Читаем El Último Ritual полностью

Llegó la comida y se pusieron a comer en silencio. Þóra se sintió un poco incómoda. Aquel hombre no era, evidentemente, uno de esos con los que es fácil estar sin decir nada. Además, a ella nunca se le había dado bien hablar por hablar, aunque el silencio resultase opresivo, de modo que decidió no decir nada.

Pidieron café y enseguida llegaron a la mesa dos humeantes tazas, un azucarero y una jarrita de plata con la leche.

Þóra tomó un sorbo de café y rompió el silencio.

– ¿Podría echar un vistazo al contrato?

Él hombre alargó el brazo para coger la cartera que estaba al lado de la mesa y sacó una carpeta delgada. Se la pasó a Þóra por encima de la mesa.

– Quédeselo. Podemos repasar mañana los cambios que quiera introducir, y yo informaré a los Guntlieb. Es un contrato razonable y dudo que tenga usted que estudiarlo demasiado. -Volvió a inclinarse y sacó otra carpeta más gruesa. La puso en la mesa, entre los dos-. Llévese también esto. Es la carpeta de la que hablé antes. Creo que sería conveniente que la mirase un poco, aunque sea por encima, antes de marcharse. En este asunto hay algunos aspectos tristes y nada agradables que prefiero que conozca de antemano.

– ¿Cree que yo sola no podré? -preguntó Þóra un poco irritada.

– A decir verdad, no lo sé. Por eso le pido que eche un vistazo. Hay fotos de escenas que no son precisamente agradables y mucho material de lectura que no es mucho mejor. Empecé a dudar sobre algunos pasos de la investigación con la ayuda de una persona cuyo nombre prefiero no mencionar. -Puso la mano sobre la carpeta-. Aquí se encuentran también datos sobre la vida de Harald. Sólo los conocen muy pocas personas y debe seguir siendo así. Confío en que si en algún momento decide usted abandonar, guardará silencio sobre estas cuestiones. La familia no desea en absoluto que se conozcan. -Levantó la mano de la carpeta y la miró a los ojos-. No quiero aumentar sus penas.

– Comprendo -respondió Þóra-. Puedo asegurarle que nunca voy por ahí contando cosas de mi trabajo. -Ella también le miró fijamente y añadió con determinación-: Jamás.

– Bien.

– Pero ya que ha recopilado todas estas cosas… ¿para qué me necesitan a mí? Usted parece haber obtenido una información que yo habría sido incapaz de reunir.

– ¿Quiere saber por qué la necesitamos a usted?

– Creo que acabo de preguntarlo.

El hombre respiró sonoramente por la nariz.

– Le voy a decir por qué. Yo soy extranjero en este país, y encima, alemán. Es necesario hablar con personas que jamás me contarían nada de importancia. Yo no he hecho más que arañar la superficie y la mayor parte de la información sobre cuestiones personales de Harald la obtuve en Alemania. A la gente no le gusta demasiado discutir detalles desagradables y difíciles con una persona como yo.

– Me lo puedo imaginar -dijo Þóra sin pensárselo.

Al instante, el hombre sonrió. Þóra se vio sorprendida al observar que su sonrisa era bonita, auténtica de alguna forma, a pesar de que los dientes eran artificialmente blancos y bien formados. No pudo menos que responder a la sonrisa, pero enseguida añadió, incómoda:

– ¿Qué detalles desagradables son ésos que tendré que discutir yo con esas personas?

La sonrisa del hombre desapareció tan deprisa como había aparecido.

– Sexo con asfixia, autotortura, magia, alteraciones corporales y otras formas de conducta anormal, propias de individuos seriamente alterados.

Þóra se sintió totalmente perdida.

– No estoy segura de saber realmente adonde va todo esto. «Sexo con asfixia» es algo que nunca había oído. -A lo mejor se trataba de que la falta de sexo les producía como una especie de asfixia…

Cuando apareció la sonrisa por segunda vez, ya no era tan amistosa como antes.

– Bah, ya se enterará. No se preocupe lo más mínimo.

Terminaron el café sin decir una palabra; después Þóra cogió la carpeta y se dispuso a regresar a la oficina. Acordaron volver a verde al día siguiente y se despidieron.

Cuando Þóra estaba alejándose de la mesa, el hombre le puso la mano sobre el hombro.

– Una cosa más para terminar, Frau Guðmundsdóttir.

Ella se dio la vuelta.

– Olvidé decirle por qué estoy convencido de que el hombre que detuvo la policía no es el asesino.

– ¿Por qué?

– No tenía los ojos de Harald.

Capítulo 3

Þóra, por naturaleza, no tenía miedo a los ladrones, pero en el camino de regreso tras la reunión con Matthew procuró llevar su cartera bien sujeta. No podía ni imaginarse tener que llamar a aquel hombre para anunciarle que le habían robado los papeles. Por eso se sintió tan aliviada cuando cruzó la puerta del bufete. La recibió un fuerte olor a humo.

– Bella, sabes que está prohibido fumar aquí.

Bella se apartó sobresaltada de la ventana en un torpe intento de decir algo.

– No estaba fumando. -Mientras lo decía, un hilo de humo se le escapó por la comisura de la boca. f»óra suspiró.

– Pues tienes un incendio en la boca. -Y añadió-: Cierra la ventana y fuma en la sala del café. Te sentará mejor que tener que salir a dar vueltas a la manzana.

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Жоэль Диккер

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