día 17

Con Darío Fo

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