Pero incluso mientras admiraba el espíritu juguetón de que hacía gala ese tunante, me pregunté por qué habría elegido ubicar la muestra allí, en un armario, en lugar de colocarla en el hielo donde obtendría el reconocimiento de una audiencia más amplia. Era un armario amplio, sí, pero seguía siendo un lugar cerrado con el espacio justo para albergar la obra. ¿Por qué?
Y, mientras reflexionaba, la puerta exterior de la pista se abrió con un crujido: la avanzadilla del equipo de rescate, sin duda. Y la puerta al abrirse envió, un momento después, una ráfaga de aire frío que pasó sobre el hielo y que me dio en la espalda...
Exactitud. No había duda alguna al respecto. Algo aquí era exactamente como debía ser y lograba que mi oscuro autoestopista se sintiera complacido, excitado y satisfecho de un modo que yo no lograba comprender. Y sobre todo eso flotaba una extraña noción de familiaridad. Nada de ello tenía sentido alguno para mí, pero así era. Y antes de que pudiera explorar más a fondo estas desconcertantes revelaciones, un joven de uniforme azul me ordenó que retrocediera y pusiera las manos donde pudiera verlas. Sin duda, era el primer elemento de las inminentes tropas, y me apuntaba con el arma de un modo bastante convincente. Dado que tenía una sola y oscura ceja que le cruzaba la cara de lado a lado y que, a primera vista, carecía de frente, decidí que sería buena idea ceder a sus deseos. Parecía pertenecer a esa clase de bestias pardas capaces de disparar contra un inocente... o incluso contra mí. Me aparté del armario.
Por desgracia, mi retirada desveló el pequeño diorama del armario, y de repente el joven tuvo que preocuparse de encontrar algún lugar donde depositar el contenido de su desayuno. Consiguió llegar hasta una enorme papelera situada a unos treinta metros antes de empezar a emitir esos desagradables sonidos guturales. Me quedé quieto y esperé a que terminara. Eso de vomitar comida a medio digerir por cualquier sitio me parece un hábito de lo más asqueroso. Antihigiénico. Y en un guardián de la seguridad pública...
Entraron más uniformes, y poco después mi simiesco amigo tenía varios colegas con quienes compartir la papelera. El ruido era extremadamente desagradable, y más aún el olor que emanaba en mi dirección. Pero, con la mayor educación, esperé a que terminaran, ya que una de las cosas más fascinantes de las armas de fuego es que pueden ser disparadas casi con la misma facilidad por alguien que está vomitando. Pero, por fin, uno de los uniformes se incorporó, se secó la cara en la manga y empezó a interrogarme. Pronto fui dejado de lado y apartado de en medio con instrucciones de no ir a ninguna parte ni tocar nada.
Poco después habían llegado el capitán Matthews y la inspectora LaGuerta, y cuando por fin se hicieron cargo del lugar, me relajé un poco. Pero ahora que podía ir donde quisiera e incluso tocar algo, me limité a sentarme y pensar. Y lo que se me ocurría era sorprendentemente desconcertante.
A menos que recayera en la idiotez de primera hora y me convenciera de que lo había hecho yo, no tenía forma de explicar por qué me parecía tan entrañablemente conocido. No había sido obra mía, desde luego. Y encima aquel Boo. Ni siquiera merecía la pena perder el tiempo mofándose de la idea. Ridículo.
Pero... ¿por qué me resultaba familiar?