Evda Nal la tomó del brazo y la llevó a un ábside lateral de la sala, cuyo revestimiento de madera oscura armonizaba severo con la policromía, azul y oro, de los cristales de las anchas ventanas en ojiva.
— Chara, querida, usted es una florecilla terrestre amante de la luz y trasplantada a un planeta de una estrella doble. Dos soles, uno azul y el otro rojo, van por el cielo, y la florecilla no sabe hacia cuál volverse. Pero usted es hija del sol rojo, ¿y para qué tender hacia el azul?
Con fuerza y ternura, Evda Nal atrajo a la muchacha hacia su hombro, y ella, inesperadamente, se apretó contra su pecho. La famosa psicóloga acarició con maternal cariño aquellos abundantes cabellos, un poco ásperos, pensando que milenios de educación habían conseguido sustituir las mezquinas alegrías personales por otras grandes, comunes. Mas ¡qué lejos se estaba aún de la victoria sobre la soledad del alma, especialmente de una alma como aquélla, rebosante de sentimientos e impresiones, alimentada por un cuerpo lleno de vida!.. Y dijo en voz alta:
— Mven Mas… ¿Sabe usted lo que le ha ocurrido?
— ¡Claro: ¡Toda la Tierra discute su fracasado experimento!
— ¿Y usted qué opina?
— ¡Que él tiene razón!
— Yo creo lo mismo. Por ello hay que sacarlo de la isla del Olvido. Dentro de un mes, tendrá lugar la reunión anual del Consejo de Astronáutica. Se examinará su culpa y el fallo será sometido a la sanción del Control del Honor y del Derecho, que vela por el destino de cada uno de los habitantes de la Tierra. Yo tengo fundadas esperanzas de que la condena sea leve, pero es preciso que Mven Mas esté aquí. A un hombre que es tan emotivo como usted, no le conviene permanecer largo tiempo en la isla, ¡y mucho menos en soledad!
— ¿Acaso soy yo una mujer tan chapada a la antigua para trazar los planes de mi vida en dependencia de los asuntos de un hombre, aunque este hombre sea el elegido por mí?
— Chara, hija mía, no me diga nada. Yo los he visto juntos y sé lo que usted significa para él… Y él para usted. No censure a Mven por haberse marchado sin verla, ocultándose de usted. Comprenda que una persona como él, y como usted misma, no podía ir así a ver a su amada, ¡no le quepa duda, Chara! Mísero, vencido, esperando el juicio y el exilio, ¿cómo iba a presentarse ante usted que es uno de los ornatos del Gran Mundo?
— Yo no me refiero a eso, Evda. ¿Me necesita él ahora, cuando está cansado, roto?…
Yo temo que tal vez le falten fuerzas para una gran exaltación espiritual; en este caso no se trata de la razón, sino de los sentimientos necesarios… para esa creación que es el amor, de un sublime amor del que a mi parecer somos los dos capaces… Entonces, vendría para él una segunda pérdida de fe en sí mismo, ¡y no soportaría la divergencia con la vida! Por eso, yo pensaba que lo mejor para mí ahora sería estar en el desierto de Atacama.
— Tiene usted razón, Chara, pero solamente en un aspecto. Hay además el de la soledad y la autocondena excesiva en un gran hombre apasionado que no tiene hoy ningún apoyo, puesto que ha dejado nuestro mundo. Yo misma habría ido allá… Pero tengo a Ren Boz medio muerto, y él, como herido grave, goza de más derecho. Dar Veter ha sido designado para construir el nuevo sputnik; ésa será su aportación a Mven Mas. Y no me equivocaré si le digo a usted, con firmeza: vaya a su lado y no le exija nada, ni siquiera una mirada cariñosa, ni planes para el futuro, ni ningún amor. Limítese a ayudarle, siembre en él la duda acerca de su propia razón, y luego, vuélvalo a nuestro mundo. Usted es capaz de hacerlo, Chara. ¿Irá?
La muchacha, anhelante, alzó hacia Evda Nal los ojos, cándidos, infantiles, cuajados de lágrimas.
— ¡Hoy mismo!
La psicóloga besó fuertemente a Chara.
— Hace bien, hay que apresurarse. Por la Vía Espiral, iremos juntas hasta Asia Menor.
Visitaré a Ren Boz, que está en un sanatorio quirúrgico de la isla de Rodas, y a usted la enviaré a Deir ez Zor, base de los espirópteros de asistencia técnico sanitaria que realizan viajes a Australia y Nueva Zelanda. Me imagino el placer con que el piloto llevará a Chara, a la danzarina y no a la bióloga, a cualquier punto que ella quiera…
El jefe del tren invitó a Evda Nal y a su acompañante al puesto central de comando.