– ¿Y si es lo uno y lo otro? — Murátov se inclinó hacia adelante y miró fijamente a los ojos de su amigo —. ¿Y si ellos lanzaron los satélites durante su vuelo hacia nosotros hace cien años, y después ininterrumpidamente, comprendes, ininterrumpidamente los observan, sustituyendo el personal de su base en la Luna? ¿Acaso estos satélites no pueden ser muy importantes para ellos? ¿Es posible que esto sea un eslabón de un plan minuciosamente pensado?
– ¿Dirigido contra la humanidad de la Tierra?
– ¡En eso estamos! Tú mismo has hecho esa deducción lógica.
— Eres maestro en hacer que tu interlocutor piense lo mismo que tú. Pero no por esto tus razonamientos se convierten en la verdad. ¡Oh! Víktor, por lo que veo te has metido en un callejón sin salida. ¿Pero es posible pensar que la humanidad de un planeta creara un complot contra otra humanidad? Esto carece de todo sentido. Perdóname, pero no dices más que tonterías.
— Esta bien. Pero os aconsejo que andéis con mucha precaución cuando encontréis esta base.
— Entonces, decididamente resuelto…
— Sí. No voy con vosotros. Me han propuesto participar en otro asunto más interesante.
– ¿No es un secreto?
— Ningún secreto. ¿Has oído hablar del proyecto de Jean Leguerier?
– ¿El vuelo en un asteroide por el sistema solar?
— En Mermes.
– ¿Tú quieres volar en él?
— Todavía falta mucho para realizar este vuelo. Leguerier propone cambiar la órbita de Hermes, para que el asteroide vuele por todo el Sistema solar, desde Mercurio hasta Plutón. Entonces se puede enviar hacia él una gran nave cósmica y sin ningún gasto de energía recorrer volando todos los planetas.
– ¿Para qué vas a intervenir si no eres astrónomo?
— Es necesario calcular la órbita futura para que pase cerca de cada planeta durante este raid. Esta es un tarea muy complicada. Y todavía es más difícil obligar a Hermes a pasar a esta órbita por medio de fuerzas de reacción. En esto puedo ayudar a Leguerier como ingeniero y como matemático. Pero no voy a volar con él.
– ¡Te deseo suerte! — Murátov comprendió por el tono de su amigo que éste se había ofendido y entristecido —. Ocúpate de Hermes ya que esto es más interesante para ti.
– ¡Qué gracioso eres, Serguéi! ¿Para qué me necesitáis?
— Para nada nos haces falta — Sinitsin reflejó en su cara completa perlejidad —.
Sencillamente yo quisiera terminar este asunto juntos. Y en la expedición… cualquiera será más útil que tú.
Murátov se rió.
— De ti, Serguéi, saldrá un actor como de mi una bailarina. ¡Deja ya! Yo también estoy apesadumbrado, pero en verdad no puedo perder el tiempo. Te diré en secreto: no me gustó volar en el cosmos. Esto no es de mi agrado.
– ¡No hace ninguna falta! Quédate en la Tierra. Es más tranquilo… y seguro.
Murátov frunció el ceño.
— Esto ya es maldad y es injusto, Serguéi.
– ¡Bueno, perdóname! Yo no había pensado esto. Qué vamos a hacer si eres tan terco. Yo no puedo negarme aunque sé que mi aportación no será grande; pero estos satélites me tienen absorbido.
— Te comprendo. ¿Cuándo saldréis?
— Pasado mañana.
– ¿Tan pronto?
— Los preparativos han terminado.
Entonces repito tus palabras «¡te deseo suerte!» pero en el buen sentido de la palabra, sin ironías.
Pasados seis meses Sinitsin y Murátov se encontraron de nuevo en la misma habitación.
¡La expedición regresó con las manos vacías!
No fueron coronados por el éxito los esfuerzos para encontrar el refugio secreto de los dos satélitesexploradores. Nada indicó que en las entrañas de los contrafuertes escarpados del cráter Tycho se ocultara la base de un mundo extraño. No se pudo encontrar ningún vacío ni auscultando los terrenos montañosos, ni sondeándolos con ultrasonido, ni haciendo su radiografía, ni con la común y corriente perforación de las rocas. Parecía que nunca mano alguna había alterado la eterna tranquiliadad del cráter.
Las búsquedas se llevaron a cabo más allá de sus límites. Durante seis meses los participantes de la expedición exploraron, con los medios técnicos más potentes (desde la Tierra fueron enviadas una tras otra cinco astronaves cargadas de equipos) la superficie de la Luna en un radio de quinientos kilómetros a partir del centro del cráter.
¡Todo fue en balde! Si en realidad existía la base, estaba extraordinariamente enmascarada…
– ¿Te acuerdas de mis palabras de que yo no volaría con vosotros porque no quería perder el tiempo? — preguntó Murátov.
— Lo recuerdo. Tú quieres decir…
— Exactamente. Estaba absolutamente seguro de que no encontraríais esta base, en caso contrario obligatoriamente hubiera ido con vosotros.
– ¿Por qué estabas tan seguro?
— Porque las medidas de seguridad de que iban dotados los satélites me convencieron de que sus amos tienen motivos muy serios para ocultar sus intenciones a las personas de la Tierra.
6
Pasaron dos años.