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De algún modo logró que Little Walter se estuviera quieto durante el tiempo necesario para ponerle tres tiritas de Bob Esponja en el corte, una camiseta y el último peto limpio que le quedaba (en la pechera lucía un bordado que decía DIABLILLO DE MAMÁ). Sammy se vistió mientras Little Walter gateaba dando vueltas en círculo por el suelo del dormitorio. Su llanto desconsolado se había reducido a un gimoteo indolente. Samantha tiró las bragas manchadas de sangre a la basura y se puso unas limpias. Se puso un trapo de cocina en la entrepierna, y cogió otro para más tarde. Aún sangraba. No a raudales, pero era un flujo mucho mayor que el de sus peores reglas. Y no había parado en toda la noche. La cama estaba empapada.

Preparó la bolsa de Little Walter y lo cogió en brazos. Pesaba bastante y Sammy sintió una punzada de dolor Ahí Abajo: el mismo dolor de barriga que sientes cuando has comido algo en mal estado.

– Nos vamos al centro de salud -dijo-. Y tranquilo, Little Walter, el doctor Haskell nos curará a los dos. Además, a los chicos no les importan tanto las cicatrices. Piensa que algunas chicas las consideran atractivas. Conduciré tan rápido como pueda y llegaremos en un santiamén. -Abrió la puerta-. Todo irá bien.

Pero su Toyota, ese viejo montón de chatarra, no estaba bien. Los «ayudantes especiales» no habían tocado las ruedas traseras, pero habían pinchado las delanteras. Sammy se quedó mirando el coche durante un buen rato, mientras sentía que una desesperación cada vez más fuerte se apoderaba de ella. Se le pasó por la cabeza una idea fugaz pero clara: podía compartir las Dreamboats que quedaban con Little Walter. Podía deshacer las de su hijo y ponerlas en uno de sus biberones Playtex, que él llamaba «bibis». Podía mezclarlas con leche con cacao para que no notara el sabor. A Little Walter le encantaba la leche con cacao. Al pensar en eso se acordó del título de uno de los viejos discos de Phil: Nothing Matters and What If It Did? Nada importa ¿y qué si importa?

Sin embargo, desechó esa idea al instante.

– No soy de ese tipo de madres -le dijo a su hijo.

Little Walter la miró de un modo que le recordó a Phil pero en el buen sentido: la misma expresión que en la cara de su marido parecía de estupidez perpleja, resultaba adorablemente tontorrona en la de su hijo. Le dio un beso en la nariz y el bebé sonrió. Eso estuvo bien, era una sonrisa bonita, pero las tiritas de la frente se estaban tiñendo de rojo. Y eso ya no estaba tan bien.

– Pequeño cambio de planes -dijo Sammy, que entró de nuevo en casa.

Al principio no encontraba la mochila portabebés, pero luego la vio tras el sofá, que a partir de entonces siempre sería para ella el Sofá de la Violación. Logró meter a Little Walter en la mochila, pero al levantarlo notó un gran dolor. Le pareció que el trapo de cocina estaba empapado, lo cual no era un buen presagio, pero cuando se miró el pantalón de chándal que llevaba no vio ninguna mancha. Lo cual era una buena señal.

– ¿Listo para el paseo, Little Walter?

El bebé se limitó a apoyar la cabeza en el hombro de su madre. A veces su parquedad de palabras le preocupaba (tenía amigos cuyos bebés ya balbuceaban frases enteras a los dieciséis meses, y Little Walter apenas sabía nueve o diez palabras), pero no era el caso esa mañana. Esa mañana tenía otras cosas de las que preocuparse.

Era un día muy caluroso para ser la última semana de octubre; el cielo estaba teñido de un azul palidísimo y la luz parecía algo borrosa. Sintió cómo empezaba a correrle el sudor por la cara y el cuello casi al mismo tiempo; las punzadas de dolor de la entrepierna eran peores a cada paso que daba, y acababa de echar a andar. Pensó que tal vez debería regresar a casa a por una aspirina, pero ¿no se suponía que empeoraban las hemorragias? Además, no estaba segura de que tuviera.

También había algo más, algo que casi no se atrevía a admitir: sabía que si regresaba a la casa tal vez no tendría el valor de volver a salir.

Había un papel bajo el limpiaparabrisas izquierdo del Toyota. En la parte superior tenía impreso Una nota de parte de SAMMY, rodeado de margaritas. Lo habían arrancado de la libreta que tema en la cocina. Esa idea le causó una sensación de agotadora indignación. Bajo las margaritas habían garabateado: «Como se lo cuentes a alguien te pincharemos algo más que las ruedas». Y debajo, con otra letra: «La próxima vez te daremos la vuelta y jugaremos por el otro lado».

– Ni en sueños, hijo de puta -dijo ella con voz lánguida y cansada.

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