Esta estrellita que cintila débilmente en el cielo de la Tierra fue también su sol, el que ella nunca había visto.
— Es interesante cómo comprenderá Guianeya vuestro mundo — preguntó pensativo.
— Esta cuestión está clara — contestó Viyaya —. Guianeya está preparada para nuestra vida debido a su larga estancia en la sociedad comunista de la Tierra. Si Liyagueya jamás se adaptaría a nuestra vida como un miembro completamente igual, Guianeya lo hará con toda facilidad. Está preparada — repitió —. Y además es muy joven.
— ¿Y si no es así?
— ¿Tienes en cuenta la vejez moral?
— Ha pasado a través de la muerte — respondió evasivamente Murátov.
Viyaya le miró fijamente.
— Yo comprendo — dijo — lo que te obliga a ti y a todos vosotros a preocuparos de Guianeya. Teméis las consecuencias de vuestro último acto. Pero créeme, Víktor, llegará el tiempo, y no dentro mucho, cuando Guianeya agradecerá a todos vosotros el que no la hayáis dejado cometer este gran error.
— ¿Cuándo pensáis despertarla?
— Sólo cuando estemos en la patria. Será lo mejor — continuó Viyaya —. Para ella sería más difícil volver a la vida consciente en la Tierra.
— ¡Tienes razón!
— Guianeya se adaptará rápidamente entre nosotros. Y pronto, muy pronto será una mujer más entre las nuestras y encontrará su felicidad. La habéis preparado bien.
Murátov quedó pensativo. Tenía fe en la sabiduría y la experiencia de su interlocutor, y se enorgulleció de la ciencia de la Tierra, que supo cerrar ante Guianeya las puertas de la muerte. ¡Vivirá!
Guianeya, con todas las contradicciones de su naturaleza complicada, era una prueba brillante de que no existen vicio, odio y maldad congénitos. Todo depende en dónde y cuándo viva la persona, depende del medio ambiente que forma sus concepciones y su carácter.
— Hasta ahora no sé cómo llamáis a vuestro planeta — pronunció Murátov mirando al cielo lleno de estrellas.
— Aquella que tú también conoces — respondió Viyaya — recibió el nombre de su patria. Nuestro planeta se llama Guianeya.
FIN