Читаем Los Caballeros de Takhisis полностью

—No, en absoluto —dijo Tanis en voz queda, los ojos llenos de lágrimas y el corazón, de recuerdos—. El lenguaje que habla es solámnico. Está recitando el salmo funerario de los Caballeros de Solamnia.

·

· Devuelve a este hombre al seno de Huma,

· más allá del cielo imparcial;

· concédele el descanso del guerrero,

· y guarda el último destello de sus ojos,

· libre de la asfixiante nube de la guerra,

· sobre las antorchas de las estrellas.

· Permite que la última bocanada de su aliento,

· se refugie en el tibio aire,

· por encima de los sueños de las aves de rapiña,

· donde sólo el halcón recuerda la muerte.

· Pronto se alzará la sombra de Huma,

· más allá del cielo imparcial.

·

Todos guardaron silencio hasta que hubo terminado. Entonces Steel se incorporó, sacó su espada e hizo el saludo de los caballeros. Se llevó la empuñadura de la espada a los labios y extendió el arma hacia afuera en un amplio arco. Tras hacer una reverencia formal a la estupefacta familia, el paladín oscuro giró sobre sus talones y avanzó, lenta y altivamente, entre la multitud, que se apartó a su paso con asombrado temor.

En su camino, Steel hizo un alto delante de Porthios. Una sonrisa burlona jugueteó en los labios del caballero negro.

—No pierdas el sueño por una guerra civil entre las naciones elfas, señor. Muy pronto, Qualinesti y Silvanesti estarán unidas... bajó el tacón de la bota de lord Ariakan.

Porthios desenvainó la espada. Tanis, que había previsto algún problema, se movió rápidamente para detenerlo.

—Piensa dónde estás hermano. Piensa en Alhana —le rogó, hablando en elfo—. Sólo son baladronadas propias de la fogosa juventud. Ya has pasado por lo mismo antes. No hagas caso.

Probablemente Porthios no habría hecho mucho caso a sus palabras, pero en ese momento un débil plañido —el llanto de un recién nacido— tremoló en el aire. Lanzándole una última mirada funesta, Porthios apartó a Steel con el hombro y se dirigió presuroso hacia la posada. Su escolta de elfos también se marchó, no sin antes dirigir miradas asesinas al caballero negro.

Steel las soportó sin alterar aquella sonrisa burlona, y luego, volviéndose a medias, echó una ojeada sobre el hombro.

—Palin Majere, sigues siendo mi prisionero. Despídete de los tuyos, porque es hora de que partamos.

—¡Palin! —gritó Tika al tiempo que extendía las temblorosas manos hacia su hijo.

—No me pasará nada, madre —la tranquilizó el joven mago, que lanzó una mirada a su padre. Los dos habían acordado no decir nada a su madre acerca de lo que intentaba hacer—. Los magos pagarán el rescate y pronto estaré de vuelta en casa. —Se inclinó y la besó en la mejilla.

—Cuídate —le dijo Tika suavemente, la voz entrecortada, y entonces sobresaltó a Palin al añadir:— Raistlin no era del todo malo. Había algo de bueno en él. Nunca le tuve mucho aprecio, pero supongo que era porque no lo entendía. Quizás... —Se interrumpió, respiró hondo, y después dijo con tono tajante:— Quizás hagas bien al actuar así.

El joven la contempló sin salir de su asombro. Volvió a mirar a su padre, que se encogió de hombros.

—No he dicho nada, hijo.

Tika esbozó una triste sonrisa, y puso la mano sobre la de su hijo.

—Siempre sabía si estabas planeando alguna diablura, ¿recuerdas? Tú y tus hermanos... —Tragó saliva con esfuerzo. Las lágrimas brotaron de sus ojos—. ¡Que Paladine te acompañe, hijo mío!

—Ten cuidado, hijo —pidió Caramon—. Si puedo hacer algo...

—Gracias, padre. Gracias por todo. Adiós, madre.

Palin se dio media vuelta y se alejó deprisa, medio cegado por las lágrimas, pero había recobrado el dominio de sí mismo cuando llegó junto a Steel.

—¿Tienes todo lo que te hace falta? —preguntó el caballero.

Palin enrojeció. Sólo llevaba un saquillo de componentes de hechizos; estando en una categoría tan baja, no necesitaba más. Las ropas que tenía las llevaba puestas: la blanca túnica manchada con sangre y el polvo del camino. No tenía libros de hechizos, ni cajas de pergaminos. Pero en su mano llevaba el Bastón de Mago.

—Estoy dispuesto —dijo.

Steel asintió con la cabeza e hizo un cortés y frío saludo a Caramon y a Tika. Palin no volvió la vista atrás y echó a andar por la calzada. Los dos jóvenes desaparecieron en las sombras cada vez más largas.


Aquella noche, Caramon y Tika plantaron dos retoños de vallenwood en la tumba de sus hijos.

En la posada El Último Hogar, Alhana Starbreeze, exhausta por el largo parto, dormía. Porthios se había quedado a su lado. Cuando por fin se quedó dormida y todos los demás salieron de la habitación, él se inclinó y la besó con ternura.

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