—No te asustes, Usha, pero eso es sangre —dijo Tas, solemne—. Es la Cuchara Kender de Rechazo. La reconocería en cualquier parte. Mi tío Saltatrampas llevaba una con él siempre. Tenía un dicho: «La mayoría de los muertos vivientes tienen más miedo de ti que tú de ellos. Sólo quieren que se los deje en paz para aparecerse, aullar y hacer sonar sus cadenas. Pero de vez en cuando te topas con uno que quiere comerte los hígados. Entonces es cuando necesitas la Cuchara Kender de Rechazo».
—¿Cómo funciona? —Usha no parecía muy convencida.
Tas se puso de pie.
—Debes mostrarla con decisión. Sostenerla en alto delante del espectro o del esqueleto guerrero o de cualquier otro tipo de trasgo que puedas encontrarte. Y entonces dices con voz firme, para que no haya ningún malentendido: «márchate» o «lárgate», no estoy seguro. En cualquier caso, cuando el espectro está concentrado en la cuchara...
—Paso a hurtadillas a su lado y cruzo la puerta —intervino Usha con entusiasmo—. Y entonces, cuando el espectro se vuelva a mirarme, te escabulles tú y cruzas la puerta. ¿Qué te parece?
La sugerencia había desconcertado al kender.
—Pero no necesitaremos escabullimos, Usha. Para cuando haya terminado con él, el espectro obedecerá todas mis órdenes. ¡Puede que lo lleve con nosotros! —añadió, inspirado.
—No. —Usha se estremeció—. No creo que ésa sea una buena idea.
—¡Pero nunca se sabe cuándo te puede venir bien un espectro! —argumentó Tas, mohíno.
Usha iba a razonar con lógica, señalando que un espectro sería un compañero muy desagradable, por no mencionar un potencial peligro. Pero se tragó su lógica a tiempo. Estaba aprendiendo mucho sobre los kenders.
—¿Y qué pensaría Dalamar de nosotros si le robamos un espectro? —preguntó con gesto grave. Se colgó las bolsas—. Se pondría furioso, y no lo culparía por ello.
—¡No se lo robaría! —protestó el kender, escandalizado por la acusación—. Sólo quiero tomarlo «prestado» un tiempo, enseñárselo a unas cuantas personas... Oh, está bien, supongo que tienes razón. Además, puedo volver más adelante y coger uno.
Guardó todas sus posesiones en los saquillos. Una o dos cosas que no eran suyas y que por «casualidad» también habían ido a parar a ellos volvieron a salir por sí mismas.
Aferrando la cuchara en la mano izquierda, la sostuvo en alto frente a él y echó a andar audazmente hacia la puerta.
—Abre tú —le dijo a Usha.
—¿Yo? —La joven dio un respingo—. ¿Por qué yo?
—Porque yo tengo que estar aquí plantado dando la cara y sosteniendo la cuchara —contestó Tas algo irritado—. No puedes esperar que actúe valientemente y abra la puerta al mismo tiempo.
—¡Oh, de acuerdo!
Usha avanzó sigilosa hacia la puerta, pegada a la pared. Alargó una mano y agarró el picaporte con cautela; contuvo la respiración y dio un tirón a la manilla.
La puerta se abrió. Los dos ojos incorpóreos —ahora entrecerrados en un gesto de ira— empezaron a flotar hacia adentro.
Tas adelantó la cuchara hacia lo que suponía era la cara del espectro.
—¡Aléjate de aquí inmediatamente! ¡Márchate! Vuelve a... a dondequiera que vengas. —Tas no fue muy preciso en este punto. Suponía que era el Abismo, aunque, claro, nunca se sabía, y no quería herir los sentimientos del espectro.
El espectro no miraba la cucharilla con el debido respeto, teniendo en cuenta que ésta era la sagrada Cuchara Kender de Rechazo. Los ojos espectrales estaban, de hecho, mirando a Tas con una expresión letal. Un frío gélido, como el de la tumba, hizo que los dientes del kender castañetearan. Pero al menos el espectro miraba a Tas, no a Usha, que casi había cruzado la puerta y se dirigía a la escalera.
En ese momento los ojos empezaron a girarse.
—¡Alto! —gritó el kender con toda la osadía de que fue capaz—. ¡Detente y desiste! —Era lo que había oído decir una vez a un alguacil, y le encantaba esta exclamación.
La mirada del espectro siguió moviéndose.
—¡Corre, Usha! —gritó.
La joven no podía. El gélido frío entumecía huesos y músculos, helaba la sangre en las venas. Tiritaba de pies a cabeza, incapaz de moverse un solo centímetro. El espectro estaba casi encima de ella.
Tas, enfadado de verdad —al fin y al cabo, ésta era la Cuchara Kender de Rechazo— se puso de un salto delante del espectro.
—¡Lárgate! —le gritó.
Los ojos se volvieron hacia él, hacia la cucharilla. De repente, los ojos se abrieron de par en par, parpadearon, se cerraron y desaparecieron.
El frío cesó. La puerta seguía abierta.
A lo lejos, una campanilla de plata tintineó débilmente.
Usha miraba fijamente, no a la cuchara, sino a algún punto del fondo del cuarto.
—¡Lo hice retroceder! —La voz de Tas sonaba algo sorprendida—. ¡Lo hice marcharse! ¿Lo viste, Usha?
—Vi algo —repuso ella, con voz temblorosa—. Detrás de ti. Era un hombre que llevaba ropas negras. Una capucha le cubría el rostro. No pude ver...