Me levanté y salté simplemente, con la cabeza hacia abajo. El agua estaba caliente, pero como la esperaba fría, me quedé algo desconcertado por la sorpresa. Nadé. El agua estaba tan caliente que me parecía estar nadando en un caldo. Salí por el lado opuesto, dejando en el borde las huellas oscuras de mis manos. Sentí una punzada en el corazón; la historia de Arder me había transportado a un mundo totalmente distinto. Sin embargo, ahora, quizá porque el agua estaba tan caliente, me acordé de la muchacha. Y fue como si me acordara de algo terrible, de una desgracia que no podía evitar y era preciso evitarla.
Tal vez esto era también una fantasía. Di vueltas a esta idea en mi mente, inseguro, acurrucado en la creciente oscuridad. Apenas veía mi propio cuerpo; mi bronceado me ocultaba en la penumbra. Las nubes llenaban ahora todo el cielo, y de repente, demasiado de prisa, se hizo de noche. Algo blanco se acercaba a mí desde la casa. Era el gorro de baño de ella. Me sobrecogió el pánico. Me levanté lentamente, a punto de echar a correr, pero ella ya me veía contra el fondo del cielo.
— ¿Señor Bregg? — preguntó en voz baja.
— Sí, soy yo. ¿Quiere bañarse? No…, no la estorbaré. Ya me iba…
— ¿Por qué? No me estorba en absoluto… ¿Está caliente el agua?
— Sí. Demasiado para mi gusto — contesté.
Fue hasta el borde y saltó con ligereza. Ahora sólo veía su silueta. El traje de baño era oscuro.
£ agua chapoteó. Sacó la cabeza delante de mis piernas.
— ¡Uf, horrible! — resopló —. ¿Qué han hecho? Hay que echar agua fría. ¿Sabe usted cómo se hace?
— No, pero lo sabré en seguida.
Salté por encima de su cabeza y nadé hasta el fondo, hasta que toqué el suelo con los brazos extendidos; entonces seguí nadando casi pegado al fondo de cemento. Como de costumbre, bajo el agua había más luz que fuera, por lo que pude encontrar las aberturas de las tuberías, que estaban en el lado que miraba a la casa. Emergí, algo falto de aliento por haber estado tanto rato bajo el agua.
— ¡ Bregg! — oí su voz, — Estoy aquí. ¿Qué pasa?
— Tenía miedo… — confesó en voz más baja.
— ¿Por qué?
— Tardaba tanto en subir…
— Ahora sé dónde están los conductos; ¡en seguida estará arreglado! — grité y corrí hacia la casa. Podía haberme ahorrado la heroica inmersión, pues los grifos estaban bien a la vista, en una pequeña columna próxima a la veranda. Abrí el grifo del agua fría y volví a la piscina —.
Arreglado. Ahora tardará un poco.
— Sí.
Se hallaba bajo el trampolín y yo en el lado estrecho de la piscina, como si tuviera miedo de acercarme, así que me fui aproximando a ella lentamente, como sin darme cuenta. Ya me había acostumbrado a la oscuridad y podía distinguir sus facciones. Miraba hacia el agua. El gorrito blanco le sentaba realmente bien. Y parecía más alta que cuando iba vestida.
Así permanecí largo rato junto a ella, hasta que me pareció una falta de tacto y me senté bruscamente. «Eres un tarugo», me burlé de mí mismo'. Pero no logré que se me ocurriera nada. Las nubes eran más densas y la oscuridad también, pero no parecía que fuera a llover.
Hacía bastante fresco.
— ¿No tiene frío?
— No. ¿Señor Bregg?
— ¿Sí?
— El agua no da la impresión de estar subiendo.
— Porque he abierto el desagüe…, pero ahora ya es suficiente. Voy a cerrarlo de nuevo.
Cuando volví de la casa se me ocurrió la idea de que podía llamar a Olaf. Era una idea tan tonta que casi me eché a reír. De modo que tenía miedo de ella…
Di un salto plano y emergí casi en seguida.
— Creo — que ahora está bien. Si he exagerado un poco la nota, dígamelo y añadiré agua caliente.
Ahora se veía claramente cómo bajaba el nivel del agua, ya que el desagüe aún estaba abierto. La muchacha — vi su esbelta sombra y las nubes en último término — parecía indecisa.
Tal vez ya no deseaba bañarse. Tal vez quería volver a la casa, pensé con rapidez, y sentí una especie de alivio. Pero en el mismo momento, saltó sobre las piernas y emitió un ligero grito, porque el agua ya era muy poco profunda; yo no había tenido tiempo de avisarla. Debió de chocar contra el fondo con los pies; se tambaleó, pero no cayó. Salté en su ayuda.
— ¿Le ha pasado algo?
— No.
— Es culpa mía. Soy idiota.
Ahora estábamos ambos en el agua, que nos llegaba a la cintura. Ella se puso a nadar. Fui hasta el borde, corrí hacia la casa, cerré el desagüe, y volví. No podía verla en ninguna parte.
Me metí en el agua sin hacer ruido, nadé hasta el otro extremo de la piscina, me puse de espaldas y, moviendo ligeramente los brazos, me sumergí hasta el fondo. Cuando abrí los ojos vi la oscura superficie del agua, rizada por pequeñas olas. El agua me hizo flotar y empecé a nadar en posición vertical, y entonces la vi. Estaba junto a la pared de la piscina. Nadé hacia ella. El trampolín se encontraba en el lado opuesto; aquí el nivel del agua era más bajo, y pronto pude moverme sobre los pies. El agua rumoreaba a mi paso. Vi su rostro; me miraba.