Читаем Guianeya полностью

 — Para ser siempre y en todo consecuente — contestó la huésped —. Usted sabe que hoy mismo por el día yo no pensaba en el vuelo a la Luna. Su hermana es culpable de que yo tenga este deseo.

 — ¿Se lo ha aconsejado ella?

De nuevo, tal como había sucedido en el cohetódromo de Selena, se deslizó una sonrisa de desprecio por la cara de Guianeya, y Murátov comprendió que esta sonrisa no guardaba relación con Marina, sino con él. Guianeya se asombraba de su falta de perspicacia.

«Decididamente, yo no sé hablar con ella — pensó Murátov —. Me olvido de que no es una mujer de la Tierra y que tiene otras concepciones. Y yo mismo estropeo su criterio sobre mí.»

Hubiera querido al instante contarle los motivos de su conducta, demostrar que la comprende bien, pero se retuvo, sabiendo que esto sólo empeoraría la situación. Ella apreciaría sus palabras como un deseo pretencioso de mostrar su inteligencia, y como contestación recibiría otra sonrisa despectiva.

«Yo mismo soy culpable — pensó Murátov —. Esta es una lección para el futuro. Tales errores no se pueden consentir.»

 — Nadie me ha convencido — dijo Guianeya —. Y nadie me ha aconsejado. Para esto es necesario saber todo lo que yo sé y que nadie puede saber en la Tierra. ¿De dónde podía saber Marina que yo iba a ser útil a su expedición? Esto sólo lo sé yo.

 — ¿Usted nos quiere ayudar a encontrar los satélites?

 — De una forma rara los denomina usted. Su nombre no puede ser traducido a su idioma. Sí, les quiero ayudar y puedo hacerlo. Marina ha sabido demostrarme que esto es mi deber. Es necesario ser consecuente — repitió Guianeya —. Lo que ustedes quieren encontrar, y es necesario hacerlo cuanto antes, es invisible para ustedes, pero no para mí. Nuestros ojos ven más que los suyos. Esto lo sé hace mucho tiempo. ¿Entonces, dígame, me llevan con ustedes o no? ¡ — Claro que la llevamos. Esto es para nosotros una alegría. Ahora mismo le comunicaré su deseo a Stone. Es el jefe de nuestra expedición — aclaró Murátov.

 — Lo sé.

Murátov utilizó el momento oportuno. — Sí — dijo —, casi me había olvidado. Usted siempre sabe exactamente quién es el jefe en un momento determinado...

Vio que Guianeya había comprendido la alusión.

Pero respondió saliéndose por la tangente.

 — Yo he leído algo sobre esto. Mejor dicho me lo ha leído Marina. En el Japón — (por primera vez, hablando en español, se cortó Guianeya en esta palabra) — no había nada escrito en el idioma que yo sé.

Guianeya se levantó.

 — Gracias, Guianeya — dijo Murátov —. Gracias en nombre de todos. Estoy muy contento de que usted haya cambiado su actitud para con nosotros.

 — Esto podía haber tenido lugar antes. Usted tiene la culpa, Vífctor. No había por qué menospreciarme.

Murátov no encontró palabras para responder a esta manifestación.

 — Pienso que habrá un traje para mí. Los dos tenemos casi la misma talla.

 — Claro que habrá. Usted ha visto en Hermes nuestros trajes «cósmicos». ¿Son parecidos a los suyos? — Murátov no pudo contenerse a la tentación de probar una vez más la suerte.

Esta vez consiguió su objetivo.

 — No del todo — contestó Guianeya —. Pero en general son parecidos.

 — Pensábamos que su vestido de color oro era un traje para los vuelos.

 — Es una suposición absurda — respondió bruscamente Guianeya —. ¿Acaso puede uno volar vestido de esta forma?

 — ¿Por qué se presentó usted ante nosotros precisamente de esta forma?

Esperando la respuesta retuvo la respiración.

¿Se descifraría o no uno de los enigmas?...

Una profunda desilución se apoderó de él cuando Guianeya en vez de la respuesta dijo:

 — ¡Hasta mañana! No es necesario que me acompañe. Sé que ustedes tienen esta rara costumbre. Me he alojado cerca de aquí.

 — ¿Dónde se ha alojado?

 — Me lo indicaron inmediatamente en cuanto llegué. No sé cómo se llama la calle pero la casa está al lado de la suya. — Le miró con los ojos clavados en él —. Usted ha dicho que está contento porque he cambiado mi actitud para ccn ustedes. Esto no es cierto. Es la misma que antes. Pero he comprendido muchas cosas. Y no voy a explicar cuáles son.

Esto usted no lo comprenderá.

Estas palabras le recordaron a Murátov a la antigua Guianeya, «orgullosa y altiva», tal como les pareció a todos en Hermes.

 — ¡Haga la prueba! — dijo sonriendo Murátov —. Es posible que pueda comprenderla.

 — ¿Usted? — dijo ella subrayando esta palabra —. Es posible. Quiero pensar que es así — añadió —. Debo pensar así. Pero quisiera que me comprendieran todos. ¡Adiós!

Quedándose de nuevo solo, Murátov estuvo largo rato sentado en el sillón profundamente pensativo. Intentó comprender lo que quería decir Guianeya en la última frase.

Lo comprendió no ahora, sino mucho más tarde.

<p><strong>7 </strong></p>

El ojo humano percibe una parte relativamente pequeña del espectro de la energía radiante, limitado éste, por una parte, por las ondas rojas y, por otra, por las ondas violeta.

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