Читаем Retorno de las estrellas полностью

— No, en el óptico, es decir, por el telescopio. Infrarrojo. Pero hablé todo el rato con él por radio. Y en el momento en que pensé que jamás había visto en Thomas un aterrizaje tan cauteloso (todos empezamos a estar más atentos cuando iniciamos el regreso), vi un pequeño resplandor y una mancha oscura, que empezó a extenderse sobre el disco del planetoide.

Gimma, que se hallaba a mi lado, profirió un grito. Pensaba que Thomas había soltado la llama para frenar su caída. Así se llama, ¿sabes? Se da una única impulsión, pero no en estas circunstancias. Y yo sabía también que Thomas no lo habría hecho nunca. Tuvo que ser un rayo.

— ¿Un rayo? ¿Allí?

— Sí. Verás, todo cuerpo que se mueve a gran velocidad en una nube de polvo que circula por el roce grandes cargas de electricidad estática. Entre el Prometeo y el pequeño planeta reinaba una diferencia de potenciales. Podían ser de miles de millones de voltios, incluso más.

Cuando Thomas aterrizó, saltó una chispa. Eso fue el resplandor. El calor repentino levantó el polvo, y al cabo de un minuto el polvo cubría todo el disco. Dejamos de oírle, su radio sólo crepitaba. A mí me dominaba la cólera, sobre todo contra mí mismo, por no haber pensado lo suficiente. El cohete tenía pararrayos especiales, de púas, y la carga eléctrica debió haber resbalado como un fuego de San Telmo. No fue así. Por otra parte, a veces se producen descargas, pero no como aquélla, que fue de una potencia extraordinaria. Gimma me pidió mi opinión sobre cuándo se posaría la nube. Thurber no hizo ninguna pregunta; era evidente que tendrían que pasar días. Y noches. — ¿Días y noches?

— Sí, porque la gravitación es extremadamente exigua. Una piedra que cayera de la mano tardaría horas en llegar al suelo. ¡Cómo no aquel polvo, levantado en remolino a varios metros de altura! Dije a Gimma que se ocupara de sus chucherías, pues teníamos que esperar.

— ¿Y no se podía hacer nada? — No. Es decir, si yo hubiera tenido la seguridad de que Thomas estaba en el cohete, habría podido arriesgar algo. Podía dar la vuelta al Prometeo y desde un punto cercano soplar con toda la potencia, lo cual habría enviado a toda la galaxia aquella porquería.

Pero carecía de esta seguridad. ¿Y buscarle…? La superficie de aquel miniplaneta tenía un tamaño parecido al de qué sé yo… Córcega, por ejemplo. Además, entre aquella nube de polvo era posible pasar por su lado sin advertir su presencia. Sólo había una solución, y estaba en su mano. Podía despegar y volver. — ¿Y no lo hizo? — No. — ¿Sabes por qué?

— Creo que sí. Tendría que haber despegado a ciegas. Yo calculé que la nube debía alcanzar un kilómetro desde la superficie, pero él no lo sabía. Seguramente temía tropezar con alguna ladera o alguna roca. También podía aterrizar en el fondo de un profundo abismo. Así pues, seguimos dando vueltas a su alrededor, un día y otro día; el oxígeno y las provisiones le durarían seis días exactos. La ración de hierro. Naturalmente, nadie podía hacer nada. Sólo podíamos ir girando y pensar en las diversas posibilidades de sacar a Thomas de aquel maldito caos. Los emisores. Las distintas longitudes de onda. Incluso lanzamos cuerpos luminosos, pero ni siquiera emitieron destellos; la nube era oscura como una tumba.

«E tercer día…, la tercera noche. Las mediciones probaron que la nube descendía, pero yo no estaba seguro de que se posaría del todo antes de que pasaran las setenta horas que todavía le quedaban a Thomas. Sin comer aún podría resistir algo más, pero no sin aire. De improviso se me ocurrió una idea. Reflexioné del siguiente modo: el cohete de Thomas es en su mayor parte de acero. Si en este maldito planetoide no hay minerales de hierro, tal vez lograremos localizarlo con el ferromagneto. Un aparato que sirve para descubrir objetos de hierro, ¿sabes? Teníamos uno muy sensible. Reaccionaba a un clavo colocado a una distancia de tres cuartos de kilómetro. Encontraría un cohete situado a muchas millas. Entonces Olaf y yo revisamos el aparato; después informé de ello a Gimma… y despegué.

— ¿Solo?

— Sí.

— ¿Por qué solo?

— Porque sin Thomas no éramos más que dos, y el Prometeo necesitaba un piloto.

— ¿Y los otros estuvieron de acuerdo?

Sonreí en la oscuridad.

— Yo era el primer piloto. Gimma no podía darme ninguna orden, únicamente hacerme proposiciones; entonces yo sopesaba la cuestión y decía sí o no. Pero en situaciones críticas la decisión era sólo mía.

— ¿Y Olaf?

— Bueno, a Olaf ya le conoces un poco y puedes imaginarte que no me pude ir en seguida.

Pero al fin y al cabo, era yo quien había enviado allí a Thomas, y él no podía negar este hecho. En suma, me marché. Naturalmente, sin cohete.

— ¿Sin cohete?

— Sí. En traje espacial y con una pistola de retropropulsión. Duró bastante rato, pero no tanto como parecía. Sólo tuve dificultades con el ferromagneto, pues era casi un arca, muy poco manejable. Allí, naturalmente, no pesaba nada, pero cuando entré en la nube, tuve que tener mucho cuidado para no chocar contra algo.

Перейти на страницу:

Похожие книги

Возвращение к вершинам
Возвращение к вершинам

По воле слепого случая они оказались бесконечно далеко от дома, в мире, где нет карт и учебников по географии, а от туземцев можно узнать лишь крохи, да и те зачастую неправдоподобные. Все остальное приходится постигать практикой — в долгих походах все дальше и дальше расширяя исследованную зону, которая ничуть не похожа на городской парк… Различных угроз здесь хоть отбавляй, а к уже известным врагам добавляются новые, и они гораздо опаснее. При этом не хватает самого элементарного, и потому любой металлический предмет бесценен. Да что там металл, даже заношенную и рваную тряпку не отправишь на свалку, потому как новую в магазине не купишь.Но есть одно место, где можно разжиться и металлом, и одеждой, и лекарствами, — там всего полно. Вот только поход туда настолько опасен и труден, что обещает затмить все прочие экспедиции.

Артем Каменистый , АРТЕМ КАМЕНИСТЫЙ

Фантастика / Боевая фантастика / Научная Фантастика