Sam no estaba orgulloso de su papel como instigador de los disturbios del Food City. Había compartido muchos lingotazos y muchas cervezas con el padre de Georgia Roux a lo largo de los años y se sentía mal por haberle dado en la cara con una piedra a la hija de aquel hombre. No hacía más que pensar en el sonido que produjo aquel pedazo de cuarzo al impactar, y en cómo se había desencajado la mandíbula rota de Georgia, que pareció el muñeco de un ventrílocuo con la boca reventada. ¡Podría haberla matado, por Dios bendito! Seguramente era un milagro que no lo hubiera hecho… aunque no es que la chica hubiese durado mucho más. Y luego pensó algo más triste todavía: si él la hubiera dejado en paz, no habría acabado en el hospital. Y si no hubiera estado en el hospital, seguramente seguiría con vida.
Visto así, sí que la había matado.
La explosión de la emisora de radio hizo que despertara de un sueño de embriaguez y se sentara en la cama de un salto, aferrándose el pecho y mirando en derredor como un poseso. La ventana que había sobre su cama había volado por los aires. De hecho, todas las ventanas habían estallado, y la explosión había arrancado de sus bisagras la puerta principal de la cabaña, que daba al oeste.
Sam salió andando por encima de la puerta y se quedó paralizado en su patio delantero, que estaba lleno de malas hierbas y neumáticos, con la mirada fija en el oeste, donde el mundo entero parecía estar en llamas.
4
En el refugio nuclear, bajo el emplazamiento que antes había ocupado el ayuntamiento, el generador -pequeño, anticuado y, de pronto, lo único que separaba a los ocupantes del sótano del más allá- funcionaba con normalidad. Las luces de emergencia proyectaban un brillo amarillento desde las esquinas de la sala principal. Carter estaba sentado en la única silla que había, Big Jim ocupaba casi todo el viejo sofá de dos plazas mientras comía sardinas en lata. Las sacaba de una en una con sus rechonchos dedos y las colocaba sobre
Los dos hombres tenían poco que decirse; el televisor portátil que Carter había encontrado criando polvo en la habitación de las literas acaparaba toda su atención. Solo recibían un canal (el WMTW, de Poland Spring), pero con uno bastaba. Y sobraba, la verdad; era difícil asimilar aquella devastación. El centro del pueblo había quedado destruido. Las fotografías de satélite mostraban que el bosque de los alrededores de Chester Pond había quedado reducido a escombros, y el gentío del día de Visita, en la 119, no era más que polvo flotando en un viento agónico. La Cúpula se había hecho visible hasta una altura de seis mil metros: un interminable muro carcelario recubierto de hollín que encerraba un pueblo entero, el setenta por ciento del cual había quedado abrasado.
No mucho después de la explosión, la temperatura en el sótano había empezado a subir claramente. Big Jim le dijo a Carter que encendiera el aire acondicionado.
– ¿El generador podrá con ello? -preguntó Carter.
– Si no puede, nos freiremos -contestó Big Jim de mal humor-. ¿Qué diferencia hay?
Se levantó para buscar la unidad de aire acondicionado y, al hacerlo, otra idea le cruzó por la cabeza: esas sardinas apestaban. Se preguntó qué diría el jefe si le soltaba que lo que se estaba metiendo en la boca olía a coño viejo muerto.
Pero Big Jim le había llamado «hijo» y lo había dicho de corazón, así que Carter mantuvo la boca cerrada. Además, al encender el aire acondicionado se puso en marcha a la primera. El sonido del generador, sin embargo, se volvió algo más grave, como si cargase con más peso de la cuenta. Engulliría más deprisa sus existencias de propano líquido.
Excepto, según descubrieron Big Jim y él, en el extremo nororiental del pueblo. A eso de las tres en punto de la tarde, la cobertura televisiva se trasladó hasta allí, y de pronto las imágenes de vídeo procedían del otro lado de un bullicioso puesto de avanzada que el ejército había montado en el bosque.
«Aquí Jake Tapper desde el TR-90, un núcleo urbano sin municipio que queda al norte de Chester's Mills. Esto es todo lo que nos permiten acercarnos, pero, como pueden ver, ha habido supervivientes. Repito, ha habido supervivientes.»
– Hay supervivientes aquí mismo, tonto del culo -dijo Carter.