Читаем La piel del tambor полностью

IX El mundo es un pañuelo

Digna de ser morena y sevillana.

(Campoamor. El tren expreso)


Los focos que iluminaban la catedral creaban un espacio irreal entre noche y luz. Desorientadas por el contraste, las palomas volaban en todas direcciones, apareciendo de pronto y desapareciendo después en la oscuridad, entre la inmensa y armónica montaña de cúpulas, pináculos y arbotantes donde campeaba la torre de la Giralda. Era casi fantástico, pensaba Lorenzo Quart. Un paisaje de fondo tan extraordinario como el de las antiguas superproducciones de Hollywood a base de tela pintada y mucho cartón piedra. La diferencia consistía en que la plaza Virgen de los Reyes era auténtica, construida a fuerza de ladrillos y de siglos -la parte más antigua databa del XII-, y no había estudio cinematográfico capaz de reproducir su aspecto impresionante, por mucho dinero o mucho talento que se le echara al asunto. Aquél era un decorado único, irrepetible. Un escenario perfecto. Sobre todo cuando Macarena Bruner anduvo por él unos pasos para detenerse bajo la enorme farola central de la plaza, y se quedó allí, inmóvil contra la claridad dorada de la piedra y los proyectores de luz. Alta y esbelta, el collar de marfil en la piel morena del cuello, el pelo recogido en cola de caballo. Los ojos negros, tranquilos, quietos en Quart.

– Apenas hay sitios así -dijo.

Era cierto, y el hombre de Roma se daba cuenta de hasta qué punto la presencia de aquella mujer acentuaba la fascinación del lugar. La hija de la duquesa del Nuevo Extremo vestía igual que por la tarde en el patio de la Casa del Postigo. Ahora llevaba una chaqueta ligera sobre los hombros, y en la mano un bolso de cuero parecido a una mochila de caza. Habían ido hasta allí caminando casi en silencio, después que Quart dejase al padre Ferro en el observatorio y se despidiera de la duquesa. Vuelva a visitarnos, había dicho la anciana señora, complacida, y le ofreció como recuerdo un pequeño azulejo procedente de la antigua decoración de la casa: un pájaro que los alarifes mudéjares habían incluido en el alicatado del patio, y que, caído de la pared con los bombardeos de 1843, llevaba siglo y medio entre varias docenas de piezas rotas o defectuosas, en un sótano junto a las antiguas caballerizas. Después, cuando Quart salió a la calle con su azulejo en el bolsillo. Macarena lo retuvo junto a la verja de la entrada. La sugerencia de un paseo antes de tapear algo como cena en las tascas de Santa Cruz había venido de ella. Si no tiene otro compromiso, añadió observándolo desde el fondo de sus ojos oscuros y serenos. Un obispo o algo así. Quart se había echado a reír, abotonándose la americana, y de nuevo ella le miró las manos, y después la boca y otra vez las manos, hasta que también se puso a reír con aquella risa suya, tan franca y sonora como la de un muchacho. Y allí estaban los dos, en la plaza Virgen de los Reyes, con la catedral iluminada al fondo y las palomas revoloteando encima, entre la luz y la noche. Y Macarena seguía mirando a Quart y éste la miraba a ella. Y nada de todo eso, pensaba él con la calma lúcida que solía reservarse en aquel tipo de situaciones, contribuía a la saludable tranquilidad de espíritu que las sagradas ordenanzas recomendaban para la salvación eterna de un sacerdote.

– Quiero darle las gracias -dijo ella.

– ¿Por qué?

– Por don Príamo.

Pasaron más palomas rumbo a la noche. Ellos caminaban ahora hacia los Reales Alcázares y el arco abierto bajo la muralla. Macarena se volvía a observar a Quart, con una ligera sonrisa que le iba y venía a la boca de vez en cuando.

– Usted se ha acercado a él lo suficiente, me parece -añadió-. Quizás ahora pueda comprender.

Quart hizo un gesto ambiguo. Podía comprender algunas cosas, dijo. La actitud del párroco, o su intransigencia respecto a la iglesia y su cometido en ella. Pero ésa era sólo una parte del problema. Su misión en Sevilla consistía en un informe general sobre la situación, que incluyese, a ser posible, la identidad de Vísperas. Y sobre el pirata informático, la investigación seguía en ayunas. El padre Óscar estaba a punto de irse sin que Quart estableciera su posible relación con el caso. También tenía que revisar informes de la policía y las encuestas del Arzobispado sobre las muertes en la iglesia. Además -se tocó la chaqueta a la altura del bolsillo interior donde llevaba la tarjeta de Carlota Bruner- quedaba por resolver el misterio de la postal y la cita señalada en el Nuevo Testamento de su habitación.

– ¿Quiénes son sospechosos? -preguntó ella.

Estaban bajo el arco de la muralla, junto al pequeño altar barroco de la Virgen encerrado en su urna de cristal, y la risa de Quart arrancó ecos a la bóveda. Una carcajada seca, desprovista de humor.

Перейти на страницу:

Похожие книги

Афганец. Лучшие романы о воинах-интернационалистах
Афганец. Лучшие романы о воинах-интернационалистах

Кто такие «афганцы»? Пушечное мясо, офицеры и солдаты, брошенные из застоявшегося полусонного мира в мясорубку войны. Они выполняют некий загадочный «интернациональный долг», они идут под пули, пытаются выжить, проклинают свою работу, но снова и снова неудержимо рвутся в бой. Они безоглядно идут туда, где рыжими волнами застыла раскаленная пыль, где змеиным клубком сплетаются следы танковых траков, где в клочья рвется и горит металл, где окровавленными бинтами, словно цветущими маками, можно устлать поле и все человеческие достоинства и пороки разложены, как по полочкам… В этой книге нет вымысла, здесь ярко и жестоко запечатлена вся правда об Афганской войне — этой горькой странице нашей истории. Каждая строка повествования выстрадана, все действующие лица реальны. Кому-то из них суждено было погибнуть, а кому-то вернуться…

Андрей Михайлович Дышев

Детективы / Проза / Проза о войне / Боевики / Военная проза