Читаем Los Caballeros de Takhisis полностью

—No —decidió por último—. No puedo pedírselo a Dalamar. Tendría que explicarle por qué quiero entrar en la torre. Y si lo supiera por anticipado, impediría que... —El joven mago se fijó entonces en la expresión de Steel y miró en derredor rápidamente, creyendo que estaban a punto de ser atacados. Al no ver nada fuera de lo normal, preguntó:— ¿Qué te sucede?

—Dalamar el Oscuro, ¿es a ése al que te refieres?

—Sí, el Amo de la Torre. Él... —De pronto Palin recordó la historia y gimió para sus adentros.

—Es el hombre que mató a mi madre. —La mano de Steel fue hacia su espada—. Estoy deseando conocer al tal Dalamar.

El elfo oscuro había matado a su anterior amante en defensa propia, ya que Kitiara lo había atacado primero. Pero tal argumento no haría mella en el hijo de la guerrera.

—Supongo que no sirve de nada que te recuerde que Dalamar es el hechicero más poderoso de Ansalon —dijo Palin malhumorado—. Que podría volverte del revés con un simple gesto de la mano.

—¿Y eso qué importa? —replicó el caballero, colérico—. ¿Crees que sólo voy a atacar a los que sean más débiles que yo? Juré que vengaría la muerte de mi madre.

«Por Paladine bendito, ¿por qué no se me ocurrió esto antes?», se preguntó el joven mago con desesperación. «Steel acabará muerto. Dalamar creerá que yo intentaba que lo asesinara. Cabría la posibilidad de que acabara también conmigo...»

Confía en mí, jovencito, sonó la voz. Deja a Dalamar de mi cuenta.

Palin se estremeció, emocionado, exultante. Ahora sabía que la voz era real, no imaginada. Le hablaba a él, lo guiaba, lo dirigía, ¡lo quería!

Sus temores desaparecieron y se relajó.

—Todavía no hemos entrado en la torre. Primero tenemos que llegar a Palanthas a salvo y cruzar el Robledal de Shoikan. Nos ocuparemos de Dalamar y lo que quiera que encontremos en la torre cuando estemos allí, si lo conseguimos.

—Lo conseguiremos —predijo Steel con gesto hosco—. Me has dado un nuevo incentivo.

Los dos montaron en el dragón y, bañados en la luz de Lunitari, roja como la sangre, volaron rumbo norte, hacia Palanthas.

Viajaron durante toda la noche, sin encontrarse con nadie, pero con la llegada del alba la hembra de dragón empezó a ponerse nerviosa.

—Huelo plateados —informó.

Tras consultarlo brevemente con Steel, Llamarada aterrizó en las estribaciones de las montañas Vingaard.

—De todos modos, no nos interesa entrar en Palanthas de día —le dijo el caballero a Palin—. Es mejor que descansemos hoy y continuemos cuando esté oscuro.

A Palin lo impacientaba este retraso. Tenía la absoluta convicción de que su tío estaba vivo, y que sólo necesitaba que lo liberaran de la pavorosa prisión que era el Abismo. El joven mago se encontraba bien y descansado. Gracias al emplasto de Steel, la herida apenas lo molestaba. Estaba ansioso por seguir adelante, pero no era mucho lo que podía hacer contra la decisión de una hembra de dragón azul y de su amo.

—¿Uno de nosotros no debería montar guardia? —preguntó, al ver que Steel desataba dos petates de la silla de montar.

—Los dos necesitamos descansar. Llamarada velará nuestro sueño.

Tras una corta búsqueda, encontraron una oquedad poco profunda en la cara de un risco que les ofrecía resguardo aunque no mucha cobertura si por casualidad alguien pasaba por allí. Palin extendió su manta y comió algo del gran montón de comida que Tika había encontrado tiempo para prepararles. Steel comió, se tumbó y, con la disciplina del soldado que sabe que tiene que aprovechar para descansar cuando y donde le es posible, se quedó dormido en un santiamén. Palin se tumbó sobre el frío suelo, dispuesto a pasar el día en vela esperando con ansiedad la noche.


Se despertó casi al anochecer.

Steel ya se encontraba levantado, ensillando al dragón. Llamarada estaba descansada y, por lo visto, bien alimentada. En las cercanías había esparcidos los esqueletos de varios ciervos.

Palin se puso de pie, moviéndose despacio, entumecido y agarrotado por haber dormido en el suelo. Por lo general, su descanso era intranquilo, alterado por sueños extraños recordados a medias. Esta vez, no. No recordaba haber dormido tan profundamente en toda su vida.

—Te estás convirtiendo en todo un viejo veterano —gruñó Steel mientras levantaba sin esfuerzo la pesada silla y la ponía sobre el lomo de la hembra de dragón—. Incluso roncas como uno de ellos.

Palin masculló alguna disculpa. Sabía por qué había dormido bien y se sentía avergonzado en cierto modo. Parecía una traición a su familia, a su hogar, a su educación. Por primera vez en su vida desde que había sentido la vocación, desde que había sido lo bastante mayor para arrojar imaginario polvo mágico a la cara de sus compañeros de juegos, estaba en paz consigo mismo.

—No te disculpes, Majere. Es lo mejor que podías hacer. Necesitaremos de todas nuestras fuerzas para lo que hemos de hacer frente esta noche.

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