Una cosa estaba clara: Un acto tan hostil, como el que conocieron las personas de la Tierra, era una rarísima excepción. Y no había ningún fundamento para pensar que esta excepción pudiera repetirse.
La intervención cósmica, según había dicho justamente Frezer, podría haber tenido éxito en los tiempos de la juventud de la sociedad humana. Pero nunca cuando las personas se han unido y juntas pueden defenderse de cualquier peligro.
Es invencible la sociedad que vive formando una familia amiga y cohesionada, que ha alcanzado las altas cumbres de la ciencia y técnica.
7
— Esto comienza a intranquilizarme — dijo Marina.
Se levantó y defendiéndose los ojos con la palma de la mano miró hacia la lejanía del mar, refulgente por miríadas de lucecillas.
Las olas azul esmeralda del Mar Negro llegaban perezosamente a la orilla. Una neblina nacarada ocultaba la línea del horizonte. Y allá, en la lejanía se divisaba como colgado en el aire, un barco blanco. Estaba tan lejos que parecía inmóvil. Era un día casi sin viento, de vez en cuando se sentía un ligero soplo que no traía frescor, sino bochorno.
La negra cabeza de Guianeya no se veía por ninguna parte.
— Nada admirablemente — dijo indolente Víktor Murátov.
— Ha pasado más de una hora.
— ¿Qué quieres decir con esto?
— Que me intranquiliza.
Raúl García se irguió apoyándose en los codos.
— Vamos a buscarla — propuso.
— ¿En qué?
— En cualquier lancha. Si explicamos de qué se trata cualquiera nos la dejará.
— Esperemos un poco más.
La intranquilidad de la hermana se apoderó de Víktor. Se levantó y marchó hacia el agua.
Hoy habían nadado mucho. Guianeya todo el tiempo había estado con ellos, y cuando todos se cansaron se alejó sola. Pasó una hora entera y Guianeya no aparecía.
Había pasado un mes desde el regreso a la Tierra de la Séptima expedición lunar. La mayoría de las personas habían olvidado la alarma y emoción de aquellos días. Y sólo la presencia de Guianeya en la Tierra hacía recordar los extraordinarios acontecimientos.
Los participantes de la expedición decidieron disfrutar un mes de descanso y fueron al litoral del Cáucaso.
En los primeros días Guianeya no estaba con ellos porque había ido al Japón a buscar a Marina.
Durante este mes se aclararon muchas cosas. Guianeya era cada vez más franca. Se aclaró definitivamente que existía un mundo cuyos habitantes tenían una necesidad parentoria de encontrar un planeta para poblarlo. Dejó de ser un enigma el que Guianeya no recordara su patria, circunstancia que en su tiempo tanto soprendió a Víktor Murátov.
Había nacido en otro planeta encontrado por sus compatriotas y reconocido por ellos como no apto para su colonización. Guianeya nunca había visto su verdadera patria.
También quedó clara la personalidad de Riyagueya, científico, ingeniero (según conceptos terrestres), dirigente técnico de la expedición cósmica, que era, por lo visto, completamente distirito de los otros compatriotas de Guianeya. Siempre estuvo en contra del plan de sus colegas en lo referente a la Tierra, considerándolo como inhumano.
Insistía en quedarse en el primer planeta, reconstruir y poblarlo. No estaba claro por qué no estuvieron de acuerdo con él. Guianeya sobre esto calló algo.
Y aunque quedó completamente claro el objetivo del vuelo de la nave de la que desembarcó Guianeya, nadie en la Tierra experimentaría hacia ella un sentimiento de hostilidad.
Fue evidente el papel pasivo de esta muchacha, todos creyeron en sus palabras de que había volado hacia la Tierra en contra de su voluntad, y esto explicaba la simpatía que todos sentían hacia Guianeya.
Según Marina Murátova, Guianeya había cambiado asombrosamente después de su regreso de la Luna. Si antes se notaba en ella un temor velado ahora no quedaba ni rastro. Si antes Guianeya esquivaba a las personas, ahora buscaba su sociedad. Y por su deseo, por su iniciativa, Marina y Guianeya se unieron en seguida a los participantes de la Séptima expedición.
No era un misterio para nsdie la causa de este cambio. Guianeya sabía el peligro que amenazaba a las personas de la Tierra, esperaba la realización del plan criminal y temía de venganza. Era evidente que juzgaba a las personas según las costumbres y representaciones de sus compatriotas que, por lo visto, debían de ser severos y feroces.
Por algo, después de que habló con franqueza, Guianeya manifestó que estaba cerrado para ella el camino a la patria.
Ahora, cuando nada había pasado, cuando el plan había sido liquidado de raíz y ningún peligro se cernía sobre las personas, Guianeya dejó de tener miedo.
Todo esto era suficientemente verosímil para considerado como una verdad.
Claro está que nadie hubiera tocado a Guianeya incluso con la realización del plan, pero su alarma era comprensible.
Guianeya respondió con un «¡No!» categórico y firme a la pregunta de si sus compatriotas podrían enviar a la Tierra nuevos satélites-exploradores, y se negó a fundamentar detalladamente su respuesta.