Si era cierta la hipótesis de la aparición periódica de los satélites alrededor de la Tierra, entonces podrían permanecer en su base mucho tiempo, pero si fueron allí sólo para ser cargados de energía, entonces este tiempo podría ser muy corto.
A los científicos les alegró tener la posibilidad inesperada y atrayente de «atrapar» a los satélites, pero esta misma posiblidad trajo consigo más dificultades para preparar la expedición. No se podía dejar en olvido la suerte del robotexplorador que fue una advertencia amenazadora. Los satélites, en el vuelo o en la base, podían «defenderse» de la misma forma de los intentos de acercarse a ellos.
En las fábricas de máquinas cibernéticas se construían y creaban, a marchas forzadas, robots especiales que pudieran resistir los ataques de antisubstancia. Confeccionaban trajes defensivos para las personas. Se esforzaron por disminuir todo lo posible la instalación voluminosa para crear los campos magnéticos en torbellino. Esta defensa agrupada se consideraba la más segura. Toda la Tierra participaba en los preparativos de la expedición que prometía ser la más notable en la historia de la humanidad. ¡Se trataba del primer contacto con otro raciocinio!
– ¿Entonces, estás firmemente decidido a no participar? — preguntó Sinitsin.
— No veo qué beneficio puedo yo aportar a la expedición — contestó Murátov.
— El mismo que yo, por ejemplo, y como los demás. ¿Es que en la «Titov» hiciste algo de particular?
— Por eso, precisamente.
— Tú y yo estamos estrechamente relacionados con este secreto — intentó Sinitsin convencer a su amigo —. Hemos encontrado los satélites, hemos calculado sus órbitas, y por fin hemos descubierto el enigma de su marcha. Por todo esto es natural que precisamente nosotros debamos participar hasta el final.
— No me convencen tus palabras. Una cosa son los cálculos, ésta es mi esfera, y completamente otra, las búsquedas. Para esto no son necesarios matemáticos sino científicos…
— E ingenieros.
— Sí, pero de otra especialidad.
– ¿Es decir, quieres que yo me dirija a la Luna sin ti? Esto es más peligroso que la expedición en la «Titov». — Sinitsin puso en juego la última carta —. Allá podemos encontrar a tus «amos». ¿No tienes interés en verlos?
— Los veré, lo mismo que las demás personas, ya que los traeréis a la Tierra. Claro está, si ellos quieren — añadió Murátov. Se sentó en el sillón, clavando una mirada pensativa en el techo —. Sabes Serguéi, no sé por qué he dejado de creer que puedan estar en la Luna. ¿Qué pueden hacer allí? ¡Sin aire, sin agua, encerrados en las entrañas de las montañas lunares! ¡Y así años y años!
– ¿Entonces, por qué tan tesoneramente has defendido esta hipótesis?
– ¿No sé por qué? ¡Yo mismo no lo sé! Me pareció… Y todavía ahora me parece — se le escapó —. No puede comprender de ninguna forma que la información que han recogido los satélites, haya sido transmitida a un sistema planetario vecino. ¡A una distancia tan gigantesca! ¿Para qué? ¿A quién puede ser necesario? ¿Y si se encuentran en la Luna, llevando así decenas de años? Esto es todavía más incomprensible. Me parece que toda nuestra teoría es inestable, nebulosa, carente de sentido. Aquí se encierra algo raro y no la recogida de información sobre nuestra Tierra. Hay algo que incluso no sospechamos, algo maligno, aunque, te parezca un anacronismo. ¡Sí, maligno!
¿Recuerdas la historia de los años sesenta del siglo pasado? Entonces lanzaron al cielo satélitesespías… Figúrate, que todos nos equivocamos, que los satélites no recogían ninguna información, que no estaban destinados para objetivos científicos. Entonces será mucho más fácil comprender la causa del enmascaramiento minucioso de estos satélites.
¿Es cierto o no?
— Está bien, supongamos esto — contestó Sinitsin —. Pero, entonces, será de todo punto inconcebible su rotación alrededor de la Tierra durante un siglo e incluso más.
– ¿Qué significa un siglo? Esto para nosotros, para las personas, un siglo es toda una vida. Pero desde el punto de vista de la historia de la humanidad esto no es tanto.
Vosotros, astrónomos, no conocéis ni un solo sistema planetario en las estrellas próximas al Sol, en el que pueda surgir una vida racional. ¿No es así? ¡Exactamente! Entonces, los amos de los satélites viven muy lejos. Es posible que el camino de ellos hacia nosotros dure muchos años, mientras que en su planeta pasan siglos. Hay para reflexionar.
Volaron hacia nosotros hace un siglo y dejaron «algo» cerca de la Tierra. Probablemente este «algo» debía esperar su segundo vuelo. ¿Para qué? Esto no lo sabemos.
— Estás en contradicción — dijo Sinitsin —. Unas veces afirmas su presencia cerca de la Tierra. Otras «hace cien años.»