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Hace alrededor de cuarenta años, durante algunos meses, ejercí de crítico literario en la revista Seara Nova, actividad para la que obviamente no había nacido, aunque la benévola generosidad de dos amigos consideró que podía estar a mi alcance. Fueron éstos Augusto Costa Dias, que tuvo la idea, y Rogério Fernandes, entonces director de la (desde todos los puntos de vista) recordada revista. En líneas generales, supongo que no cometí injusticias graves, salvo el poco cuidado que empleé cuando opiné sobre El Delfín, de José Cardoso Pires. Muchas veces, después, me he preguntado dónde estaba mi cabeza aquel día. Se dice que un tropiezo lo puede tener cualquiera, pero aquello no fue un tropiezo, fue (perdóneseme la vulgaridad de la palabra) un trompazo. Cuando, años después, con la preciosa ayuda de Jorge Amado en la pelea, luché a brazo partido en Roma para que el Premio de la Unión Latina le fuese atribuido a Cardoso Pires, es bien posible que estuviera siendo impelido, en las escaramuzas argumentativas del jurado, por aquel penoso recuerdo del pasado. Y la competidora de Cardoso Pires era nada más y nada menos que Marguerite Duras…Hay que reconocer que el aval con el que llegué a Seara Nova no valía gran cosa: había publicado Terra do Pecado, en 1947, y Los poemas posibles, en 1966. Nada más. No existía ni un solo escritor en Portugal que no hubiera hecho mucho más y mucho mejor que José Saramago. Comprendo que algunos hayan visto como una petulancia sin disculpa que yo (un casi anónimo) decidiera aceptar la invitación de mis imprudentes amigos. Y eso fue, probablemente, lo que Agustina Bessa-Luís debió de pensar cuando, hojeando Seara Nova (¿leería Agustina Bessa-Luís Seara Nova?), se dio de bruces con una crítica de un libro suyo firmado por mí. No la censuraré si lo pensó, aunque su ego puede haber encontrado una rápida compensación en las líneas que venían a continuación. Cito de memoria: «Si hay en Portugal un escritor que participe de la naturaleza del genio, es Agustina Bessa-Luís». Lo dije y lo repito hoy. Es cierto que más adelante escribía: «Ojalá no se duerma con el sonido de su propia música». ¿Había un puntito de malicia en esta observación? Es posible, pero bastante perdonable, tratándose de un crítico neófito que buscaba un lugar propio en la plaza literaria…¿Se durmió? ¿No se durmió? Pienso que no. Que algunos de sus lectores hubieran deseado que Agustina, con su inagotable libertad de espíritu (que la tenía), se lanzara por otras rutas y otras aventuras literarias, es comprensible, pero lo que a Agustina más parece haberle interesado, la comedia humana de Entre-Duero-y-Miño, eso fue ejemplarmente cumplido. No es disminuirla decir que la vastísima y poderosa obra de Agustina Bessa-Luís tiene, entre todas las otras posibles lecturas, una lectura sociológica. Cada uno en su terreno, cada uno en su tiempo, cada uno según sus especificidades personales y artísticas, Balzac y Agustina Bessa-Luís hicieron lo mismo: observar y relatar. El siglo XIX francés se entiende mejor leyendo a Balzac. La luz que irradia la obra de Agustina nos ayuda a ver con más nitidez lo que fue la mentalidad de cierta clase social en el siglo XX. Y también, ya puestos, la del final de nuestro siglo XIX. En verdad, en verdad, no es trabajo para alguien que hubiera estado dormido…

Día 2

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