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Harry luchó con las sogas qué lo ataban, pero no se aflojaron. Tenía que evitar que Quirrell centrara toda su atención en el espejo.

—Pero Snape siempre pareció odiarme mucho.

—Oh, sí—dijo Quirrell, con aire casual— claro que sí. Estaba en Hogwarts con tu padre, ¿no lo sabías? Se detestaban. Pero nunca quiso que estuvieras muerto.

—Pero hace unos días yo lo oí a usted, llorando... Pensé que Snape lo estaba amenazando...

Por primera vez, un espasmo de miedo cruzó el rostro de Quirrell.


—Algunas veces —dijo— me resulta difícil seguir las instrucciones de mi maestro... Él es un gran mago y yo soy débil...

—¿Quiere decir que él estaba en el aula con usted? —preguntó Harry

—Él está conmigo dondequiera que vaya —dijo con calma Quirrell—. Lo conocí cuando viajaba por el mundo. Yo era un joven tonto, lleno de ridículas ideas sobre el mal y el bien. Lord Voldemort me demostró lo equivocado que estaba. No hay ni mal ni bien, sólo hay poder y personas demasiado débiles para buscarlo... Desde entonces le he servido fielmente, aunque muchas veces le he fallado. Tuvo que ser muy severo conmigo. —Quirrell se estremeció súbitamente—. No perdona fácilmente los errores.

Cuando fracasé en robar esa Piedra de Gringotts, se disgustó mucho. Me castigó...

decidió que tenía que vigilarme muy de cerca...

La voz de Quirrell se apagó. Harry recordó su viaje al callejón Diagon... ¿Cómo había podido ser tan estúpido? Había visto a Quirrell aquel mismo día y se habían estrechado las manos en el Caldero Chorreante.

Quirrell maldijo entre dientes.

—No comprendo... ¿La Piedra está dentro del espejo? ¿Tengo que romperlo?

La mente de Harry funcionaba a toda máquina.

«Lo que más deseo en el mundo en este momento —pensó— es encontrar la Piedra antes de que lo haga Quirrell. Entonces, si miro en el espejo, podría verme encontrándola... ¡Lo que quiere decir que veré dónde está escondida! Pero ¿cómo puedo mirar sin que Quirrell se dé cuenta de lo que quiero hacer?

Trató de torcerse hacia la izquierda, para ponerse frente al espejo sin que Quirrell lo notara, pero las sogas que tenía alrededor de los tobillos estaban tan tensas que lo hicieron caer. Quirrell no le prestó atención. Seguía hablando para sí mismo.

—¿Qué hace este espejo? ¿Cómo funciona? ¡Ayúdame, Maestro!

Y para el horror de Harry, una voz le respondió, una voz que parecía salir del mismo Quirrell.

—Utiliza al muchacho... Utiliza al muchacho...

Quirrell se volvió hacia Harry.

—Sí... Potter... ven aquí.

Hizo sonar las manos una vez y las sogas cayeron. Harry se puso lentamente de pie.

—Ven aquí —repitió Quirrell—. Mira en el espejo y dime lo que ves.

Harry se aproximó.

«Tengo que mentir —pensó, desesperado—, tengo que mirar y mentir sobre lo que veo, eso es todo.»

Quirrell se le acercó por detrás. Harry respiró el extraño olor que parecía salir del turbante de Quirrell. Cerró los ojos, se detuvo frente al espejo y los volvió a abrir.

Se vio reflejado, muy pálido y con cara de asustado. Pero un momento más tarde, su reflejo le sonrió. Puso la mano en el bolsillo y sacó una piedra de color sangre. Le guiñó un ojo y volvió a guardar la Piedra en el bolsillo y, cuando lo hacía, Harry sintió que algo pesado caía en su bolsillo real. De alguna manera (era algo increíble) había conseguido la Piedra.

—¿Bien? —dijo Quirrell con impaciencia—. ¿Qué es lo que ves?

Harry, haciendo de tripas corazón, contestó:

—Me veo con Dumbledore, estrechándonos las manos —inventó—. Yo... he ganado la copa de la casa para Gryffindor. Quirrell maldijo otra vez.

—Quítate de ahí —dijo. Cuando Harry se hizo a un lado, sintió la Piedra Filosofal contra su pierna. ¿Se atrevería a escapar?

Pero no había dado cinco pasos cuando una voz aguda habló, aunque Quirrell no movía los labios.


—Él miente... él miente...

—¡Potter, vuelve aquí! —gritó Quirrell—. ¡Dime la verdad! ¿Qué es lo que has visto?

La voz aguda se oyó otra vez.

—Déjame hablar con él... cara a cara...

—¡Maestro, no está lo bastante fuerte todavía!

—Tengo fuerza suficiente... para esto.

Harry sintió como si el Lazo del Diablo lo hubiera clavado en el suelo. No podía mover ni un músculo. Petrificado, observó a Quirrell, que empezaba a desenvolver su turbante. ¿Qué iba a suceder? El turbante cayó. La cabeza de Quirrell parecía extrañamente pequeña sin él. Entonces, Quirrell se dio la vuelta lentamente.

Harry hubiera querido gritar, pero no podía dejar salir ningún sonido. Donde tendría que haber estado la nuca de Quirrell, había un rostro, la cara más terrible que Harry hubiera visto en su vida. Era de color blanco tiza, con brillantes ojos rojos y ranuras en vez de fosas nasales, como las serpientes.

—Harry Potter... —susurró.

Harry trató de retroceder, pero sus piernas no le respondían.

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