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Pero eso era cosa de su cerebro. Su cuerpo respondía a un único imperativo, y era mantenerse con vida. Ollie empezó a enterrarse más hondo en la montaña de patatas, arrastrando consigo la botella de oxígeno, recolocándose la mascarilla en la cara cada vez que se le torcía.

3

Si los corredores de Las Vegas hubieran hecho apuestas sobre quiénes tenían más probabilidades de sobrevivir a la catástrofe del día de Visita, en el caso de Sam Verdreaux habrían sido de mil contra uno. Sin embargo, cosas más improbables se han visto (es lo que sigue atrayendo a la gente a las mesas de juego) y Sam era la figura que Julia había visto avanzar penosamente por Black Ridge Road poco antes de que los expatriados corrieran hacia los vehículos que estaban en la granja.

Sam «el Desharrapado», el Hombre del Calor Enlatado, había sobrevivido por la misma razón que Ollie: tenía oxígeno.

Cuatro años antes había ido a ver al doctor Haskell (el Mago, ya sabes quién es). Cuando Sam le dijo que últimamente tenía la sensación de quedarse sin aliento, el doctor Haskell auscultó al viejo borrachuzo y le preguntó cuánto fumaba.

«Bueno -había dicho Sam-, antes solía acabarme cuatro paquetes al día, cuando trabajaba n'el bosque, pero ahora que tengo la invalidez y estoy con la seguridad social, he recortado unos cuantos.»

El doctor Haskell le preguntó qué significaba eso en términos de consumo real. Sam dijo que suponía que había bajado a dos paquetes diarios. American Eagles.

«Antes fumaba Chesterfoggies, pero ahora solo los venden con filtro -explicó-. Además, son caros. Los Iggles son baratos y puedes quitarles el filtro antes d'encenderlos. Es facilísimo.» Y se puso a toser.

El doctor Haskell no encontró cáncer de pulmón (una sorpresa, en cierto modo), pero los rayos X parecían mostrar un buen caso de enfisema, así que le dijo a Sam que seguramente tendría que hacer uso del oxígeno durante el resto de su vida. Era un diagnóstico erróneo, pero no había que ser demasiado duro con el hombre. Como dicen los entendidos, la explicación más sencilla suele ser siempre la correcta. Además, uno siempre tiende a ver aquello que está buscando, ¿no es así? Y aunque el doctor Haskell había tenido lo que podría considerarse una muerte de película, nadie, ni siquiera Rusty Everett, lo tomó jamás por Gregory House. Lo que Sam padecía en realidad era bronquitis, y mejoró poco después de que el Mago le diera su diagnóstico.

Para entonces, sin embargo, Sam ya estaba inscrito en Castles in the Air (una empresa con sede en Castle Rock, por supuesto) para recibir una entrega semanal de oxígeno, y nunca llegó a cancelar el servicio. ¿Por qué habría de hacerlo? Igual que su medicamento para la hipertensión, el oxígeno lo cubría aquello que él llamaba EL SEGURO. Sam no acababa de entender qué era eso de EL SEGURO, pero sí comprendía que no tenía que pagar nada de su bolsillo por el oxígeno. También descubrió que unas inhalaciones de oxígeno puro conseguían, a su manera, animar un poco al cuerpo.

A veces, no obstante, pasaban semanas sin que a Sam se le ocurriera visitar la pequeña choza destartalada en la que él pensaba como «el bar del oxígeno». Después, cuando los tipos de Castles in the Air se presentaban para llevarse las botellas vacías (algo en lo que a veces se mostraban bastante poco eficientes), Sam se iba a su bar del oxígeno, abría las válvulas, dejaba las botellas secas, las apilaba en la vieja carretilla roja de su hijo y las arrastraba hasta el camión de un vivo color azul con burbujas pintadas.

Si todavía hubiese vivido en la Little Bitch Road, donde se encontraba el antiguo hogar Verdreaux, Sam habría acabado chamuscado como una patata frita (lo que le pasó a Marta Edmunds) pocos minutos después de la explosión inicial. Pero la vieja casa y la parcela de bosque que antaño la rodeaba le habían sido expropiadas hacía mucho por no pagar los impuestos (y, en 2008, una de las muchas empresas tapadera de Jim Rennie había vuelto a comprarlas… a precio de saldo). Sin embargo, su hermana pequeña tenía una parcela de tierra no muy grande en God Creek, y allí era donde estaba viviendo Sam el día en que el mundo voló por los aires. La cabaña no era gran cosa, y él tenía que hacer sus necesidades en un excusado exterior (la única agua corriente que había la suministraba una vieja bomba de mano que había en la cocina), pero como hay cielo que los impuestos se pagaban. De eso se encargaba su hermana… y él tenía EL SEGURO.

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