Читаем La Torre de Wayreth полностью

Raistlin pensó en pasar a saludar a Iolanthe cuando estuviera en el barrio. Le interesaba mucho la organización conocida como La Luz Oculta y parecía que la hechicera conocía a todo el mundo en la ciudad de Neraka. Le había tomado el pulso al corazón oscuro de la ciudad. Pero desechó la idea. Hablar con ella sería demasiado arriesgado. Iolanthe tenía la extraña habilidad de saber lo que estaba pensando, y él tenía miedo de que adivinara cuáles eran sus pensamientos. Esa mujer era un misterio. No tenía la menor idea de cuáles eran sus lealtades. ¿Trabajaba por el bien de los objetivos de Takhisis? ¿De Ariakas? ¿De Kitiara, quizá? Iolanthe no había hablado mucho sobre Kit, pero Raistlin había percibido en su voz la calidez de la admiración siempre que mencionaba a su hermana.

«Puesto que Iolanthe es muy parecida a mí —se recordó Raistlin—, no cabe duda de que sólo es leal a ella misma, lo que significa que no es alguien en quien confiar.»

Entró en Neraka por la Puerta Blanca. A esas horas no había demasiada cola, aunque Raistlin tuvo que esperar a que los guardias acabaran de coquetear con una camarera de El Broquel Partido que les había llevado una jarra de cerveza fría, un detalle de parte de Talent Orren. Raistlin pensó que era muy inteligente por su parte tener contentos a los guardias de Neraka. La cerveza no le costaba mucho a Orren, pero le ganaba muchos favores.

Raistlin había entrado y salido por la Puerta Blanca en numerosas ocasiones y ningún guardia se había tomado más molestias que echar un vistazo a su documento falsificado. Ya había dejado de preocuparse. Tal como Iolanthe le había asegurado, la vigilancia de los guardias era bastante laxa. Los únicos a los que Raistlin había visto que se les obligaba a dar la vuelta eran kenders, y eso sólo cuando los guardias estaban lo suficientemente sobrios para atrapar a esos pequeños incordios.

Por fin cruzó la puerta y Raistlin se dirigió a buen paso a su destino, con los ojos bien abiertos y alerta. En la mano llevaba unos pétalos de rosa y no paraba de repetir para sí las palabras de un hechizo de sueño. No obstante, nadie se le acercó y llegó sin problemas a la Ringlera de los Hechiceros.

La única luz que iluminaba la calle provenía de la ventana de la tienda de Snaggle. La ventana de Iolanthe estaba a oscuras. Raistlin entró en la tienda, que estaba pulcramente ordenada y bien iluminada con varios faroles estratégicamente colocados. Snaggle estaba en un taburete detrás del mostrador, bebiendo un té de vainas.

Raistlin ya lo había conocido, y había observado cómo trataba Iolanthe con él.

—No verás ningún objeto apoyado en las paredes ni cubos llenos de pociones. Nada está a la vista, ya sabes cómo es esta ciudad —le había advertido la hechicera—. Snaggle guarda toda su mercancía en frascos y cajas etiquetados, y ordenados en estanterías que van del suelo al techo, detrás del largo mostrador. Ningún cliente puede pasar al otro lado del mostrador. Al último que lo intentó tuvieron que recogerlo con una esponja. Pídele a Snaggle lo que necesites y él te lo dará.

Snaggle le dedicó una sonrisa desdentada.

—Maestro Majere. ¿En busca de un poco de telaraña? Tengo una telaraña buenísima, señor. Me acaba de llegar. Tejida por arañas criadas por los enanos oscuros de Thorbardin. Llevan una buena vida, esas arañas. No hay nada como una araña con una buena vida para que teja telarañas de la mejor calidad.

—No, gracias, señor —contestó Raistlin—. He venido por una daga. Seguramente se la haya vendido hoy un guardia draconiano. Un comandante sivak de la guardia del templo...

—El comandante Slith —asintió Snaggle con seguridad—. Lo conozco bien, señor. Uno de mis mejores clientes. Es nuevo en la ciudad, pero ya se ha hecho un hueco. Hoy pasó por aquí, así es. Trajo una daga. Excelente calidad. Había pertenecido a Magius. Viene con un cordel de piel para que la puedas atar a la muñeca...

—Ya lo sé —lo interrumpió Raistlin secamente—. La daga era mía.

—¡Vaya con Slith! —rió Snaggle—. Llegará lejos. Supongo que le gustaría recuperar lo que es suyo, señor. Sólo para estar seguros, ¿podría describírmela? ¿Algún rasgo característico?

Raistlin describió la daga con paciencia, indicando que tenía una pequeña mella en la hoja.

—¿Recuerdo de alguna aventura arriesgada, señor? —preguntó Snaggle con interés—. ¿Un combate contra un trol? ¿Contra unos goblins?

—No —contestó Raistlin con una sonrisa al acordarse del incidente—. Mi hermano y yo estábamos jugando a ver quién tenía mejor puntería...

Se detuvo. No quería hablar de Caramon, ni siquiera pensar en él. Raistlin continuó describiendo el cordel, que él mismo había ideado.

Snaggle se levantó del taburete y fue hasta una de las cajas, la cogió y la llevó al mostrador. Abrió la tapa y aparecieron varias dagas. Raistlin vio la suya. Estaba a punto de cogerla, cuando Snaggle lo apartó con un gesto hábil.

—Ésa es su daga, ¿verdad? Cinco piezas de acero y se la devolveré encantado.

—¡Cinco piezas de acero! —exclamó Raistlin con voz entrecortada.

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