Tumbados en los camastros, los ciegos esperaban que el sueño se compadeciera de su tristeza. Discretamente, como si hubiera peligro de que los otros pudieran ver el mísero espectáculo, la mujer del médico ayudó al marido a asearse lo mejor posible. Había ahora un silencio dolorido, de hospital, cuando los enfermos duermen, y sufren durmiendo. Sentada, lúcida, la mujer del médico miraba las camas, los bultos sombríos, la palidez fija de un rostro, un brazo que se movía en sueños. Se preguntaba si alguna vez se quedaría ciega como ellos, qué razones inexplicables la habrían preservado hasta ahora. Con un gesto fatigado se llevó las manos a la cara para apartar el pelo, y pensó, Vamos todos a oler mal. En aquel momento, empezaron a oírse unos suspiros, unos gemidos, unos jadeos, primero sofocados, murmullos que parecían palabras, que debían de serlo, pero cuyo significado se perdía en un crescendo que las iba convirtiendo en sonido ronco, en grito y, al fin, en estertor. Alguien protestó desde el fondo de la sala, Puercos, son como cerdos. No eran puercos, sólo un hombre ciego y una mujer ciega que probablemente nunca sabrían uno del otro más que esto.
Un estómago que trabaja en falso amanece pronto. Algunos de los ciegos abrieron los ojos cuando la mañana aún venía lejos, y no fue por culpa del hambre sino porque el reloj biológico, o como se llame eso, estaba desajustándose, supusieron que era ya día claro, y pensaron, Me he quedado dormido, y pronto comprendieron que no, allí estaba el roncar de los compañeros que no daba lugar a equívocos. Dicen los libros, y mucho más la experiencia vivida, que quien madruga por gusto o quien por necesidad tuvo que madrugar, tolera mal que otros, en su presencia, sigan durmiendo a pierna suelta, y con razón doblada en este caso del que hablamos, porque hay una gran diferencia entre un ciego que esté durmiendo y un ciego a quien de nada le ha servido el haber abierto los ojos. Estas observaciones de tipo psicológico que, por su finura, aparentemente poco tienen que ver con las dimensiones extraordinarias del cataclismo que el relato se viene esforzando en describir, sirven sólo para explicar la razón de que estuvieran despiertos tan temprano los ciegos todos, a algunos, como se dijo al principio, los agitó desde dentro el estómago, pero a otros los arrancó del sueño la impaciencia nerviosa de los madrugadores, que no se cuidaron de hacer más ruido que el inevitable y tolerable en ayuntamientos de cuartel y sala hospitalaria. Aquí no hay sólo gente discreta y bieneducada, algunos son unos zotes de poca crianza, que se alivian matinalmente con gargajos y ventosidades sin pensar en quien al lado está, verdad es que durante el día obran de la misma conformidad, por eso la atmósfera va tornándose cada vez más pesada, y no hay nada que hacer contra esto, que la única abertura es la puerta, a las ventanas no se puede llegar de altas que están.