Читаем Rayuela полностью

– Yo adopté un aire virtuoso, y al pasar a su lado alcé la mano y le dije: «Madame, la muerte es siempre respetable. Este joven se ha suicidado por penas de amor de Kreisler.» Se quedó dura, créanme, me miraba con unos ojos que parecían huevos duros. Y justo cuando la camilla cruzaba la puerta Guy se endereza, apoya una pálida mano en la mejilla como en los sarcófagos etruscos, y le larga a la portera un vómito verde justamente encima del felpudo. Los camilleros se torcían de risa, era algo increíble.

– Más café -pidió Ronald-. Y vos sentate aquí en el suelo que es la parte más caliente del aposento. Un café de los buenos para el pobre Etienne.

– No se ve nada -dijo Etienne-. ¿Y por qué me tengo que sentar en el suelo?

– Para acompañarnos a Horacio y a mí, que hacemos una especie de vela de armas -dijo Ronald.

– No seas idiota -dijo Oliveira.

– Haceme caso, sentate aquí y te enterarás de cosas que ni siquiera Wong sabe. Libros fulgurales, instancias mánticas. Justamente esta mañana yo me divertía tanto leyendo el Bardo. Los tibetanos son unas criaturas extraordinarias.

– ¿Quién te ha iniciado? -preguntó Etienne desparramándose entre Oliveira y Ronald, y tragando de un sorbo el café-. Bebida -dijo Etienne, alargando imperativamente la mano hacia la Maga, que le puso la botella de caña entre los dedos-. Un asco -dijo Etienne, después de beber un trago-. Un producto argentino, supongo. Qué tierra, Dios mío.

– No te metás con mi patria -dijo Oliveira-. Parecés el viejo del piso de arriba.

– Wong me ha sometido a varios tests -explicaba Ronald-. Dice que tengo suficiente inteligencia como para empezar a destruirla ventajosamente. Hemos quedado en que leeré el Bardo con atención, y de ahí pasaremos a las fases fundamentales del budismo… ¿Habrá realmente un cuerpo sutil, Horacio? Parece que cuando uno se muere… Una especie de cuerpo mental, comprendés.

Pero Horacio estaba hablándole al oído a Etienne, que gruñía y se agitaba oliendo a calle mojada, a hospital y a guiso de repollo. Babs le explicaba a Gregorovius, perdido en una especie de indiferencia, los vicios incontables de la portera. Atascado de reciente erudición, Ronald necesitaba explicarle a alguien el Bardo, y se las tomó con la Maga que se dibujaba frente a él como un Henry Moore en la oscuridad, una giganta vista desde el suelo, primero las rodillas a punto de romper la masa negra de la falda, después un torso que subía hacia el cielo raso, por encima una masa de pelo todavía más negro que la oscuridad, y en toda esa sombra entre sombras la luz de la lámpara en el suelo hacía brillar los ojos de la Maga metida en el sillón y luchando de tiempo en tiempo para no resbalar y caerse al suelo por culpa de la patas delanteras más cortas del sillón.

– Jodido asunto -dijo Etienne, echándose otro trago.

– Te podés ir, si querés -dijo Oliveira- pero no creo que pase nada serio, en este barrio ocurren cosas así a cada rato.

– Me quedo -dijo Etienne-. Esta bebida, ¿cómo dijiste que se llamaba?, no está tan mal. Huele a fruta.

– Wong dice que Jung estaba entusiasmado con el Bardo -dijo Ronald-. Se comprende, y los existencialistas también deberían leerlo a fondo. Mirá, a la hora del juicio del muerto, el Rey lo enfrenta con un espejo, pero ese espejo es el Karma. La suma de los actos del muerto, te das cuenta. Y el muerto ve reflejarse todas sus acciones, lo bueno y lo malo, pero el reflejo no corresponde a ninguna realidad sino que es la proyección de imágenes mentales… Como para que el viejo Jung no se haya quedado estupefacto, decime un poco. El Rey de los muertos mira el espejo, pero lo que está haciendo en realidad es mirar en tu memoria. ¿Se puede imaginar una mejor descripción del psicoanálisis? Y hay algo todavía más extraordinario, querida, y es que el juicio que pronuncia el Rey no es su juicio sino el tuyo. Vos mismo te juzgás sin saberlo. ¿No te parece que en realidad Sartre tendría que irse a vivir a Lhasa?

– Es increíble -dijo la Maga -. Pero ese libro, ¿es de filosofía?

– Es un libro para muertos -dijo Oliveira.

Se quedaron callados, oyendo llover. Gregorovius sintió lástima por la Maga que parecía esperar una explicación y ya no se animaba a preguntar más.

– Los lamas hacen ciertas revelaciones a los moribundos -le dijo-. Para guiarlos en el más allá, para ayudarlos a salvarse. Por ejemplo…

Etienne había apoyado el hombro contra el de Oliveira. Ronald, sentado a lo sastre, canturreaba Big Lip Blues pensando en Jelly Roll que era su muerto preferido. Oliveira encendió un Gauloise y como en un La Tour el fuego tiñó por un segundo las caras de los amigos, arrancó de la sombra a Gregorovius conectando el murmullo de su voz con unos labios que se movían, instaló brutalmente a la Maga en el sillón, en su cara siempre ávida a la hora de la ignorancia y las explicaciones, bañó blandamente a Babs la plácida, a Ronald el músico perdido en sus improvisaciones plañideras. Entonces se oyó un golpe en el cielo raso justo cuando se apagaba el fósforo.

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