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– Negativo, esa cosa no aparece en el radar. No hay forma de saber que está ahí hasta que la golpeas, o hasta que estás tan cerca que ya no puedes parar. El número de víctimas mortales desde que la cosa se levantó es sorprendentemente bajo, pero hay una barbaridad de pájaros muertos en todo el perímetro. Por dentro y por fuera.

– Lo sé. Los he visto. -Julia ya había terminado con sus fotografías. Estaba de pie junto a él, escuchando la conversación al lado de Barbie-. Entonces, ¿cómo saben la altura que tiene? ¿Láseres?

– No, la atraviesan. Hemos usado misiles con ojivas falsas. Desde las cuatro de esta tarde están despegando F-15A en misión de combate desde Bangor. Me sorprende que no los haya oído.

– Puede que haya oído algo -dijo Barbie-. Pero tenía la cabeza ocupada con otras cosas. -Cosas como la avioneta. Y el camión maderero. Los muertos de la 117. Parte de ese número de víctimas sorprendentemente bajo.

– Rebotaban… y luego, a más de catorce mil metros, bumba, para arriba y adiós muy buenas. Entre usted y yo: me sorprende que no hayamos perdido a ningún piloto de combate.

– ¿Ya han conseguido sobrevolarlo?

– Hace menos de dos horas. Misión cumplida.

– ¿Quién ha hecho esto, coronel?

– No lo sabemos.

– ¿Hemos sido nosotros? ¿Es esto un experimento que ha salido mal? O, que Dios nos asista, ¿alguna clase de prueba? Me debe la verdad. Le debe la verdad a este pueblo. La gente está cagada de miedo.

– Lo entiendo. Pero no hemos sido nosotros.

– Si hubiéramos sido nosotros, ¿lo sabría usted?

Cox dudó. Cuando volvió a hablar, lo hizo en voz más baja.

– En mi departamento tenemos buenas fuentes. Cuando alguien se tira un pedo en Seguridad Nacional, nosotros lo oímos. Y lo mismo pasa con el Grupo Nueve de Langley y un par de asuntillos más de los que usted nunca ha oído hablar.

Era posible que Cox estuviera diciéndole la verdad. Y también era posible que no. Al fin y al cabo, ese hombre era un animal de la profesión; si hubiera estado montando guardia allí, en la fría oscuridad otoñal, con el resto de los marines buscabroncas, también Cox les habría dado la espalda todo el rato. No le habría gustado, pero las órdenes eran las órdenes.

– ¿Hay alguna posibilidad de que sea una especie de fenómeno natural? -preguntó Barbie.

– ¿Que se adapta a la perfección a las fronteras trazadas por el hombre en toda una localidad? ¿A cada puto rincón y cada ranura? ¿Usted qué cree?

– Tenía que preguntarlo. ¿Es permeable? ¿Lo saben?

– El agua pasa -dijo Cox-. Al menos un poco.

– ¿Cómo es posible? -Aunque él mismo había visto el extraño comportamiento del agua; tanto él como Gendron lo habían visto.

– No lo sabemos, ¿cómo vamos a saberlo? -Cox parecía exasperado-. Llevamos menos de doce horas trabajando en esto. Aquí la gente se está dando palmaditas en la espalda solo por calcular la altura que alcanza. Podríamos especular, pero de momento no lo sabemos.

– ¿Y el aire?

– El aire lo atraviesa en mayor grado. Hemos instalado una estación de control donde su pueblo limita con… hummm… -Barbie oyó un ligero susurro de papeles- Harlow. Han llevado a cabo lo que llaman «espirometrías». Supongo que debe de medir la presión del aire saliente con el que es rechazado. En cualquier caso, el aire lo atraviesa, y con mucha más facilidad que el agua, pero de todas formas los científicos dicen que no del todo. Esto les va a joder la climatología pero bien, amigo, aunque nadie puede decir cuánto ni con qué consecuencias. Demonios, quizá convierta Chester's Mills en Palm Springs. -Rió sin muchas ganas.

– ¿Partículas?

– No -dijo Cox-. Las partículas de materia no la atraviesan. Al menos eso creemos. Y le interesará saber que eso ocurre en ambas direcciones. Las partículas no entran, pero tampoco salen. Eso quiere decir que las emisiones de los automóviles…

– No se puede ir muy lejos en coche. Chester's Mills debe de tener unos seis kilómetros y medio de lado a lado en su punto más ancho. Y en diagonal… -Miró a Julia.

– Once y poco, como máximo -añadió ella.

Cox dijo:

– No creemos que los contaminantes derivados del gasóleo para calefacción vayan a ser un gran problema. Estoy convencido de que en el pueblo todo el mundo tiene una bonita y cara caldera de gasóleo…, en Arabia Saudí últimamente los coches llevan pegatinas de «Yo Nueva Inglaterra» en los parachoques… Pero las calderas de gasóleo modernas necesitan electricidad para que les suministre una chispa constante. Sus reservas de combustible seguramente son buenas, teniendo en cuenta que la temporada de la calefacción doméstica aún no ha empezado, pero no creemos que les vaya a servir de mucho. A largo plazo, en lo que a contaminación respecta, eso puede ser bueno.

– ¿Eso cree? Venga aquí cuando estemos a treinta bajo cero y el viento sople a… -Se detuvo un instante-. ¿Soplará el viento?

– No lo sabemos -dijo Cox-. Pregúntemelo mañana y a lo mejor por lo menos tengo una teoría.

– Podemos quemar madera -dijo Julia-. Díselo.

– La señorita Shumway dice que podemos quemar madera.

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