Читаем La Torre de Wayreth полностью

—¡Y no vuelvas! —gritó el hombre, sacudiendo el puño.

—¡Vas a echarme de menos, Talent! —contestó la kender, levantándose alegremente. Bajó por la calle dando traspiés, limpiándose el barro de los ojos y escurriendo más barro de sus trenzas despeinadas.

—¡Chusma! —murmuró el hombre, mientras se daba media vuelta para sonreír a Iolanthe. Le dedicó una graciosa reverencia—. Bienvenida, señora Iolanthe. Es un placer verte, como siempre. ¿Quién es tu amigo?

Iolanthe se encargó de las presentaciones.

—Raistlin Majere, te presento a Talent Orren, propietario de la posada de El Broquel Partido.

Orren hizo otra reverencia. Raistlin inclinó la cabeza cubierta con la capucha y ambos se observaron detenidamente. Orren era de altura media y complexión delgada, incluso podía decirse que delicada. Era apuesto, con unos ojos de color castaño que tenían una mirada intensa y penetrante. La oscura melena le caía hasta los hombros, cuidadosamente peinada, y un bigote fino enmarcaba sus labios. Vestía una camisa blanca de mangas largas y anchas, con el cuello abierto, y unos pantalones de piel ajustados. De un costado le colgaba una larga espada. Sujetó la puerta e hizo un gesto amable invitando a Iolanthe a entrar en la posada. Raistlin se dispuso a seguirla, pero se encontró con el musculoso brazo de Orren cerrándole el paso.

—Sólo humanos —dijo Orren—, como dice el cartel.

Raistlin sintió que enrojecía de rabia y vergüenza.

—Por todos los dioses, Orren, ¡es humano! —exclamó Iolanthe.

—Pues es la primera vez que veo un humano con ese color de piel tan curioso —repuso Orren, poco convencido. Hablaba como una persona educada y a Raistlin le pareció distinguir un leve acento solámnico.

Iolanthe sujetó a Raistlin por la muñeca.

—Hay humanos de todos los colores, Orren. Resulta que mi amigo es un poco peculiar, eso es todo.

Susurró algo al oído a Orren y éste lo observó con más interés.

—¿Es eso verdad? ¿Eres el hermano de Kitiara?

Raistlin abrió la boca para responder, pero Iolanthe se le adelantó:

—Claro que sí —repuso enérgicamente—. Puedes comprobar el parecido. —Bajó la voz—. Y no deberías andar gritando el nombre de Kitiara por la calle. No es buen momento.

Talent sonrió.

—Tienes razón, Iolanthe, querida. Te pareces a tu hermana, señor, y eso es un halago, pues es una mujer encantadora.

Raistlin no dijo nada. Él no creía que se pareciera a Kitiara. Al fin y al cabo, no eran más que medio hermanos. Kitiara tenía el cabello negro y rizado, y los ojos de color castaño. Lo había heredado de su padre, que tenía un oscuro atractivo. El pelo de Raistlin era como el de Caramon, de un tono rojizo, antes de que la Prueba se lo hubiera vuelto prematuramente blanco.

De lo que Raistlin no se daba cuenta era de que tanto él como Kit compartían el mismo brillo en la mirada, la misma determinación para conseguir lo que querían sin importar lo que costara, ni siquiera a ellos mismos.

Orren permitió entrar a Raistlin, sujetándole la puerta con elegancia. La posada estaba a rebosar de gente y el ruido era casi ensordecedor. En ese momento, estaban sirviendo el almuerzo. Iolanthe le dijo a Talent que quería hablar de negocios. Éste les explicó que en ese momento no tenía tiempo, pero que la atendería cuando no tuviera tanto trabajo.

Iolanthe y Raistlin pasaron junto a varias mesas ocupadas por peregrinos oscuros, que los observaron ceñudos y con gesto de desaprobación. Raistlin oyó la palabra «bruja» entre susurros y miró a su acompañante. Iolanthe también lo había oído, a juzgar por el tono que coloreaba sus mejillas. Sin embargo, fingió que no se había dado cuenta y siguió de largo.

Muchos soldados la miraron con mejores ojos y se dirigían a ella con un respetuoso «señora Iolanthe», preguntándole si quería unirse a ellos. Iolanthe siempre declinaba la invitación, pero con algún comentario ingenioso que dejaba a los soldados riendo. Condujo a Raistlin a una mesa pequeña que había en una esquina oscura, bajo la ancha escalera que llevaba a las habitaciones del piso superior.

Ya estaba ocupada por un soldado, pero éste se levantó en cuanto la vio acercarse. Tras recoger su plato de comida y el vaso, le cedió el lugar con una sonrisa.

Raistlin se sentó en su silla, aliviado. Su salud iba mejorando, pero todavía se cansaba fácilmente. La camarera acudió presurosa para tomarles nota, aunque tuvo que detenerse más de una vez por el camino para apartar alguna que otra mano atrevida, dar un par de bofetadas o clavar el codo en alguna costilla con un movimiento experto. No parecía enfadada, ni siquiera molesta.

—Me las arreglo bien sola —dijo, como si pudiera leer el pensamiento de Raistlin—. Y los chicos me cuidan.

Hizo un gesto hacia un grupo de hombres corpulentos que permanecían de pie, apoyados en la pared, vigilando atentamente a la clientela. En ese mismo instante, uno ellos abandonó su puesto y se lanzó sobre el gentío para atajar una pelea. Los dos combatientes fueron expulsados al momento.

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