Читаем Guianeya полностью

El dibujo estaba hecho con mano maestra. Murátov reconoció los rasgos de su cara que se veían a través del «cristal» del casco.

«Tiene una memoria admirable — pensó Murátov — ya que ha pasado año y medio desde entonces».

Estaba claro que Guianeya lo había dibujado recientemente, con probabilidad hoy mismo. Esto significaba que pensaba en él, que esperaba su llegada. Y era casi seguro que hubiera dejado a propósito el álbum abierto por esta página, para que lo viera.

«Pienso en usted y le quiero ver» — así se podía interpretar esto si se tratara de una mujer de la Tierra. Pero Guianeya tenía otras ideas, otras costumbres. Los motivos de sus actos no siempre eran comprensibles.

«Quién la comprende — pensó Murátov —. Es posible que esto signifique lo contrario:

«No le quiero ver, no he olvidado la ofensa». O alguna otra cosa, que no era posible averiguar.

Con indecisión mantenía el álbum en las manos. Si Guianeya había dibujado de memoria este episodio, entonces podía recordar y grabar otros. Más de la mitad del álbum estaba lleno. ¿Y si ella hubiera dibujado una vista de su patria?

A Murátov le temblaban las manos. No había más que volver una página y era posible que viera lo que nunca había visto el ojo humano.

Marina decía que Guianeya dibujaba con frecuencia pero que nunca mostraba sus dibujos.

La tentación era grande…

Pero a pesar de todo Murátov venció la curiosidad apremiante y dejó el álbum en su sitio.

El abusar de la confianza de la huésped sería una acción indigna. Probablemente estaba convencida de que nadie sin su permiso miraría el álbum. Guianeya ya conocía a las personas de la Tierra y creía en ellas.

«Era posible que ella misma mostrara los dibujos si se le pidiera».

Pero la esperanza tímida carecía claramente de fundamento. Una vez Marina se lo pidió, pero ni tan siquiera obtuvo una negativa cortés. Guianeya ni le contestó.

Murátov se dirigió lentamente hacia la puerta.

Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no retroceder. Volver violando todas las leyes de la moral, honradez y hospitalidad ¡y después toda la vida renegando de sí mismo!

Salió y cerró la puefta con violencia.

La Sexta expedición debía de aterrizar a las siete de la tarde. Ahora sólo eran las dos.

¿Qué iba a hacer durante estas cinco horas?

¿Ir a Selena e intentar encontrar en la enorme ciudad a Marina y a su acompañante?

Esto no sería tan difícil. Donde apareciera Guianeya inmediatamente lo notarían.

Cualquier persona le indicaría dónde buscarla. ¿Pero estaba bien mostrar tan a las claras su impaciencia? ¿No sería mejor verse en el cohetódromo como lo había indicado Marina en la nota?

Murátov entró en un comedor y encargó una comida de cuatro platos para alargar el tiempo.

Mientras le servían abrió una revista con fecha de ayer. Como suponía en una de las páginas se encontraba el retrato de Guianeya. Estaba al pie de un monumento al lado de Marina. Su rostro reflejaba animación y en sus labios se esbozaba una sonrisa.

¡Qué contraste entre esta Guianeya y la que recordaba Murátov! ¡Cómo había cambiado! No quedaba ni rastro de aquellos rasgos rígidos que le daban a su cara un aspecto de máscara. Ahora sabía con firmeza que entonces la cara de Guianeya, en el camino a la Tierra, era una máscara, la máscara trágica de la persona convencida de que lo que le espera puede ser triste y posiblemente terrible. ¡Este algo era desconocido para las personas de la Tierra, pero próximo y real para Guianeya!

Si no fuera por la forma de los ojos y el matiz de la piel, Guianeya podía pasar por la hermana de Marina, pues era muy grande el parecido entre ellas. Ambas tenían los cabellos negros, ambas iban vestidas de blanco, ambas esbeltas y altas. Guianeya le llevaba media cabeza a Marina y parecía la mayor. Pero en realidad cuántos años tenía, ningún terrestre lo sabía todavía.

Pronto se encontrarían. Ahora Murátov podía hablar con la huésped. Esto cambiaba en mucho sus futuras relaciones, ya que no le pasaría lo que antes cuando tuvo que explicar todo con gestos.

«Si no me vuelve la espalda como a Bolótnikov — pensó Murátov —. Y esto puede suceder si se ha ofendido por mi falta de atención.»

Pero en lo profundo del alma no creía que esto pudiera ocurrir así. Le parecía que Guianeya lo había dibujado en el álbum porque pensaba y quería esta entrevista.

«¡Es interesante cuál será la reacción de Guianeya cuando sepa que soy hermano de Marina!»

Rogó a su hermana que no dijera nada de esto, y estaba convencido de que su ruego había sido cumplido. Guianeya todavía no sabía nada de su parentesco.

Los pensamientos de Murátov fueron interrumpidos por la aparición del «camarero». Las manos mecánicas servían rápida y hábilmente la mesa. Un sonido silbante apenas perceptible acompañaba cada movimiento. Era de una construcción antigua, los modelos de última producción no emitían sonidos.

– ¡Gracias! — dijo maquinalmente Murátov cuando los platos fueron puestos.

El robot «inclinó la cabeza» y se marchó.

Murátov se sonrió. Los constructores habían incluso previsto esto.

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