Los satélitesexploradores no volvieron a aparecer cerca de la Tierra. Pero se podía suponer que habían cambiado el sistema de su «defensa» Y eran invisibles no sólo, como antes, por los telescopios visuales, sino también para los radiotelescopios. Si esto es así entonces ahora son mucho más peligrosos.
Las astronaves salían de la Tierra tomando grandes precauciones y sólo se les autorizaba a desarrollar su velocidad más allá de la órbita de la Luna.
No cesaron las búsquedas de la base secreta pero como antes no hubo resultados efectivos. Y en la opinión pública iba apareciendo, y fortaleciéndose gradualmente, la convicción de que en la Luna no había, y nunca hubo, ninguna base.
Los satélites, razonaban estas personas, no se ocultaron en la región del cráter Tycho, sino que es posible que hayan ido más allá de los límites del sistema solar. Encontrando en su camino espiral a la Luna, la pasaron y siguieron más adelante. Se podían explicar las señales registradas por las tres naves, como una radiación de los mismos satélites, que no tenía ningún sentido y que no era transmisión de radio. Podían haber lanzado ondas extracortas los motores desconocidos de los satélites, ya que nadie sabe su construcción y principios de funcionamiento. Y era una cosa «completamente casual» que las líneas de localización coincidieran en el cráter Tycho, ya que podían haber coincidido en cualquier otro lugar. ¡Tampoco tenía importancia el que estas líneas coincidieran en el mismo punto, donde, según los cálculos de Murátov y Sinitsin, terminaba la trayectoria de los dos satélites! ¡Estas casualidades suelen ocurrir!
La salvadora palabra «coincidencia» actuaba como un calmante en la opinión pública.
La mayoría de la población del globo terrestre pronto dejó de pensar en los satélites. La época era agitada. El pensamiento mundial liberado de las enmarañadas ideas seculares tomaba por asalto los secretos de la naturaleza con una energía y tenacidad desconocidas. Se sucedían uno tras otro descubrimientos que dejaban perplejos. El poder del hombre sobre la naturaleza crecía «a ojos vistas».
Pero los trabajadores de la cosmonáutica no podían olvidar, y no olvidaban, a los exploradores del mundo extraño. El secreto no descubierto continuaba pendiendo sobre la seguridad de las vías interplanetarias. El caso con la astronave «TierraMarte», a finales del siglo pasado, continuaba preocupando a los dirigentes del «Servicio del Cosmos». De ninguna manera se podía uno tranquilizar con la idea de que los satélites habían decidido no encontrarse con las naves terrestres. Aquella vez uno de ellos no sólo no se apartó, sino que chocó con la astronave. Esto podía repetirse en cualquier momento.
Si antes se empleaban las instalaciones de localización para notar a su debido tiempo el encuentro con los meteoritos, ahora los gravímetros eran una parte imprescindible del puesto de navegación de las astronaves. Pues cualquiera que fuera la defensa que utilizaran los amos de los satélites, sus masas sería imposible destruirlas o hacerlas «invisibles».
El trabajo en el cosmos se realizaba con todo orden, pero los astronautas sentían diariamente la incertidumbre de algún hecho inesperado. Era una necesidad perentoria descubrir el secreto, pero los científicos no encontraban el camino para ello.
¿Se encontraban todavía los satélites en el sistema solar?
Esta pregunta que era la fundamental y más importante, quedaba sin responder.
El personal de las estaciones científicas de la Luna, y en particular de la estación del cráter Tycho, observaba constantemente el espacio adyacente. La vigilancia por radio se realizaba de día y de noche. Si los satélites a pesar de todo se hubieran ocultado en la base lunar, tarde o temprano volverían a volar de nuevo alrededor de la Tierra. Esto podía tener lugar en cuanto recibieran la correspondiente señal y, ésta era necesario captarla, costara lo que costase.
Pero el tiempo pasaba y todo estaba tranquilo. No aparecían ni los satélites, ni las señales de radio dirigidas o que partieran de ellos.
Los miembros del consejo científico del Instituto de cosmonáutica mantenían la opinión de que la causa era el descanso correspondiente en el trabajo de los satélites, y que casualmente coincidió con el tiempo en que se realizó la expedición en la «Titov». Estas interrupciones sin duda alguna existieron antes. La aparición periódica de los satélites alrededor de la Tierra lo explicaba claramente el hecho de que no fueron hallados mucho antes.
¿Pero cuánto duraban estas interrupciones? Esto no lo podía saber nadie. Era necesario, posiblemente durante muchos años, tomar medidas contra el peligro desconocido y posiblemente inexistente. Y el medio único y radical era encontrar la base.