Читаем Retorno de las estrellas полностью

Este mundo estaba libre de peligros. No había lugar para la crueldad, la lucha o cualquier clase de violencia; era un mundo de suavidad, de formas y costumbres blandas, de transiciones moderadas y situaciones sin dramatismo, igualmente digno de asombro que la reacción que despertaba en mí, o en nosotros. Al añadir esto pienso en Olaf.

Porque precisamente nosotros habíamos sufrido durante diez años tantos horrores, tantas cosas contrarias a la naturaleza del hombre, que le hieren y le destrozan, y estábamos tan hartos, volvíamos tan hartos de todo ello, que si alguien nos hubiera dicho que el regreso podía demorarse, que deberíamos ofrecer la frente al vacío nueve meses más, le habríamos saltado al cuello. Y precisamente nosotros, que ya no podíamos soportar este riesgo constante, esta posibilidad ciega de ser blanco de un meteorito, esta continua tensión de la espera, los tormentos que sufrimos cuando un Arder o un Ennesson no volvían de un vuelo de reconocimiento… precisamente nosotros empezábamos de repente a considerar aquel tiempo espantoso como lo único bueno, que nos había conferido sentido y dignidad. Y, sin embargo, ahora todavía me estremecía cuando recordaba cómo habíamos esperado, sentados o acostados, colgados en singulares posiciones sobre la redonda cabina de radio, en medio de un silencio sólo interrumpido por el zumbido regular de una señal; procedente de la instalación automática de la nave, mientras veíamos bajo la luz muerta y azulada las gotas de sudor perlando la frente del radiotelegrafista, que estaba a la espera como nosotros, mientras la campanilla de alarma, accionada, funcionaba sin ruido, hasta que llegaba el momento en que la aguja rozaba el punto rojo de la esfera, trayendo el alivio. Alivio, porque ahora ya se podía iniciar la búsqueda y morir también, lo cual parecía mucho más fácil que este compás de espera. Nosotros, los pilotos, no científicos, éramos unos chiquillos viejos, nuestro tiempo ya se había detenido tres años antes del despegue. En el transcurso de estos tres años habíamos experimentado diversas etapas de un creciente malestar psíquico. Existían tres fases principales, tres estaciones, llamadas sucintamente Castillo de Fantasmas, Planchado y Coronación.

El Castillo de Fantasmas era el encierro en un pequeño recipiente, todo lo perfectamente aislado del mundo que uno pueda imaginar. A su interior no llegaba ningún sonido, ningún rayo de luz, ningún soplo de aire, ni el mínimo movimiento exterior. Este recipiente — parecido a un pequeño cohete — estaba provisto de aparatos y provisiones de agua, alimentos y oxígeno.

Y en él había que vivir inactivo, sin nada absolutamente que hacer, un mes entero, que se antojaba una eternidad. Nadie salía de él tal como había entrado. Yo, uno de los más duros según el doctor Janssen, no empecé hasta la tercera semana a ver aquellas cosas extrañas que los demás ya observaban al cuarto o quinto día: monstruos sin cara, multitudes sin forma que emergían de las esferas luminosas de los aparatos para entablar conmigo locas conversaciones y columpiarse sobre mi sudoroso cuerpo, que perdía sus fronteras. El cuerpo se transformaba, adquiría proporciones gigantescas y al final — y esto era lo más repugnante — empezaba a independizarse de alguna manera: primero palpitaban una por una todas las fibras de los músculos, después — tras sensaciones de hormigueo y entumecimientos — venían las convulsiones y seguidamente movimientos que yo observaba rígido por el asombro, sin comprender nada, y sin el entrenamiento preliminar y las indicaciones teóricas habría estado dispuesto a creer que mis manos, mi cabeza y mi nuca habían sido poseídas por demonios. El interior acolchado de este recipiente — según se rumoreaba — había visto ya escenas indescriptibles e inmencionables. Janssen y su equipo eran testigos, mediante aparatos apropiados, de lo que tenía lugar allí dentro, pero ninguno de nosotros sabía — ¡entonces! — nada de ello. La sensación de aislamiento tenía que ser real y completa. Por esto nos resultó incomprensible la desaparición de algunos ayudantes del doctor. Hasta que estuvimos volando no me confió Gimma que simplemente se habían desmoronado. Uno de ellos, un tal Gobbek, llegó a intentar abrir el recipiente por la fuerza, porque no podía contemplar la tortura del hombre encerrado en él.

Pero esto era solamente el Castillo de Fantasmas. Después venía el Planchado, con sus caídas y centrifugaciones, con la endiablada máquina de aceleración, que podía dar g, una aceleración que, naturalmente, nunca pudo llevarse a la práctica, pues habría convertido a los hombres en un charco; pero g bastaban para que toda la espalda del sujeto se quedara pegajosa en una fracción de segundo por la sangre transpirada por la piel.

Перейти на страницу:

Похожие книги

Возвращение к вершинам
Возвращение к вершинам

По воле слепого случая они оказались бесконечно далеко от дома, в мире, где нет карт и учебников по географии, а от туземцев можно узнать лишь крохи, да и те зачастую неправдоподобные. Все остальное приходится постигать практикой — в долгих походах все дальше и дальше расширяя исследованную зону, которая ничуть не похожа на городской парк… Различных угроз здесь хоть отбавляй, а к уже известным врагам добавляются новые, и они гораздо опаснее. При этом не хватает самого элементарного, и потому любой металлический предмет бесценен. Да что там металл, даже заношенную и рваную тряпку не отправишь на свалку, потому как новую в магазине не купишь.Но есть одно место, где можно разжиться и металлом, и одеждой, и лекарствами, — там всего полно. Вот только поход туда настолько опасен и труден, что обещает затмить все прочие экспедиции.

Артем Каменистый , АРТЕМ КАМЕНИСТЫЙ

Фантастика / Боевая фантастика / Научная Фантастика