Se abrió el portón de par en par. Llevado por sus hábitos cuarteleros, el sargento mandó formar en columnas de a cinco, pero los ciegos no conseguían atinar con la cuenta, unas veces eran de más, otras de menos, acabaron amontonándose todos a la entrada, como civiles que eran, sin ningún orden, ni se acordaron siquiera de poner delante a las mujeres y a los niños, como en los otros naufragios. Hay que decir, antes de que se nos olvide, que no todos los disparos habían sido hechos al aire, uno de los conductores de los autobuses se negó a ir con los ciegos, protestó, dijo que veía perfectamente, el resultado, tres segundos después, vino a darle la razón al ministerio de Sanidad cuando afirmaba que estar muerto es estar ciego. El sargento dio las órdenes ya conocidas, Sigan adelante, en línea recta, hay una escalera con seis peldaños, seis, cuando las alcancen, suban lentamente, si alguien tropieza, no quiero ni pensar lo que ocurrirá, la única recomendación que se echó en falta fue la de seguir la cuerda, pero se comprende, si la usasen no acabarían nunca de entrar, Atención, recomendaba el sargento, ya tranquilo porque estaban todos del otro lado del portón, hay tres salas a la derecha y tres a la izquierda, cada sala tiene cuarenta camas, que no se separen las familias, procuren no atropellarse, cuéntense a la entrada, pidan a los que están allí que les ayuden, ya verán cómo todo va bien, acomódense tranquilos, tranquilos, luego les daremos la comida.