Читаем La Torre de Wayreth полностью

Unas antorchas trataban de iluminar el camino, pero su luz era muy débil, como si a ellas también les costase sobrevivir en aquella oscuridad opresiva. Raistlin pronunció la palabra que encendía su bastón y el brillo del globo de cristal se iluminó tan vacilante que apenas le servía para ver. Avanzó sigilosamente, pisando con sumo cuidado, atento a cualquier sonido. Al llegar a una escalera, se detuvo para escuchar. Desde abajo subían las voces guturales y sibilantes de los guardias draconianos.

Oculto entre las sombras, Raistlin se quitó el medallón dorado que llevaba al cuello y lo metió en su bolsillo. Cogió las bolsitas que llevaba colgadas de un cordel y se las ató en el cinturón de la túnica negra. Después, apagó la luz de su bastón y bajó la escalera sin hacer ruido.

Al girar un recodo, encontró la sala de los guardias. Allí había varios draconianos baaz sentados a la mesa con un oficial bozak, jugando a los huesos bajo la luz de una única antorcha.

Dos baaz más hacían guardia delante de un arco de piedra lleno de telarañas. Detrás del arco se abría una oscuridad más vasta y profunda que las sombras de la muerte.

Raistlin se quedó donde estaba, escuchando la conversación de los draconianos. Lo que oyó confirmaba su teoría. Anunció su presencia con un «ejem» bien alto y bajó los últimos escalones haciendo mucho ruido, con sus pisadas resonando sobre la piedra.

Los draconianos se pusieron de pie de un salto, con las espadas desenvainadas. Raistlin apareció ante ellos, y los guardias, cuando vieron la túnica de hechicero, se relajaron. De todos modos, no soltaron sus espadas.

—¿Qué quieres, Túnica Negra? —preguntó el bozak.

—Me han ordenado que renueve las trampas mágicas que protegen la Piedra Fundamental —contestó Raistlin.

Estaba corriendo un riesgo enorme con sólo nombrar la Piedra Angular. Si su hipótesis era falsa y aquellos draconianos estaban vigilando cualquier otra cosa, tendría que luchar por su vida de un momento a otro.

El oficial estudió a Raistlin con recelo.

—Tú no eres el hechicero que suele venir —respondió—. ¿Dónde está él esta noche?

Raistlin se dio cuenta de que había remarcado mucho el «él» y descubrió que se trataba de una prueba. Resopló.

—Debes de tener muy mala vista, oficial, si confundes a la señora Iolanthe con un hombre.

Los draconianos baaz soltaron varias risotadas e hicieron comentarios groseros a costa de su oficial. Éste les hizo callar con un gruñido y volvió a envainar la espada.

—Pues ponte a ello.

Raistlin cruzó la sala hacia el arco con telarañas. Levantó el bastón y dejó que su luz mágica jugara con las telas de seda. Pronunció varias palabras mágicas. Los hilos destellaron con un débil resplandor que murió casi en el mismo instante. Los draconianos volvieron a su juego.

—Menos mal que he venido —dijo Raistlin—. La magia estaba empezando a fallar.

—¿Dónde está la bruja esta noche? —preguntó el oficial con un tono de voz demasiado despreocupado para serlo.

—He oído que está muerta —repuso Raistlin—. Intentó asesinar al emperador.

Con el rabillo del ojo, vio que el oficial y los baaz se miraban entre sí. El oficial murmuró al oír la noticia, algo así como que su muerte era «desperdiciar una hembra de primera calidad».

Raistlin echó a andar hacia el otro lado del arco.

—No des ni un paso más, Túnica Negra —le ordenó el oficial—. Nadie puede pasar de ahí.

—¿Por qué no? —preguntó Raistlin, fingiendo sorpresa—. Tengo que comprobar el resto de las trampas.

—Son órdenes —dijo el oficial.

—¿Qué hay ahí? —quiso saber Raistlin, intrigado.

El oficial se encogió de hombros.

—No lo sé, ni me importa.

Los guardias no se ponían para no guardar nada. Raistlin estaba convencido de que la Piedra Fundamental estaba al otro lado del arco. Intentó ver, aunque fuera de pasada, aquella piedra legendaria, pero no lo consiguió, si es que realmente estaba ahí.

Levantó la vista hacia el arco. Sintió algo extraño. Se le erizó la piel; le recorrió un escalofrío. No sabría explicar por qué, pero tenía la extraña sensación de que ya había visto ese arco antes.

La mampostería era antigua, muy anterior a la sala donde estaban los guardias, que parecía de construcción moderna. Raistlin podía distinguir los bordes borrosos de las tallas sobre los bloques de mármol que formaban el arco y, a pesar de que las tallas estaban dañadas y muy borradas, las reconoció. Cada trozo de mármol estaba tallado con un símbolo de los dioses. Raistlin miró la piedra angular, en el punto central, y en las tenues líneas distinguió el símbolo de Paladine.

Cerró los ojos y ante él apareció el Templo de Istar, bello, elegante, con el mármol blanco reluciente bajo el sol. Abrió los ojos y éstos se sumergieron en la oscuridad maligna del Templo de Takhisis, y supo con una certidumbre absoluta lo que había al otro lado: El pasado y el presente.

—¿Por qué estás tardando tanto? —preguntó el oficial.

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