El Robledal de Shoikan. Un lugar terrible, un sitio mortal. Caramon había intentado entrar una vez y casi perdió la vida en el empeño. Y ahora Palin apenas podía contener su impaciencia. El robledal no guardaba horrores para él. Y tampoco el señor del lugar. Raistlin había prometido ocuparse de Dalamar, y los pensamientos de Palin se centraron en lo que vendría después de la arboleda.
El Portal. Su tío.
Llamarada se remontó hacia el cielo cada vez más oscuro, volando en perezosos círculos, aprovechando las corrientes térmicas para que la elevaran.
Al cabo de pocas horas, las luces de la ciudad de Palanthas se hicieron visibles en el horizonte. Las sobrevolaron, con la Ciudad Nueva a su derecha. La muralla de la Ciudad Vieja rodeaba la urbe como la llanta de una rueda de carro; las antorchas ardían brillantes a sus puertas. La famosa biblioteca estaba a oscuras, salvo por la luz encendida tras una ventana. Quizás Astinus, al que muchos tenían por el mismísimo dios Gilean, trasnochaba para registrar en sus libros la historia conforme iba teniendo lugar.
Tal vez, en este mismo momento, estaba escribiendo acerca de ellos. Puede que muy pronto anotara en una página sus muertes. Aquel pensamiento surgió espontáneamente, mientras Palin contemplaba desde lo alto el helado parche de oscuridad que era el Robledal de Shoikan. Apartó, con premura, los ojos y dirigió la mirada hacia la Torre de la Alta Hechicería. Brillaban luces en algunas ventanas, casi todas en el nivel inferior, donde los aprendices de mago estarían en vela, aprendiendo de memoria los hechizos. Palin sabía cuál era la habitación de Dalamar y buscó luz en ella.
Estaba a oscuras.
Enfrente de la torre se alzaba el Templo de Paladine, cuyas blancas paredes emitían un pálido fulgor, como si hubieran atrapado los rayos de Solinari y los utilizaran para alumbrar la noche. Al recordar su misión y la condición de su acompañante, Palin tampoco fue capaz de seguir mirando el templo.
La hembra de dragón sobrevoló el palacio del Señor de Palanthas. Resplandecía por las muchas luces encendidas; su Señoría debía de tener invitados y celebraba una fiesta.
¿Cómo podía la gente divertirse en el momento actual?, pensó Palin, irracionalmente iracundo. Sus hermanos estaban muertos; otros hombres buenos habían dado sus vidas. ¿Para qué? ¿Para esto? ¿Para que el Señor de Palanthas y sus acaudalados amigos pudieran beber hasta emborracharse con vino elfo pasado de contrabando?
El joven mago se preguntó qué ocurriría si saltara del dragón, irrumpiera ante aquellos amantes de la diversión con sus ropas ensangrentadas, y les gritara: «¡Abrid los ojos! ¡Miradme! ¡Ved lo que os aguarda!».
Probablemente, nada. El mayordomo lo echaría a la calle de una patada.
La hembra de dragón azul viró a la izquierda, bordeando el palacio, y dejó atrás sus luces deslumbrantes. Sobrevoló la muralla de la Ciudad Vieja, pasó la Ciudad Nueva, y salió a la bahía. El mar estaba llamativamente oscuro en contraste con la ciudad. Sólo unos cuantos puntitos de luz señalaban los puestos de guardia de la vigilancia nocturna.
Los centinelas debían de haberse quedado dormidos, pues nadie vio al dragón bajar en picado del cielo y aterrizar en la costa.
21
La Torre del Sumo Sacerdote. Un mensaje que no es bienvenido
Construida por Vinas Solamnus en la Era del Poder, la Torre del Sumo Sacerdote guardaba el único paso a través de las montañas Vingaard, la principal ruta terrestre desde el resto de Ansalon a la gran ciudad de Palanthas. La torre era inmensa, imponente, una poderosa fortaleza. Sin embargo, debido al insólito diseño de la torre, al enano Flint Fireforge, un Héroe de la Lanza, se le oyó decir en cierta ocasión que el constructor de la torre o era un borrachín o estaba loco.
La torre había sido construida por humanos, así que la actitud crítica del buen enano debe tomarse, tal como dicen los gnomos, con un grano de salitre. Y es cieno que cuando Flint hizo aquel comentario no sabía la naturaleza del inusual sistema de defensa de la torre, y que el enano vio en funcionamiento al cabo de unos días.
Poco después de que Flint criticara la construcción, el ejército de los Dragones de la Señora del Dragón, Kitiara, atacó la torre. El Caballero de Solamnia, Sturm Brightblade, murió en aquel asalto, pero, gracias a su sacrificio, los otros caballeros resistieron y con la ayuda de un kender, una doncella elfa y un Orbe de los Dragones, se salvó la torre.