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Usha, paseando de un lado a otro como un león enjaulado, no contestó. Al pasar ante la ventana se detuvo y se asomó al exterior, esperanzada. Había una larga, larga caída hasta los puntiagudos remates de la alta verja que quedaba debajo. Retrocedió con premura.

—En fin —añadió Tas mientras se daba unas palmadas en las rodillas—, yo diría que hemos hecho todo lo que puede hacerse en este sitio. Salgamos de aquí.

Rebuscó en uno de sus saquillos y sacó el juego de ganzúas que es patrimonio de cualquier kender.

—Estoy seguro de que Dalamar no nos dejó encerrados a propósito. Probablemente echó la llave sin darse cuenta. —Examinó la cerradura y agregó severamente:— Mientras que el ojo de la cerradura se esté quieto, puedo enmendar su despiste.

Sacando varias herramientas de aspecto interesante, Tas, que ya no estaba aburrido, se agachó junto a la puerta y se puso manos a la obra. Usha se acercó para mirar.

—¿Dónde iremos una vez que hayamos salido de este cuarto? —preguntó—. ¿Sabes el camino de salida?

—Sí —dijo Tas, animado—. Es a través del Robledal de Shoikan, una arboleda encantada realmente espantosa, llena de espectros que te quieren devorar la carne y apoderarse de tu alma para que sufra tormentos toda la eternidad. Lo sé. Lo vi una vez, pero no llegué a entrar. Sólo Caramon logró meterse. Hay gente con suerte.

Guardó silencio un momento, con los ojos algo húmedos, recordando los buenos tiempos. Luego, silbando una marcha enana, se limpió la nariz en la manga y, alegremente, reanudó el trabajo que tenía entre manos.

La ganzúa rechinó dentro de la cerradura.

La cerradura no cedió.

Tas frunció el entrecejo, guardó la ganzúa en su lugar, seleccionó otra, y volvió a intentarlo.

—Entonces, tanto da que salgamos o no de este cuarto. Si no podemos cruzar ese robledal, seguiremos atrapados aquí —comentó Usha, desalentada.

Tas hizo una pausa para meditar sobre ello.

—Sé que el robledal impide que entre la gente, pero no he oído decir que le impida salir. Quizá no tengamos ningún problema.

—¿Tú crees? —Usha lo miraba con renovada esperanza.

—Merece la pena intentarlo. —Tas hurgó en la cerradura enérgicamente—. Lo peor que puede suceder es que unas manos esqueléticas salgan del suelo e intenten agarrarnos por los tobillos y arrastrarnos bajo tierra, donde moriríamos en una terrible agonía.

Usha tragó saliva con esfuerzo, sin encontrarle la gracia a todo esto, aparentemente.

—Quizá..., quizá sea mejor que nos quedemos aquí a esperar el regreso de Dalamar. —Se volvió hacia la silla y se sentó.

—¡Lo tengo! —gritó Tas, triunfalmente.

La cerradura hizo un sonoro chasquido, y Tas abrió la puerta.

Dos ojos fríos, incorpóreos, lo contemplaban desde la oscuridad.

—Ah, hola —saludó el kender al espectro, algo desconcertado por la repentina aparición.

—¡Cierra la puerta! —instó Usha—. ¡Deprisa! ¡Antes de que esa..., esa cosa entre!

—Pero si sólo es un espectro —dijo Tas, que tendió la mano cortésmente—. ¿Cómo estás? Me llamo Tasslehoff Burrfoot. Oh, supongo que te resulta algo difícil estrechar la mano, ya que veo que no tienes. Lo siento. Espero que eso no te haga sentir mal. Sé que yo lo pasaría fatal si no tuviera manos. Pero estoy encantado de conocerte. ¿Cómo te llamas?

El espectro no respondió. Los ojos flotaron más cerca, y un frío que helaba los huesos penetró en la habitación.

Usha se levantó de la silla de un salto y corrió a esconderse detrás.

—¡Cierra la puerta, Tas! ¡Por favor, por favor! ¡Cierra la puerta!

—No pasa nada, Usha —dijo el kender, aunque retrocedió un par de pasos involuntariamente—. Pasa —invitó al espectro con amabilidad—. Íbamos a marcharnos...

Los ojos fijos, que no parpadeaban, se movieron de lado a lado, inexorablemente, en un gesto negativo.

—Que no nos marchamos —dedujo Tas, no sin cierta irritación. Había pasado en este cuarto más tiempo del que le apetecía. Quizás el espectro se sentía solo y deseaba entablar una agradable conversación.

»Tú eres uno de los muertos vivientes, ¿verdad? ¿Por casualidad conoces a lord Soth? Es un caballero muerto y gran amigo mío.

Los ojos del espectro relucieron con una expresión inconfundiblemente hostil. Tas recordó de pronto que lord Soth había engatusado a Kitiara para que acabara con Dalamar, cosa que estuvo a punto de conseguir, y probablemente no gozaba de las simpatías de quienes guardaban la torre.

—Eh... Ummmm... Bueno, realmente no es tan buen amigo mío —admitió Tas, que retrocedió otro par de pasos. Los ojos flotaron más cerca, y la temperatura dentro del cuarto alcanzó un nivel desagradable—. Más bien es un conocido. Nunca viene a visitarme ni a comer conmigo ni nada por el estilo. Bueno, pues ha sido un placer charlar contigo, de veras. Y ahora, si haces el favor de apartarte a un lado, saldremos y no te molestaremos más...

—¡Tas! —gritó Usha.

El kender tropezó con el borde del mantel que arrastraba en el suelo y cayó.

El espectro se cernió sobre él un instante, y luego, de repente, desapareció. La puerta se cerró de golpe. El frío disminuyó.

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