– Sabes que las posibilidades de éxito rondan entre lo imposible y lo improbable, ¿verdad?
– Sí.
– ¿Se le da bien suplicar, coronel Barbara?
Aquella pregunta le hizo retroceder de nuevo al gimnasio de Faluya: Emerson le dio unas patadas tan fuertes en los huevos a uno de los prisioneros que se los retorció de un modo horrible, Hackermeyer agarró a otro de la
– No lo sé -dijo-. Lo único que sé es que es mi turno.
4
Rommie, Pete Freeman y Tony Guay levantaron el Prius con el gato y desmontaron una de las ruedas. Era un coche pequeño, y en circunstancias normales quizá habrían podido levantar la parte de atrás a pulso. Pero en esa situación no. Aunque el coche estaba aparcado cerca de los ventiladores, tuvieron que acercarse a la Cúpula en repetidas ocasiones para coger aire antes de finalizar la tarea. Al final, Rose sustituyó a Tony, que tosía tanto que no podía continuar.
Sin embargo, lograron sacar dos ruedas y las dejaron apoyadas contra la Cúpula.
– Por el momento va todo bien -dijo Sam-. Ahora tenemos que solucionar el problemilla del que hablaba antes. Espero que a alguien se le ocurra una idea, porque a mí no.
Todos lo miraron.
– Mi amigo Peter me dijo que esos tipos arrancaron la válvula y respiraron directamente del neumático, pero aquí eso no va a funcionar. Hay que llenar esas bolsas de la basura, y eso significa un agujero más grande. Podríamos pinchar los neumáticos, pero si no podemos meter algo en el agujero, algo parecido a una pajita, se perderá demasiado aire. Así pues… ¿qué vamos a usar? -Miró alrededor, esperanzado-. Imagino que nadie habrá traído una tienda de campaña. Una de esas que tienen varillas de aluminio huecas.
– Las niñas tienen una de juguete -dijo Linda-, pero está en casa, en el garaje. -Entonces recordó que el garaje ya no existía, ni tampoco la casa a la que estaba adosado, y se rió.
– ¿Y el tubo de un bolígrafo? -preguntó Joe-. Tengo un Bic…
– No es lo bastante grande -respondió Barbie-. ¿Rusty? ¿Y en la ambulancia?
– ¿Un tubo para traqueotomías? -preguntó Rusty sin demasiada convicción, y se respondió a sí mismo-. No. No es lo bastante grande.
Barbie se volvió.
– ¿Coronel Cox? ¿Alguna idea?
Cox negó con la cabeza, de mala gana.
– Aquí debemos de tener mil cosas que funcionarían, pero eso no sirve de mucho.
– ¡No podemos permitir que esto dé al traste con nuestro plan! -exclamó Julia. Barbie notó la frustración y un punto de pánico en su voz-. ¡A la porra las bolsas! ¡Nos llevaremos los neumáticos y respiraremos directamente de ellos!
Sam negó con la cabeza de inmediato.
– No sirve, señorita. Lo siento pero no puede ser.
Linda se agachó junto a la Cúpula, respiró hondo varias veces y aguantó la respiración. Entonces se dirigió a la parte de atrás de su Odyssey, limpió el hollín de la ventana trasera y miró en el interior.
– La bolsa aún está ahí -dijo-. Gracias a Dios.
– ¿Qué bolsa? -preguntó Rusty, que la agarró de los hombros.
– La de Best Buy, con tu regalo de cumpleaños. Es el ocho de noviembre, ¿o es que lo habías olvidado?
– Pues sí. Adrede. ¿Quién quiere cumplir los cuarenta? ¿Qué es?
– Sabía que si lo metía en casa antes de que lo envolviera, lo encontrarías… -Miró a los demás, con el rostro solemne y tan sucio como un niño de la calle-. Es un cotilla, de modo que lo dejé en el coche.
– ¿Qué le compraste, Linnie? -preguntó Jackie Wettington.
– Espero que sea un regalo para todos nosotros -dijo Linda.
5
Cuando estuvieron listos, Barbie, Julia y Sam «el Desharrapado» abrazaron y besaron a todo el mundo, incluso a los niños. Los rostros de las casi dos docenas de exiliados que iban a quedarse atrás no reflejaban demasiadas esperanzas. Barbie intentó decirse a sí mismo que se debía al cansancio y a las dificultades para respirar, pero sabía que la realidad era bien distinta. Eran besos de despedida.
– Buena suerte, coronel Barbara -dijo Cox.
Barbie asintió con un leve gesto de la cabeza y se volvió hacia Rusty, que era importante de verdad, porque estaba bajo la Cúpula.
– No pierdas la esperanza y no dejes que los demás la pierdan. Si esto no funciona, cuida de ellos hasta cuando puedas y tan bien como puedas.
– Oído. Hazlo lo mejor que puedas.
Barbie señaló con la cabeza a Julia.
– Creo que depende más de ella. Y qué demonios, tal vez incluso logremos regresar aunque no salga bien.
– Estoy seguro -dijo Rusty, que pareció sincero, pero su mirada lo delató.
Barbie le dio una palmada en el hombro y luego se reunió con Sam y Julia, junto a la Cúpula, respirando profundamente el aire fresco que lograba filtrarse. Le preguntó a Sam:
– ¿Estás seguro de que quieres hacer esto?
– Sí. Estoy en deuda con alguien.
– ¿A qué te refieres? -preguntó Julia.
– Preferiría no decirlo. -Esbozó una pequeña sonrisa-. Sobre todo frente a la periodista del pueblo.
– ¿Lista? -le preguntó Barbie a Julia.