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Con Darío Fo y cuantos se reunieron en el auditorio de Caja Granada para asistir a la ceremonia de entrega del Premio a la Cooperación Internacional que la misma Caja otorga, salvo error, desde hace diez años, y que en esta edición nos ha cabido a Fo y a mí, debería haber estado para, como dije en una declaración grabada, compartir las alegrías y los abrazos propios del momento. Desgraciadamente, no pude hacer el viaje, pero las actuales tecnologías de comunicación casi me permitieron vivir en tiempo real el desarrollo del acto en que, a sugerencia mía, respondida enseguida con la mayor amabilidad, fui representado por el Rector de la Universidad de Granada. En cierto modo, Darío Fo y yo representábamos allí al Festival Siete Soles-Siete Lunas del que nos honramos en ser presidentes honoríficos. Como ya es tradición en la historia de este premio, el valor metálico, al que el galardonado renuncia, irá en beneficio de una institución cultural o de actividades sociales, en este caso el mismo Festival, que aplicará la cantidad a la construcción de un centro cultural en Ribeira Grande, en Cabo Verde, ese país encantador, como dije en un saludo grabado. Después de todo, creo poder decir que de la entrega del Premio Caja Granada a la Cooperación Internacional salimos todos, incluyéndose este ausente, más o menos encantados.

Día 20

Exhibicionismos

Palabras como discreción, reserva, recato, pudor o modestia todavía se encuentran en cualquier diccionario. Temo, sin embargo, que algunas de ellas acaben teniendo, más pronto o más tarde, el triste destino de la palabra ergástulo, por ejemplo, barrida, como otras, del diccionario de la Academia portuguesa por una manifiesta y pertinaz falta de uso que había hecho de ella un peso muerto en las eruditas columnas. Yo mismo no recuerdo haberla dicho vez alguna y mucho menos haberla escrito. La palabra reserva, aunque va camino de perder la acepción que me hizo incluirla en la lista de más arriba, tiene garantizada una vida larga por aquello de la reserva de pasaje o de asiento, sin la que servicios fundamentales como los transportes aéreos simplemente no funcionarían. Y eso sin olvidar otra reserva, la mental, inventada por los jesuitas como explicación última de decir primero una cosa y hacer después la contraria, operación, por otra parte, que cuajó y prosperó hasta el punto de acabar difundiéndose en la sociedad humana como condición de supervivencia.No tengo intención de moralizar, aparte de que si lo hiciera perdería mi tiempo y sospecho que algunos lectores. Demasiado bien sabemos que la carne es flaca y que todavía lo es más el espíritu, por mucho que acostumbre a presumir de sus supuestas fortalezas, que el ser humano es el territorio por excelencia de todas las tentaciones amables posibles, tanto las naturales como las que va inventando a lo largo de siglos y milenios de prácticas reiteradas. Buen provecho tenga. Que tire la primera piedra quien nunca se dejó tentar. La cosa comenzó por desabrocharse la ropa, por usarse más leve y reducida, también más transparente, poniendo a la vista un número cada vez mayor de centímetros cuadrados de piel hasta llegar al nudismo integral cultivado con franqueza absoluta en ciertas señaladas playas. Nada grave, en cualquier caso. En el fondo, hay en todo esto, como escribí en otro contexto, una cierta inocencia. Adán y Eva también andaban desnudos y, contra lo que la Biblia dice, lo sabían perfectamente.Al poner en marcha el vigente espectáculo universal que concentra y al mismo tiempo dispersa las atenciones del mundo, no parece que hubiéramos previsto que estábamos alumbrando una sociedad de exhibicionistas. La división entre actores y espectadores se ha acabado, el espectador va a ver y oír, pero también a ser visto y oído. El poder de la televisión, por ejemplo, se alimenta en gran parte de esta simbiosis malsana, sobre todo en los llamados reality shows, donde el invitado, para eso pagado y a veces regiamente, va a poner al descubierto las miserias de su vida, las traiciones y las vilezas, las canalladas propias y ajenas, y, si fuera necesario para el espectáculo, las de la familia y de sus próximos. Sin discreción ni reserva, sin recato ni pudor, sin modestia. No faltará quien diga que menos mal que es así, que debemos abandonar aquellos trastos lingüísticos, abrir puertas aunque la casa huela mal; algunos, no nos quepa duda, llegarán al extremo de afirmar que se trata de un benéfico efecto de la democracia. Decir todo, con la condición de que lo esencial se quede escondido. Sin vergüenza.

Día 21

Camisola

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