– Pero todo eso era antes.
– ¿Antes de las fumigaciones?
– Exactamente.
– Te sacaste la lotería, Ossip.
– Es muy triste -dijo Gregorovius-. Todo podía haber sido tan diferente.
– No te quejés, viejo. Una pieza de cuatro por tres cincuenta, a cinco mil francos mensuales, con agua corriente…
– Yo desearía -dijo Gregorovius- que la situación quedara aclarada entre nosotros. Esta pieza…
– No es mía, dormí tranquilo. Y la Maga se ha ido.
– De todos modos…
– ¿Adónde?
– Habló de Montevideo.
– No tiene plata para eso,
– Habló de Perugia.
– Querés decir de Lucca. Desde que leyó
– No tengo la menor idea, Horacio. El viernes llenó una valija con libros y ropa, hizo montones de paquetes y después vinieron dos negros y se los llevaron. Me dijo que yo me podía quedar aquí, y como lloraba todo el tiempo no creas que era fácil hablar.
– Me dan ganas de romperte la cara -dijo Oliveira, cebando un mate.
– ¿Qué culpa tengo yo?
– No es por una cuestión de culpa, che. Sos dostoievskianamente asqueroso y simpático a la vez, una especie de lameculos metafísico. Cuando te sonreís así uno comprende que no hay nada que hacer,
– Oh, yo estoy de vuelta -dijo Gregorovius-. La mecánica del
– Explicá eso de «ahora». Gregorovius se encogió de hombros.
– Fue un velatorio muy digno -dijo-. Sobre todo después que nos sacamos de encima a la policía. Socialmente hablando, tu ausencia provocó comentarios contradictorios. El Club te defendía, pero los vecinos y el viejo de arriba…
– No me digas que el viejo vino al velorio.
– No se puede llamar velorio; nos permitieron guardar el cuerpecito hasta mediodía, y después intervino una repartición nacional. Eficaz y rápida, debo decirlo.
– Me imagino el cuadro -dijo Oliveira-. Pero no es una razón para que la Maga se mande mudar sin decir nada. Ella se, imaginaba todo el tiempo que vos estabas con Pola.
– Ça alors -dijo Oliveira.
– Ideas que se hace la gente. Ahora que nos tuteamos por culpa tuya, se me hace más difícil decirte algunas cosas. Paradoja, evidentemente, pero es así. Probablemente porque es un tuteo completamente falso. Vos lo provocaste la otra noche.
– Muy bien se puede tutear al tipo que se ha estado acostando con tu mujer.
– Me cansé de decirte que no era cierto; ya ves que no hay ninguna razón para que nos tuteemos. Si fuera cierto que la Maga se ha ahogado yo comprendería que en el dolor del momento, mientras uno se está abrazando y consolándose… Pero no es el caso, por lo menos no parece.
– Leíste alguna cosa en el diario -dijo Oliveira.
– La filiación no corresponde para nada. Podemos seguir hablándonos de usted. Ahí está, arriba de la chimenea.
En efecto, no correspondía para nada. Oliveira miró el diario y se cebó otro mate. Lucca, Montevideo,
– Bueno, ya averiguaré dónde se ha metido. No andará lejos.
– Está será siempre su casa -dijo Gregorovius-, y eso que a lo mejor Adgalle viene a pasar la primavera conmigo.
– ¿Tu madre`?
– Sí. Un telegrama conmovedor, con mención del tetragrámaton. Justamente yo estaba leyendo ahora el
– ¿ La Maga hizo alguna insinuación de que se iba a matar?
– Bueno, las mujeres, ya se sabe.
– Concretamente.
– No creo -dijo Gregorovius-. Insistía más en lo de Montevideo.
– Es idiota, no tiene un centavo.
– En lo de Montevideo y en eso de la muñeca de cera.
– Ah, la muñeca. Y ella pensaba…
– Lo daba por seguro. A Adgalle le va a interesar el caso. Lo que vos llamás coincidencia… Lucía no creía que fuera una coincidencia, Y en el fondo vos tampoco. Lucía me dijo que cuando descubriste la muñeca verde la tiraste al suelo y la pisoteaste.
– Odio la estupidez -dijo virtuosamente Oliveira.
– Los alfileres se los había clavado todos en el pecho, y solamente uno en el sexo. ¿Vos ya sabías que Pola estaba enferma cuando pisoteaste la muñeca verde?
– Sí.