Читаем La Torre de Wayreth полностью

Podía huir de la ciudad, pero casi no tenía piezas de acero. Su marcha, tan poco tiempo después de haber llegado, sería muy sospechosa. Quizá los miembros del Cónclave ya lo habían declarado un renegado. Todos los Túnicas Blancas habrían prometido que intentarían redimirlo. Todos los Túnicas Negras habrían prometido matarlo en cuanto lo vieran. Sería un paria de la sociedad y sólo podría ganarse la vida recurriendo a las tareas más humillantes y desagradables. Se imaginaba el futuro que lo esperaba. Sería igual que esos viejos hechiceros, consumidos por la avaricia y alimentándose a base de repollo cocido.

—A no ser que Takhisis me encuentre primero, en cuyo caso no tengo que preocuparme por mi futuro, porque no tendré ninguno —murmuró Raistlin—. Podría estar en el fondo del Mar Sangriento con el idiota de mi hermano y no habría ninguna diferencia.

Se inclinó hacia delante, apoyó la cabeza entre las manos y dejó que lo inundara la desesperación.

En la sala de estar, los Túnicas Negras se habían apresurado a ahogar sus temores en cerveza y empezaban a mostrarse agresivos.

—Yo os voy a decir quién tiene el Odre de los Dragones ese —dijo Nariz Torcida.

—Orbe, idiota —lo corrigió Barrigón con tono desabrido—. Orbe de los Dragones.

—¿Qué más da? —gruñó Nariz Torcida—. Luz Oculta. ¡Ya oísteis al draco!

Raistlin levantó la cabeza. Era la tercera vez que oía mencionar el nombre de La Luz Oculta. Nariz Torcida lo había sacado a colación el día anterior, con Iolanthe, y había dicho que tenía miedo de que fueran sospechosos de formar parte de La Luz Oculta. El sivak también había hablado de La Luz Oculta.

Raistlin tenía la intención de preguntarle a Iolanthe de qué se trataba pero, con todas las preocupaciones que lo rondaban, se le había olvidado. Salió de la biblioteca y cruzó la sala en la que estaban reunidos los Túnicas Negras, bebiendo cerveza caliente y pensando en quién más podía cargar con sus problemas.

—¿Qué haces aquí, Majere? —preguntó Nariz Torcida, furioso, al ver a Raistlin—. Se supone que deberías estar limpiando la cocina.

—Me pondré con ello ahora mismo, señor —contestó Raistlin—. Pero no puedo dejar de preguntarme qué es eso de «La Luz Oculta» de lo que habláis.

—Una banda de traidores, asesinos y ladrones —repuso Nariz Torcida—, que pretenden la destrucción de nuestra gloriosa reina.

Raistlin se dio cuenta, asombrado, de que había un movimiento de resistencia trabajando en Neraka, en las mismísimas narices de Takhisis.

Quiso saber más detalles, pero ninguno de los viejos parecía dispuesto a hablar de la resistencia, más allá de denunciarla con grandes aspavientos. Raistlin supuso que, como los tres se miraban con recelo, cada uno de ellos tenía miedo de que los demás fueran informantes y lo entregaran al Señor de la Noche en cuanto tuviesen la más mínima oportunidad.

«Poco les costaría hacerme lo mismo a mí», pensó Raistlin mientras se dirigía a la cocina para empezar a limpiar. Se alegraba de tener un trabajo físico que hacer para poder descansar la mente. Las ideas y los planes se arremolinaban en su cabeza tan rápido que le costaba seguirlos. Un pensamiento se imponía sobre todos los demás.

«Si Takhisis gana la guerra, me convertiré en su esclavo y tendré que suplicar por las migajas de poder que tenga a bien dejarme. Mientras que si Takhisis pierde...»

Barriendo la harina y los platos rotos, Raistlin se preguntó cómo podría alguien entregado a la causa de la oscuridad comprometerse a luchar con las fuerzas de la luz.

12

El lugar equivocado. El momento equivocado

Día octavo, mes de Mishamont, año 352 DC

Raistlin pasó todo el día trabajando en la torre. Primero limpió la cocina y después fue habitación por habitación, colocando los muebles tirados y barriendo las astillas de las puertas que los draconianos habían abierto a patadas. Los Túnicas Negras bebieron cerveza y discutieron, comieron lo que él les preparó y discutieron un poco más antes de irse a dormir.

Ya se había hecho de noche cuando Raistlin cerró aquella puerta con la runa que incluso un loro mágico que supiera hablar podría abrir. Estaba físicamente agotado, pues había sido un día largo y extenuante, pero sabía que no iba a poder dormir. Su cabeza seguía dando vueltas sin parar. No había nada que odiara más que estar tumbado sin poder dormir, con la mirada clavada en la oscuridad.

Se le ocurrió que podía hacer una visita a Snaggle para intentar recuperar su daga. El comandante sivak no parecía ser de los que pierden el tiempo, sobre todo si había dinero de por medio.

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