Ganin bajó la mano en que sostenía la carta, y quedó unos instantes sumido en sus pensamientos. Qué bien recordaba las alegres formas de expresión de Mashenka, su corta y honda carcajada cuando pedía disculpas, la rápida transición desde el suspiro de melancolía a la mirada de ardiente vitalidad…
En la misma carta, Mashenka había escrito:
"Durante largo tiempo he estado preocupada por tu paradero y tu suerte. Ahora no debemos romper el débil hilo que nos une. Son muchas las cosas que quiero decirte y preguntarte, pero mi pensamiento vaga sin rumbo. Desde aquellos tiempos, he visto muchas desdichas y también he sido desdichada. Escribe, escribe por el amor de Dios, escribe más a menudo y más extensamente. Que tengas suerte, mucha suerte. Me gustaría despedirme de un modo más afectuoso, pero quizás haya olvidado cómo hacerlo, después de tanto tiempo. ¿O es que hay algo que me lo impide?"
Después de recibir esta carta, estuvo varios días tembloroso de felicidad. No podía comprender cómo había sido capaz de separarse de Mashenka. Sólo recordaba el primer otoño que pasaron juntos, y todo lo demás, aquellos tormentos y peleas, quedaban en segundo término, lejanos e insignificantes. La lánguida oscuridad, el consabido resplandor del mar en la noche, el aterciopelado susurro de los cipreses en las estrechas sendas, el brillo de la luna en las anchas hojas de las magnolias, todo le deprimía.
El cumplimiento del deber le obligaba a quedarse en Yalta -corrían los días de la guerra civil-, pero momentos había en que pensaba en abandonarlo todo e ir en busca de Mashenka, por las casas de campo de Ucrania.
Era conmovedor y maravilloso que sus cartas consiguieran cruzar la terrible Rusia de aquellos días, como blancas mariposas volando por encima de las trincheras. Su contestación a la segunda carta de Mashenka tardó mucho en llegar a manos de ésta, que era incapaz de comprender las razones, por cuanto pensaba que los normales obstáculos de aquellos tiempos desaparecían, en cuanto hacía referencia a sus cartas.
"Quizá te parezca raro que te escriba a pesar de tu silencio, pero lo hago porque no creo, me niego a creer, que no quieras contestarme. Si no me has contestado, no se debe a que no quieras, sino sencillamente a que… en fin, a que no puedes, o a que no has tenido tiempo, o a cualquier cosa. Dime, Lyova, ¿no te parece gracioso recordar lo que en cierta ocasión me dijiste, es decir, que estar enamorado de mí era para ti, lo mismo que vivir, y que si algún día no pudieras quererme dejarías de vivir? Sí, todo pasa, todo cambia. ¿Te gustaría que volviera a ocurrir todo lo que nos ocurrió? Me parece que hoy me encuentro excesivamente deprimida…
"Es un lindo poemita, pero no puedo recordar el principio y el final, ni tampoco el nombre del autor. Ahora, esperaré tu carta. No sé cómo despedirme de ti. Quizá con un beso. Sí, creo que sí, creo que ya te lo he dado."
Dos o tres semanas después, le llegó la cuarta carta.
"Tu carta me produjo una gran alegría, Lyova. ¡Qué carta tan bonita! Sí, estás en lo cierto, un amor tan intenso y radiante es inolvidable. Dices que darías cuantos días de vida te quedan a cambio de un instante de nuestro pasado, pero yo creo que sería mucho mejor que nos volviéramos a ver y pudiéramos comparar.
"Lyova, si vienes, llama a la centralita telefónica, y pide el número 34. Te contestarán en alemán, porque se trata de un hospital militar alemán. Diles que me avisen.
"Ayer fui a la ciudad, y me divertí un poco. Había mucha alegría, con mucha música y luz. Un hombre muy divertido, con barbita amarilla, se inventó un juego de sociedad en mi honor, y me calificó de reina del baile. Hoy me aburro, me aburro terriblemente. Es una lástima que los días pasen así, tan sin pena ni gloria, tan estúpidamente, pese a que debieran ser, según dicen, los más felices años de nuestra vida. Creo que pronto me convertiré en una hipócrita, perdón, quería decir una hipocondríaca. No, no permitiré que ocurra.
"¿No está mal, verdad?
"Escríbeme a vuelta de correo. ¿Vendrás y nos veremos? ¿Imposible? Bueno, es horrible. Pero, ¿a lo mejor puedes? Qué tonterías escribo, ¿cómo puedo pensar que hagas el largo viaje hasta aquí, sólo para verme? ¡Cuánta vanidad! ¿No crees?
"Antes de escribirte, he leído un poema en una vieja revista. Es de Krapovitsky, y se titula «Mi pequeña perla pálida». Me ha gustado mucho. Escribe y cuéntamelo todo. Te mando un beso. Otros versos que también he leído. Son de Podtyagin: