Desde la ciudad olímpica llevaron a Kurtz al centro de la ciudad, en donde Kurtz se perdió adrede durante un rato, caminando al azar, según le dictara su capricho, hasta que los muchachos, que le guardaban las espaldas, le indicaron que podía acudir sin riesgo a la próxima cita. El contraste entre el anterior lugar y el nuevo no podía ser mayor. El destino de Kurtz era el último piso de una casa de altos aleros, de color de jengibre, en el corazón de la parte elegante de Munich. La calle era estrecha, con adoquines y muy cara. En ella había un restaurante suizo, un modista elegante que parecía no vender nada y, a pesar de ello, ser próspero. Kurtz llegó al piso después de subir una oscura escalera, y la puerta se abrió tan pronto Kurtz llegó al rellano, debido a que le habían estado viendo llegar a lo largo de la calle, mediante un circuito cerrado de televisión. Kurtz entró sin decir palabra. Los hombres que allí había eran mayores que los otros dos que le habían recibido. Antes eran padres que hijos. Tenían la palidez propia del presidiario que lleva largo tiempo cumpliendo condena, y se movían con aire resignado, principalmente en sus idas y venidas, sin zapatos, en calcetines, evitaban chocar entre sí. Eran vigilantes estáticos profesionales, seres que, incluso en Jerusalén, forman una especie de sociedad secreta. Cortinas de encaje cubrían las ventanas. El ocaso reinaba en la calle, y reinaba también en el interior del piso en el que imperaba un aire de triste negligencia. Entre los muebles Biedermeyer falsificados, había una porción de instrumentos electrónicos y ópticos, sin que faltaran antenas interiores de diverso tipo. Pero, a la media luz, estos instrumentos de espectral aspecto sólo contribuían a incrementar el aspecto tétrico del lugar.
Kurtz abrazó gravemente a cada uno de los hombres. Después, mientras tomaban té con galletas y queso, el mayor de los hombres, llamado Lenny, explicó detalladamente el estilo de vida de Yanuka, haciendo caso omiso del hecho consistente en que Kurtz llevaba ya varias semanas estando al tanto del menor detalle, a medida que se producía. Le hablaron de las llamadas telefónicas que Yanuka efectuaba, de las llamadas que recibía, de sus últimos visitantes, de sus últimas mujeres. Lenny era hombre de buen corazón y amable, pero un tanto retraído con respecto a las personas a las que no observaba. Tenía las orejas grandes y la cara fea, con facciones excesivamente grandes, y quizá a esto se debía el que mantuviera la cara alejada de la dura mirada de sus semejantes. Llevaba un grueso jersey gris, de punto en cadena. En otras circunstancias, Kurtz se hubiera cansado fácilmente de escuchar detalles, pero respetaba a Lenny y escuchó con la mayor atención cuanto le dijo, moviendo afirmativamente la cabeza, felicitándole, manifestando cuanto era de esperar manifestara.
Lenny explicaba apasionadamente:
- Es un hombre joven absolutamente normal, ese Yanuka. Los comerciantes le admiran. Sus amigos le admiran. Es una persona popular y simpática, Marty. Estudia, le gusta divertirse, habla mucho, es una persona seria con aficiones sanas.
Fijándose en la expresión de los ojos de Kurtz, Lenny dijo, poniéndose un poco tonto:
- De vez en cuando, resulta difícil creer que este hombre tenga esa otra faceta. Te lo aseguro, Marty.
Kurtz aseguró a Lenny que le comprendía perfectamente. Se hallaba todavía en ello cuando se encendió una luz en la ventana del piso que se encontraba en el otro lado de la calle. El amarillo resplandor rectangular, que ninguna otra luz tenía alrededor, parecía la señal de un amante. Sin decir palabra, uno de los hombres de Lenny se acercó de puntillas a un par de prismáticos que había sobre una repisa, en tanto que otro se ponía en cuclillas junto a un receptor de radio, y se llevaba un auricular al oído.
Lenny preguntó esperanzado:
- ¿Quieres echar una ojeada, Marty? Por la forma en que Joshua sonríe me parece que hoy tiene una muy clara recepción de Yanuka. Pero Yanuka correrá la cortina. ¿Qué ves, Joshua? ¿Se ha puesto Yanuka elegante para salir esta noche? ¿Con quién habla por teléfono? Seguro que será una chica.
Apartando suavemente a Joshua, Kurtz se llevó a su gran cabeza los prismáticos. Y estuvo largo tiempo así, agazapado como un viejo halcón, casi sin respirar, mientras estudiaba a Yanuka, el mamoncete.
Lenny preguntó:
- ¿Ves los libros, ahí, al fondo? Este chico lee tanto como mi padre.
Con una sonrisa de férrea dureza, mientras se erguía lentamente, Kurtz dio la razón, por fin, a Lenny:
- Guapo chico. No cabe duda de que es un buen mozo.
Kurtz cogió su gabardina gris que había dejado en una silla, seleccionó una manga y metió en ella cuidadosamente el brazo. Dijo a Lenny:
- Pero procura que no se case con tu hija.
Lenny pareció más atontado todavía que antes, pero Kurtz le consoló al instante:
- Tenemos motivos para estarte muy agradecidos, Lenny. Y realmente lo estamos.
Luego, como si se tratase de un detalle que se le había olvidado, añadió: