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El Chef tenía calor y estaba pegajoso, pero Andy lo abrazó con entusiasmo. Las lágrimas le corrían por la cara; por primera vez en veinte años no se había afeitado a pesar de ser un día entre semana. Era genial. Era… era…

¡Algo que los unía!

– Hermano mío -le susurró al Chef al oído, entre sollozos.

El Chef lo apartó un poco y lo miró muy serio.

– Somos agentes del Señor -dijo.

Y Andy Sanders, solo en el mundo salvo por el escuálido profeta que estaba sentado a su lado, dijo amén.

23

Jackie encontró a Ernie Calvert detrás de su casa, arrancando las malas hierbas del jardín. A pesar de lo que le había dicho a Piper, le preocupaba un poco cómo abordarlo, pero al final todo resultó fácil. Ernie la agarró de los hombros, con unas manos sorprendentemente fuertes para un hombre tan bajo y corpulento, y le brillaban los ojos.

– ¡Gracias a Dios, por fin alguien ve lo que trama ese charlatán! -Dejó caer las manos-. Lo siento. Le he manchado la blusa.

– No pasa nada.

– Es un tipo peligroso, agente Wettington. Lo sabe, ¿verdad?

– Sí.

– Y listo. Organizó los disturbios del supermercado del mismo modo en que un terrorista pondría una bomba.

– No me cabe la menor duda.

– Pero también es estúpido. Listo y estúpido, una combinación terrible. Puede convencer a la gente de que lo siga. Hasta el infierno. ¿Se acuerda de Jim Jones?

– Logró que todos sus seguidores bebieran veneno. Entonces, ¿vendrá a la asamblea?

– Puede estar segura. ¡Y punto en boca! A menos que quiera que hable yo con Lissa Jamieson; no me importaría.

Antes de que Jackie pudiera responder, sonó su teléfono móvil.

Era el personal; había devuelto el del cuerpo de policía junto con la placa y la pistola.

– ¿Diga? Jackie al habla.

– Mihi portatoe vulneratos, sargento Wettington -dijo una voz desconocida.

El lema de su antigua unidad de Wurzburgo («Traednos a vuestros heridos»), y Jackie respondió sin pensarlo:

– En camillas, muletas o bolsas, nosotros los curamos con saliva y harapos. ¿Quién demonios llama?

– El coronel James Cox, sargento.

Jackie apartó el teléfono de la boca.

– ¿Me permites un instante, Ernie?

El hombre asintió y regresó a su jardín. Jackie se dirigió hacia la valla.

– ¿Qué puedo hacer por usted, coronel? ¿Estamos hablando por una línea segura?

– Sargento, si su hombre, Rennie, puede intervenir las llamadas hechas desde fuera de la Cúpula, es que vivimos en un mundo que da pena.

– No es mi hombre.

– Me alegra saberlo.

– Y ya no pertenezco al ejército. El Sexagesimoséptimo ni tan siquiera aparece en mi retrovisor, señor.

– Bueno, eso no es del todo cierto, sargento. Por orden del presidente de Estados Unidos se ha reincorporado usted a filas. Bienvenida.

– Señor, no sé si darle las gracias o enviarlo a tomar por culo.

Cox se rió sin muchas ganas.

– Saludos de parte de Jack Reacher.

– ¿Es él quien le ha dado el número?

– Me ha dado su número y la ha recomendado. Y una recomendación de Reacher puede llegar muy lejos. Me ha preguntado qué puede hacer por mí. La respuesta es doble, y ambas partes son sencillas. En primer lugar, ayude a Dale Barbara a salir del lío en que se ha metido. A menos que crea que es culpable de los cargos que se le imputan.

– No, señor, estoy convencida de que no lo es. Es decir, de que no lo somos. Nos acusan a varios.

– Bien. Muy bien. -Hubo un claro tono de alivio en la voz del hombre-. En segundo lugar, puede bajarle los humos a ese cabrón de Rennie.

– Eso sería trabajo de Barbie. Si… ¿está seguro de que esta línea es segura?

– Seguro.

– Si podemos sacarlo.

– En eso andan, ¿no es cierto?

– Sí, señor, eso creo.

– Excelente. ¿Cuántos camisas pardas tiene Rennie?

– Ahora mismo, unos treinta, pero no ha parado de contratar agentes. Y los de Chester's Mills son camisas azules, pero le entiendo. No infravalore a Rennie, coronel. Tiene a gran parte del pueblo en el bolsillo. Vamos a intentar sacar a Barbie, y más le vale desearnos suerte, porque no creo que pueda enfrentarme a Big Jim a solas. Derrocar a dictadores sin ayuda del mundo exterior está muy por encima de mi rango. Y, para que lo sepa, mis días como agente de policía de Chester's Mills se han acabado. Rennie me ha echado a la calle.

– Téngame al corriente de lo que sucede siempre que pueda. Saquen a Barbara de la cárcel y cédale el mando de la operación de resistencia. Ya veremos quién acaba en la calle.

– Le gustaría estar aquí, ¿verdad, señor?

– Con todo mi corazón -respondió sin el menor atisbo de duda-. Me libraría de ese hijo de puta en doce horas.

Jackie tenía sus dudas al respecto; las cosas eran distintas bajo la Cúpula. La gente de fuera no podía entenderlo. Incluso el tiempo era distinto. Hacía tan solo cinco días, todo era normal. Sin embargo, ahora…

– Una cosa más -añadió el coronel Cox-. Encuentre un hueco en su apretada agenda para mirar la televisión. Vamos a esforzarnos al máximo para hacerle la vida un poco más difícil a Rennie.

Jackie se despidió, colgó y se acercó a Ernie, que seguía arrancando malas hierbas.

– ¿Tiene un generador? -preguntó.

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