– Ya se verá. Matthew llevará preparado el contrato que tiene usted que firmar. Tómese el tiempo necesario para leerlo.
A Þóra le entraron ganas de decirle a la señora que se fuera al demonio. No toleraba semejante trato, ni semejantes brusquedades. Cuando su mente voló, sin que ella quisiera, hasta ella misma, los niños, y un hombre de veintiséis años, todos juntos, al aire libre, se tragó el orgullo y murmuró unas palabras para mostrar su acuerdo.
– Vaya al Hotel Borg a las doce. Matthew podrá contarle algunas cosas que no han aparecido en los periódicos. Algunas cosas no se pueden imprimir.
Þóra sintió un escalofrío al oír la voz de la mujer. Era brusca e insensible a la vez, pero al mismo tiempo había en ella algo como quebrado. Probablemente uno sonaba así en situaciones como ésta. Ella no dijo nada.
– ¿Podrá ir? ¿Conoce el hotel?
Þóra casi se echó a reír: ¡que si conocía el hotel más famoso de toda Islandia, una auténtica institución!
– Sí, creo que me las apañaré. Supongo que sí. -Aunque hubiera intentado dejar un cierto margen a la duda, Þóra sabía que estaría en el Borg a las doce. Sin falta.
Capítulo 2
Þóra miró el reloj y dejó el caso en el que estaba trabajando. Otro cliente que se negaba a afrontar el hecho de que su caso estaba perdido. Se sentía satisfecha de sí misma, había solucionado algunos asuntos menores y le quedaba tiempo antes de ir a ver a Herr Matthew Reich. Llamó a Bella por el intercomunicador.
– Tengo que ir al centro a ver a alguien. No sé cuánto tardaré, pero mejor que no cuentes conmigo por un buen rato. -Al otro lado de la línea sonó un gruñido que Þóra tuvo que interpretar como expresión de acuerdo. Por Dios, ¿tanto le costaría decir simplemente «sí»?
Þóra cogió el cuaderno y guardó la agenda en la cartera. Todo lo que sabía era lo que habían dicho los medios de comunicación. Pero lo cierto es que no había seguido la noticia con especial atención. Lo que recordaba era principalmente lo siguiente: un estudiante extranjero había sido asesinado, el cuerpo mutilado de forma inexplicable y un traficante de drogas, que mantenía constantemente su inocencia, había sido detenido. De todo esto no había demasiado que sacar.
Mientras se ponía el abrigo, Þóra se examinó en el espejo. Sabía que era fundamental causar buen efecto en el primer encuentro, muy especialmente cuando la persona en cuestión era alguien importante. Dime cómo vistes y te diré quién eres, afirman quienes saben del asunto. Y por tus zapatos te conocerán. Eso no había conseguido entenderlo nunca. Sus zapatos eran, en el mejor de los casos, algo más que aceptables y el traje pantalón era el propio de un auténtico abogado. Þóra se pasó los dedos por su cabello largo y rubio.
Rebuscó en su cartera, encontró por fin el lápiz de labios y se lo pasó a toda prisa. Por lo general casi no utilizaba maquillaje, apenas una crema hidratante y máscara por las mañanas. El lápiz de labios lo llevaba por si se presentaba alguna ocasión imprevista, como ésta. El lápiz tenía el color adecuado y la llenaba de confianza en sí misma. Estaba contenta de parecerse a su madre en vez de a su padre, al que una vez habían pedido que posara como doble de Winston Churchill. Desde luego, probablemente no se podía decir que fuera guapa o elegante, pero los pómulos altos y los ojos azules y almendrados hacían que siempre se la pudiese considerar atractiva. Además había tenido la fortuna de heredar la complexión de la parte materna de la familia, de modo que siempre estaba más bien delgada.
Þóra le mandó un saludo a su socio y Bragi le respondió con un «que te vaya muy bien». Le había hablado de la conversación con la señora Guntlieb y el posible encuentro con su hombre de confianza. A Bragi le había parecido de lo más emocionante, pensaba que el hecho de que un cliente extranjero se pusiera en contacto con ellos era señal evidente de que estaban en el camino adecuado. Incluso había estado dándole vueltas a la posibilidad de añadir
El viento que soplaba en la calle acabó de despejarla. Hacía un frío poco habitual en noviembre, que anunciaba un invierno largo y duro. Claro que servía de compensación para el verano increíblemente templado que habían dejado atrás. Þóra estaba convencida de que el clima estaba cambiando, fuera a causa de variaciones climatológicas naturales o por el efecto invernadero. Por el bien de sus hijos, esperaba que se tratase de lo primero, pero en su fuero interno sabía que no era así. Se protegió las mejillas con el cuello del jersey para no llegar a la reunión con las orejas congeladas. El Hotel Borg estaba demasiado cerca para que valiese la pena coger el coche del taller. Sólo Dios sabía lo que pensaría el alemán si la viese con aquel cacharro. En ese caso, sus zapatos tendrían ya poco que decir, eso lo tenía bien claro.