Esta vez fue completamente imposible «basarse» en la referencia de un meteorito o de que los aparatos no funcionaban, ya que este hecho lo confirmaban los apuntes de los automáticos. Se alarmaron en el Instituto de cosmonáutica. El cuerpo desconocido, que amenazaba la seguridad de las vías interplanetarias, era necesario encontrarlo costara lo que costase. Los observatorios comenzaron las búsquedas. Sinitsin participó en ellas desde el principio. A su disposición estaba una potente y novísima instalación de radar por medio de la cual se realizaron trabajos por el «contorno lunar». Días enteros el rayo invisible tanteaba el espacio en un radio de cuatrocientos mil kilómetros de la Tierra. Y por fin, hace una semana cuando llegó Sinitsin al trabajo vio en la cinta del aparato registrador la señal tan esperada. A las tres cincuenta y nueve minutos y treinta segundos, a una altura de doscientos ochenta mil kilómetros había volado un cuerpo de
¿Sería posible que habría que reconocer su incapacidad?
Murátov llevaba sentado más de una hora sin moverse y pensaba intensamente. La primera afirmación de que no podían ser varios cuerpos iba esfumándose gradualmente, sustituida por la seguridad de que eran varios. Y no tres o cuatro sino dos. A esta conclusión conducía el análisis de todo el trabajo realizado por Serguéi y por él mismo.
¡Dos, sólo dos! Giraban alrededor de la Tierra, encontrándose siempre contrapuestos en ambas partes del planeta.
Esta suposición se la hizo también Serguéi. Se ocupó de calcular las órbitas posibles y llegó al absurdo.
A Murátov ni tan siquiera se le ocurría poner en duda la exactitud de los cálculos de su amigo. Lo de Serguéi todo estaba bien, todo, excepto…
Murátov salta del diván y se dirige a la mesa. Sí, es necesario comprobar esa variante, incluso en el caso de que parezca fantástica. Serguéi ha partido del supuesto de que son dos cuerpos surgidos
Entonces, claro está, ninguna de las órbitas pensadas corresponderá al movimiento real de los cuerpos, pero, si son…
En apoyo de esta suposición había muchos hechos.
Primero, los cuerpos no son visibles con el telescopio visual, incluso a una distancia corta (el caso de la astronave de carga). Esto se puede explicar debido a que están pintados con un color negro absoluto y no reflejan los rayos del Sol. Los cuerpos naturales no pueden tener este color.
Segundo, los radares los «ven» de lejos y no de cerca. Esto es más difícil de explicar, pero se puede suponer (fantaseando hasta el fin), que quienes los lanzaron han querido dificultar a las personas el hallazgo de estos cuerpos. Cómo lo han hecho, esa es otra cuestión.
Y, tercero, los cuerpos se mueven en dirección contraria al movimiento del planeta, al contrario de la rotación de la Tierra. Es cierto que este fenómeno se encuentra en la naturaleza, pero con poca frecuencia.
¡Se puede llegar a la conclusión de que son satélites artificiales de la Tierra lanzados desde otro sitio!
La tenaz memoria de Murátov recordaba que esta hipótesis fue expuesta en el siglo veinte. Una vez leyó algo sobre ella. ¿Cuál era el apellido del autor? Murátov pone en tensión la memoria. ¡Ah! Sí, Braithwell.
«Pero todos los satélites artificiales lanzados por el hombre se mueven según las leyes de la gravedad — pensó —. Vuelan por inercia, no poseen motor y ante la presencia de cualquier fuerza externa, la órbita puede adoptar el contorno más fantástico».
¿Facilita la resolución del problema esta nueva premisa? No, todo lo contrario, la dificulta. ¿Cómo averiguar la trayectoria, si es completamente desconocido su objetivo?
Pero a pesar de todo es necesario intentar algo puesto que son conocidos ocho puntas que pertenecen a dos órbitas. Es desconocido qué puntos determinados pertenecen a cada órbita. Pero la combinación de ocho puntos por cuatro no es mucho. ¿Y si a una órbita pertenecen tres, y a otra cinco? ¿O existe otra combinación cualquiera?