Читаем En el primer cí­rculo полностью

—¡Illys Terentich! ¿Has olvidado al segundo mandamiento de los prisioneros? No claves tu cabeza en la pica. Khorobrov miró fijamente a Adamson.


—Aquello fue una orden anticuada de tu "perdida ola" de prisioneros. ¡Pórtense bien, y ellos los matarán a todos!


El reproche era, como suele, ocurrir injusto. Fueron aquellos hombres arrestados con Adamson quienes justamente habían organizado las huelgas en Vorkuta. Pero todo conducía al mismo final de todas maneras. No se podía explicar esto a Khorobrov, precisamente en ése momento y el "mandamiento" había sido inventado por la última ola de prisioneros.


Adamson simplemente se encogió de hombros y dijo: —Si hace usted una escena, lo enviarán lejos a algún campo de trabajos forzados.


—¡Y eso, Grigory Borisich, es lo que yo deseo! Si hay trabajo forzado, es trabajo forzado, al infierno con ellos; por lo menos tendré buenos camaradas. Tal vez no haya informadores allí.


Rubín como siempre llegó tarde, no había tomado su té. Estaba parado cerca de Potapov con su barba despeinada, próximo a la tarima de Nerzhin y hablaba amistosamente a su ocupante.


—¡Feliz cumpleaños, mi joven Montaigne, mi tontuelo!


—Estoy muy emocionado, Levchik, pero para que...


Nerzhin arrodillado en su campo sostenía el cartapacio. Era claramente una labor de prisionero; o sea el más cuidadoso trabajo del mundo, pues los prisioneros nunca se apuran. Tenía pequeños bolsillos en percal borravino, ajustado con botones y con excelente papel adentro. Todo aquel trabajo había sido hecho, desde luego, en tiempo que pertenecía al gobierno.


—además, de todos modos, no lo dejan a usted escribir mucho en la sharashka—excepto denuncias.


—Y mis deseos para ti —los gruesos labios de Rubín sobresalían en su cómico gesto— es que su escéptico, ecléctico cerebro fluya con la luz de la verdad.


—Y ¿cuál es la verdad paisano? ¿Puede alguien saber cuál es realmente la verdad...? — dijo Gleb y suspiró. Su cara rejuvenecida en la espera de la visita, se cubrió de nuevo con cenicientas arrugas. Sus rubios cabellos le colgaban de cada lado.


Sobre la siguiente tarima encima de la de Pryanchicov, un calvo y gordo ingeniero, apacible, entrado en años, usaba los últimos segundos de tiempo libre para leer un diario que había obtenido de Potapov. Abriéndolo a todo lo ancho de sus brazos, a veces hacía un gesto y movía ligeramente los labios al leer. Cuando sonó la campanilla en el corredor, dobló la hoja apresuradamente.


—¿Qué infierno es todo esto, diablos? ¿Prosiguen con la idea de dominar el mundo?


Y miró alrededor buscando un lugar conveniente para tirar el diario.


Del otro lado de la habitación, el inmenso Dvoyetyosov, cuyas grandes piernas colgaban de su tarima, preguntó en voz baja:


—¿Y tú, Zemelya? ¿La dominación del mundo no se ha enseñoreado en ti? ¿Acaso no lo ambicionas?


—¿De mí? — respondió Zemelya, sorprendido, como si la pregunta fuera hecha en serio—. No, no, — dijo sonriendo abiertamente—. ¿Para qué diablos habría de necesitarla?


—No lo deseo. — Y rezongando comenzó a descender.


—Bien, en tal caso, descendamos y vamos a trabajar, — dijo Dvoyetyosov, saltando con todo su peso sobre el piso.


La campana volvió a sonar. Llamaba a los prisioneros al trabajo del domingo. Su campanilleo les decía que la inspección había concluido y que la "Puerta Sagrada" de la escalera del instituto había sido abierta; los zeks se apresuraban para salir en apretado grupo.


Ya la mayor parte de ellos estaba afuera. Doronin el primero Sologdin, que había cerrado la ventana mientras los demás tomaban su té, la abrió ahora de nuevo, sujetándola con un volumen de Ehrenburg, y se apuró para alcanzar en el corredor al profesor Chelnov que acababa de abandonar su "celda de profesor". Como siempre, Rubín que no tuvo tiempo de hacer nada esta mañana, apresuradamente ponía lo que no había concluido de comer y de beber en su mesa de luz. (Algo se derramó en ella). Y él se esmeraba con su gibosa, imposible y desarreglada cama, tratando vanamente de tenderla de manera que no lo llamasen para rehacerla más tarde.


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