—Lunitari no me habló. Y es algo muy preocupante, porque a la diosa le gusta charlar sobre los temas más triviales. Este plan nuestro es la empresa más arriesgada llevada a cabo por un hechicero desde que los Tres Sagrados pusieron fin a la Segunda Guerra de los Dragones, y mi diosa no me dice ni una palabra. Algo va mal.
—Tal vez deberíamos paralizarlo todo —dijo Par-Salian.
—¡No seas una vieja llorica! —se burló de él Ladonna.
—Lo que soy es práctico. Si los dioses no...
—¡Ssh! —les hizo callar Justarius, levantando una mano. Desde el otro lado de la puerta llegaban gritos y voces—. ¿A qué se debe todo ese jaleo?
—A un exceso de vino elfo —contestó Par-Salian.
—No suena como una fiesta —dijo Ladonna, alarmada—. ¡Suena más como un motín!
Las voces cada vez llegaban más altas y los hechiceros oían a gente correr por el pasillo, víctimas del pánico. Empezaron a golpear la puerta, cada vez más puños, hasta que la madera tembló bajo aquella lluvia de golpes. Los hechiceros empezaron a llamar a sus líderes a gritos, algunos aullaban el nombre de Par-Salian, otros el de Ladonna o el de Justarius.
Enfadado por aquel comportamiento tan impropio, Par-Salian se puso de pie, atravesó la habitación a zancadas y abrió la puerta bruscamente. Se quedó sorprendido al encontrar el vestíbulo a oscuras. Por lo visto, las luces mágicas que iluminaban todos los pasillos de la torre habían fallado. Al ver que unos cuantos hechiceros llevaban velas y faroles, Par-Salian tuvo un mal presentimiento.
—¿Qué significa todo esto? —preguntó con voz áspera, mirando con fiereza a la muchedumbre de hechiceros que se agolpaba en el vestíbulo—. ¡Que cese este tumulto de inmediato!
Los hechiceros que se hacinaban en la sala a oscuras quedaron en silencio, pero no duró mucho.
—Decídselo —dijo una voz.
—¡Sí, decídselo! —exclamó otra.
—¿Decirme el qué?
Muchas voces empezaron a hablar al mismo tiempo. Par-Salian las hizo callar con un gesto impaciente y miró en derredor en busca de un portavoz entre todas aquellas sombras.
—¡Antimodes! —dijo Par-Salian, al descubrir a su amigo—. Dime qué está pasando.
La multitud se apartó para dejar que Antimodes se acercara a su líder. Antimodes era un hechicero mayor, muy respetado y querido. Provenía de una buena familia y él mismo contaba con sus propias riquezas. Su gran pasión era conseguir que la causa de la magia se abriera paso en el mundo y muchos magos jóvenes habían disfrutado de su generosidad. Antimodes era un hombre de negocios y todo el mundo reconocía su sensatez y su sentido práctico. Cuando Par-Salian vio su rostro pálido y apesadumbrado, sintió que se le caía el alma a los pies.
—¿Has mirado por la ventana, amigo mío? —preguntó Antimodes. Hablaba en voz baja, pero la muchedumbre escuchaba con los cinco sentidos. Recogieron sus palabras y las repitieron.
—¡Mira por la ventana! ¡Sí, mira afuera!
—¡Silencio! —ordenó Par-Salian, y la multitud volvió a callarse, pero no del todo. Muchos mascullaban y murmuraban una cadena de palabras susurrantes y teñidas de miedo.
—Deberías mirar por la ventana —dijo Antimodes solemnemente—. Tienes que verlo con tus propios ojos. Y mira esto también. —Levantó una mano, señaló con un dedo y pronunció unas palabras mágicas—.
—¿Estás loco? —exclamó Par-Salian, alarmado, esperando que unas runas ardientes salieran disparadas de la mano de su amigo. Pero no pasó nada. Las palabras del hechizo cayeron al suelo como hojas muertas.
Antimodes suspiró.
—La última vez que me falló este hechizo, amigo mío, tenía dieciséis años y estaban pensando en una chica, no en mi magia.
—¡Par-Salian! —llamó Ladonna con voz temblorosa—. ¡Tienes que ver esto!
Estaba apoyada en el alféizar de la ventana y poco le faltaba para caer, con la espalda arqueada y la cabeza vuelta hacia el cielo.
—Las estrellas relucen. La noche está despejada. Pero...
Se volvió hacia él, pálida.
—¡Las lunas han desaparecido!
—Y lo mismo puede decirse del Boque de Wayreth —añadió Justarius con voz lúgubre, mirando por encima del hombro de Ladonna.
—¡Hemos perdido la magia! —aulló una mujer desde el vestíbulo. Su grito aterrorizado despertó el pánico de la multitud.
—¿Acaso sois unos locos gullys para comportaros así? —bramó Par-Salian—. Todos a vuestras habitaciones. Debemos mantener la calma y descubrir qué está pasando. Monitores, quiero que los pasillos queden despejados ahora mismo.
Los gritos cesaron, pero los hechiceros seguían dando vueltas sin saber adonde dirigirse. Antimodes quiso dar ejemplo retirándose a sus habitaciones y llevándose consigo a sus amigos y a sus discípulos. Volvió la vista para mirar a Par-Salian, quien sacudió la cabeza y suspiró.